'Talán', 'tolón', 'talán', 'tolón'. Suena la campana en el Stade de France. Suena una, dos, tres y hasta cuatro veces. Se escucha en París y su estruendo retumba en la historia del atletismo en general y español en particular. El agitador es Jordan Díaz, que se acaba de convertir en campeón olímpico de triple salto tras llegar hasta los 17,86 metros en su primer intento. Uno y no más Santo Tomás.
A la primera fue la vencida. Pichardo envidó inmediatamente con una marca únicamente dos centímetros inferior. Cerca, pero a la vez lejos. El portugués daba un puñetazo en la mesa y reafirmaba su todavía condición de campeón olímpico. La rivalidad entre Pichardo y Jordan trasciende más allá del carril de salto. Es singular. "No nos llevamos nada bien, no nos llevamos nunca. Él es un poco peculiar, es lo que hay", dijo el hispano-cubano hace meses.
Son antagonistas. Como Márquez y Rossi. Como Guardiola y Mourinho. Un mal necesario el uno para el otro. Aunque Jordan encuentra argumentos suficientes en sí mismo para motivarse. Su sueño era convertirse en campeón olímpico y el Stade de France contempló maravillado como Díaz encaraba, bajo una tenue llovizna, el carril del triple salto y volaba hacia la gloria.
"Acabo de hacer historia. Era el objetivo que tenía cuando llegué y me quedé en España", asegura el atleta con una abultada sonrisa. El hispano-cubano, perteneciente a esa generación -Pogacar, Alcaraz o Lamine Yamal- de campeones sonrientes en situaciones tensas, dio el salto más importante de su vida de Cuba a España.
Un brinco vital, valiente y osado: dejar su país y a su familia sin mirar atrás. Un chico de 20 años que no ha vuelto a ver a sus padres desde entonces. Se le presentaba un futuro marcado por la incertidumbre cuando tomó la decisión de su vida. Viajó a Castellón con la expedición cubana para realizar unas pruebas de preparación de cara a los Juegos Olímpicos de Tokio que finalmente tuvo que ver por televisión, como el pasado Mundial de Budapest.
Desertar para coronar
Cuando la delegación cubana se disponía a regresar a la isla caribeña, Jordan desertó. Quería dejar atrás la pobreza de su país. Se fugó del aeropuerto y se trasladó clandestinamente a Zaragoza. Ana Peleteiro se interesó y elevó su caso a las autoridades. Instó a José Manuel Franco, presidente del Consejo Superior de Deportes, que pusiese en aviso a los Ministerios de Interior y Justicia para agilizar los trámites de obtención de la nacionalidad.
"La ayuda que me dio Ana fue increíble y súper importante. Tanto que me puso en contacto con mi actual mánager, Alberto Suárez. Y ya por ahí es donde me dio alas para poder hablar con Iván [Pedroso, histórico del triple salto y su entrenador]. Gracias a eso, desde entonces he podido estar concentrado en Guadalajara. Fue el primer paso para poder estar como estoy ahora. Fue el inicio. Estoy muy agradecido a Ana, aunque ahora la veo todos los días entrenando y ya es otro rollo (risas)", asegura Jordan en una conversación con EL ESPAÑOL.
Tuvo que esperar los tres años que manda World Athletics en casos como el suyo para poder competir. La demora no repercutió en su rendimiento. La primera participación bajo la nacionalidad española le encumbró a la gloria europea en Roma. Con el Coliseo erguido como espectador de lujo y el Foro Romano como marco de histórico, se colgó el oro después de batir su récord de España en dos ocasiones hasta dejarlo en 18,18 metros.
Distancia hasta la que no tuvo que llegar en París. 17,86 metros le valieron la gloria olímpica. A veces menos es más. Ya tiene dos de sus tres sueños, la gloria olímpica y la tranquilidad cotidiana. Le resta el último, la plusmarca mundial. Jordan está listo para volver hacer sonar la campana.