Cuando Katie Sowers tenía ocho años sintió la necesidad de escribir en una carta cuál era su verdadera pasión. Sus palabras eran una confesión de amor en toda regla. Como las declaraciones que, a modo de diario, se escriben por desahogo, por alivio o por pena, la suya tampoco incluía un destinatario en la parte trasera del sobre. Pero abrigaba algo mucho más grande, algo mucho más extraordinario: su futuro. Entonces sólo era una ilusión, sin embargo, con el avance de los días, devino en realidad. "Mi mamá quiere que yo juegue al baloncesto. No quiero hacerlo. Quiero jugar al fútbol americano", escribió. Era el testimonio de una niña que ya, en la antesala de la adolescencia, era consciente de las dificultades que le reservaría el camino.
Dificultades que, tiempo después, no tardaría en superar, aunque con el esfuerzo que exigen las grandes proezas, las hazañas titánicas. La niña materializó su ilusión: jugó en la liga femenina profesional de Estados Unidos junto con su hermana gemela, Liz, y formó parte de la selección estadounidense en la posición de receptora. Con la camiseta nacional conquistó la medalla de oro en 2013 del campeonato mundial femenino, en cuya consecución fue imprescindible. Sus incondicionales siempre recordarán su gran actuación en semifinales, cuando interceptó cinco pases y completó tres touchdowns. Ese día salió por la puerta grande. Y, en ese saboreo de las mieles del éxito, descubrió se segunda vocación. Rodeada de sus compañeras se dio cuenta de que quería poseer la “capacidad de afectar la vida de estos jóvenes que persiguen su sueño”. Como ella había hecho.
Su próxima meta se vislumbraba bastante nítida. A los 30 años se le presentó la oportunidad: Scott Pioli, el Director General adjunto de los Atlanta Falcons, le ofreció hace apenas un año un puesto como interina en el cuerpo técnico. Dijo que sí. Claro que dijo que sí, a pesar de que una preocupación empañaba su decisión. A Rowers le gustaban las mujeres y temía que su orientación sexual truncara su porvenir. Era lógico: ya le había sucedido anteriormente. Cuando estudiaba en la universidad, la descartaron como entrenadora voluntaria del equipo de baloncesto por su “estilo de vida”, un eufemismo para denominar su homosexualidad. Sin embargo, de esa injusticia, de esa puerta que se cerraba por una fuerte corriente, aprendió una poderosa lección. “Sin esa experiencia no estaría donde estoy hoy”, reflexiona en una entrevista reciente en OutSports en la que ha hecho pública su orientación sexual convirtiéndose en la primera integrante de un cuerpo técnico de la NFL en anunciarlo.
Con este imborrable recuerdo aún en su memoria se atrevió: “Al principio estaba nerviosa, ya que, además, estaba en un nuevo entorno, pero el tema surgió en una conversación cotidiana sobre mi familia y la vida en Kansas City”. Pioli asumió la noticia con naturalidad, sin prejuicios. Al fin y al cabo no era la primera vez que la escuchaba. Anteriormente, mientras desempeñaba el puesto de director general de los los Kansas City Chiefs, un pobre chico, mermado por las lesiones y su adicción al alcohol, acudió a su despacho con una obsesión: suicidarse. El tiempo fuera de los terrenos de juego y una orientación sexual mal aceptada, de la que se avergonzaba, llevaron a Ryan O’ Callaghan a coquetear con la muerte. Pero Pioli, a tiempo, lo rescató y le hizo ver que lo peor “es negar la realidad”, reconoció el directivo.
No obstante, abanderar la verdad en una liga en la que prevalecen el machismo y la homofobia no es tarea fácil. Michael Sam ha sido el último en comprobarlo. Año y medio después de pregonar su homosexualidad anunció su despedida del fútbol americano en 2015. Galardonado como el mejor defensa de la conferencia SEC universitaria en 2013, su futuro prometedor en la NFL se antojaba imparable. Sin embargo, en los últimos años de su trayectoria, su talento y sus carreras, que tantas portadas habían copado, cedieron el protagonismo a su homosexualidad. La decisión, valiente, era arriesgada: o se erigía como un impulso positivo para combatir los prejuicios dentro de los vestuarios de la NFL o poco a poco provocaría su ostracismo; como finalmente sucedió. Aunque no salieron a la luz incidentes discriminatorios ante Sam, el jugador no pudo con la presión y, alegando “su salud mental” como razón principal, colgó las botas, después de que no llegara nunca a debutar en la NFL, pese a pasar por varios equipos.
"Cuanto mejor entorno podamos crear para todos tipo de personas, sin importar la raza o la orientación sexual, mejor podremos ayudar a curar el dolor con el que muchos de ellos conviven cada día", defiende actualmente Sowers, una pionera en todo lo que se propone. Porque la primera mujer en salir del armario en la NFL también se ha convertido en la segunda chica en la historia de la liga en formar parte de un cuadro técnico a tiempo completo. Shananan, su jefe en los Falcons, fichó como entrenador por los 49ers San Francisco y no dudó en reclutar a su antigua alumna como asistente. “Hizo un trabajo realmente bueno para nosotros en Atlanta", declaró Shanahan al San Jose Mercury News.
Kathryn Smith sentó precedente
Efectivamente, Sowers es la segunda mujer en conseguirlo. Antes, Kathryn Smith, que llegó a los Arizona Cardinals, había abierto el camino ante los vítores y las críticas de unos y de otros. Por un lado, Bruce Arians, entrenador jefe de los Cardinals, proclamó su deseo de ver a los demás "31 equipos siguiendo el mismo ejemplo". Por otro, la protagonista tuvo que lidiar con todo tipo de censuras: "Entrenar en la NFL es una cosa aparte, ¿por qué habrían de obedecer a una treintañera que mide 1.75m?", debió escuchar. “No es un deporte para mujeres", concluyeron los visionarios.
Actualmente, la precursora milita en los Buffalo Bills y sigue bregando contra las miradas discriminatorias de sus compañeros, que están presenciando un fenómeno sin precedentes. "Me hubiera encantado haber visto a mujeres entrenando en la NFL cuando era pequeña, porque así habría entendido que podía seguir mi pasión desde el principio. Cuando no ves que algo existe, a veces es muy difícil creer que puede existir”, se lamenta Sowers, que culpa a los estereotipos y las normas sociales que se imponen en la infancia como el principal obstáculo para lograr la paridad.
En su nuevo trabajo, pone en práctica toda su experiencia, ayuda a los receptores, participa en la gestión de las estrategias y en la administración de las rotaciones. Los jugadores y sus colegas la respetan, la escuchan: “Me llaman entrenadora y me valoran por perseguir mi pasión igual que están persiguiendo la suya".
De momento, un objetivo se divisa en su horizonte: “Trabajo para ser entrenador jefe de la NFL”. No lo escribió en su carta cuando tenía ocho años. Pero, vista su carrera, hay palabras que se las lleva el viento y otras que, en tinta indeleble, quedan para la historia.
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