La primera vez que Kyle Maynard se puso él solo los calcetines tenía 14 años. Para el primero, tardó casi media hora. El segundo le tomó sólo 15 minutos. Kyle lleva poniéndose solo los calcetines ya 16 años, y hoy lo hace en menos de un minuto. Y es capaz de escribir en un teclado de ordenador 50 palabras por minuto. Nada fuera de lo normal, de no ser porque Kyle no tiene manos, ni pies.
A punto de cumplir los 30 años, Kyle afronta ahora mismo el mayor de sus retos: subir a la cumbre del Aconcagua. Con sus 6.960 metros de altura, la montaña más alta de América, el deportista estadounidense lleva 20 días arrastrándose, literalmente, para llegar a la cima. “Voy a ser el primer cuádruple amputado que hace cumbre en el Aconcagua, aunque también tengo que decir que seré el escalador que más lento ha subido esta montaña. Curioso, porque coincidiré en el ataque a cumbre con la mujer que más rápido ha ascendido [Fernanda Maciel, que hoy mismo ha batido el récord y ya está de regreso en el campo base] y el que más despacio va a hacer lo mismo”, decía en su página web este domingo, anunciando que salía hacia cumbre. Kyle hizo cumbre este domingo por la tarde y el lunes por la tarde estaba ya de regreso.
Maynard nació en Washington DC en marzo de 1986 con una malformación denominada amputación congénita, es decir, los dos brazos amputados por encima de los codos y las dos piernas por encima de las rodillas. Tras los primeros meses de shock, su familia tomó una decisión que le ha marcado su vida. “En vez de dejar que se lamentara, decidimos no darle al niño ningún tratamiento especial”, explicaba su padre en una entrevista en la NBC.
Fue su padre quien le dijo que el mundo no se iba a adaptar a todas sus necesidades, así que tendría que ser él quien se adaptara al mundo. Y dejaron que el crío aprendiera por sí mismo cómo coger una cuchara, o hacer castillos de arena en la playa, o peinar a sus tres hermanas menores. Se trataba, siempre, de buscar cómo superar las decenas de obstáculos que se iba a ir encontrando a lo largo de su vida. Y vaya si lo hizo.
Como cualquier niño, soñaba con jugar al fútbol americano, así que lo hizo, en su primer año en el instituto. Pero tras un año jugando con los Collins Hill National Eagles, y tras darse cuenta de que era el único miembro del equipo que no crecía, optó por un deporte en el que la altura no fuera tan determinante: la lucha libre. Estuvo año y medio sin ganar ni un solo combate, pero Kyle no perdió las fuerzas, ni la esperanza. Después de perder 35 combates consecutivos, ganó uno. Y luego el siguiente. Y otro más. Y para cuando estaba en el último año de instituto, era uno de los mejores luchadores no solo del colegio, también del estado. Suficiente para que la Universidad de Georgia le becara como miembro del equipo de lucha.
Fue allí en la Universidad cuando se decidió a escribir un libro que ha cambiado no sólo su vida, sino la de mucha más gente. No excuses (Sin excusas, en inglés) para Kyle no es un libro, sino su forma de ser. “Nunca he tenido pena por mí mismo, y nunca puedes ponerte excusas para no hacer las cosas. Sabía que la lucha era mi deporte, solo tenía que encontrar la forma de ganarles. Perdí 35 partidos, y tras cada uno de ellos me preguntaba qué podía hacer para ganar. Cuando lo hice, me di cuenta de que realmente puedo hacerlo. Y eso es lo que quiero explicar a todo el mundo. No sólo con el deporte, en todos los aspectos de la vida”, resume Kyle.
El Kilimanjaro
Probó suerte dando charlas motivacionales por todo el país, fue modelo de Abercrombie and Fitch (la marca que usa esculturales modelos masculinos con el torso desnudo en sus campañas y tiendas) y portada de Vanity Fair. “Pero no me sentía a gusto conmigo mismo. Necesitaba algo más”, explicaba Kyle. Ese “algo más” llegó al conocer a algunos soldados estadounidenses que habían sufrido amputaciones o graves heridas en Afganistán o Irak. “Si para ellos yo era un modelo, decidí que había que hacer cosas por ellos”. La primera fue decidir subir al Kilimanjaro –la montaña más alta de África- para esparcir allí las cenizas de algunos soldados muertos.
Y dicho y hecho. El 4 de enero de 2012 Kyle arrancó su expedición y apenas 10 días después pisaba la cumbre a 5.994 metros, el primer cuádruple amputado en subir a esa altura. Por entonces, nadie se había planteado un reto similar sin utilizar prótesis, así que Kyle y sus compañeros de expedición fabricaron una especie de botas para los muñones de pies y manos con unas cámaras de bicicleta, sujetadas con cinta americana. Suficientes para aguantar las 38 millas que recorrió hasta la cumbre, por una ruta más directa pero también mucho más escarpada y difícil que la normal.
La proeza bastó para que las imágenes de Kyle reptando hacia la cumbre llegaran a las televisiones estadounidense, y su proyecto pudo recaudar 25.000 dólares que donaron a hospitales de campaña que tratan a veteranos de guerra. Y tras casi cuatro años dando charlas por todo el mundo y compartiendo su filosofía vital, este otoño Kyle decidió que había que buscar otro reto: el Aconcagua.
Un mes de preparación, casi tres semanas de ascenso por un terreno pedregoso y luchando contra la altitud. Aunque en esta ocasión Kyle ha ido equipado con una especie de botas/guantes fabricados a medida por Orthotic Specialist y Mountain Hardwear a los que incluso se puede acoplar unos pequeños crampones para poder avanzar por la nieve con seguridad y sin congelaciones.
En esta ocasión, a Kyle le han acompañado varios escaladores experimentados que son a su vez fundadores de la ONG K2 Adventure Foundation, que ayuda a niños con distintas discapacidades a acercarse a la montaña y el alpinismo. “Si yo puedo, todos pueden. No hay excusas”. Mientras baja del Aconcagua, Kyle piensa ya en sus próximos retos.