En Berlín no circula el tiki-taka con la misma fluidez que lo hacía en Viena 2008. Tampoco suenan las vuvuzelas que atronaban en Johannesburgo 2010, ni existe la figura del falso '9' que tanto redito ofreció en Kiev 2012. Ni falta que hace.
Berlín es Berlín y desde la noche de este domingo ya luce en la lista de ciudades en las que España se ha coronado. Su nombre resplandece como la capital en la que la Selección ha firmado una pericia colosal, la de su cuarta Eurocopa.
Bajo el divertimento de Nico Williams y Lamine Yamal y el oportunismo final de Oyarzabal, que reciben el testigo de Marcelino, Fernando Torres e Iniesta como héroes nacionales.
España se ha reencontrado con el hilo ganador de aquella época dorada en la que conquistó la Triple Entente (Eurocopa-Mundial-Eurocopa) en apenas cuatro años. Y ha seguido tejiendo sobre aquello y apuntalando con sus matices una prenda que no se descompone.
Esta Selección posee una energía y fe inquebrantable incluso cuando su punzón se rompe. Rodri, el jugador del torneo, se tuvo que retirar lesionado en mitad de la función final. Pero cualquier contrariedad la supera el vértigo de Lamine Yamal y Nico Williams asociado a la vieja maquinaria del control de la posesión.
Algo parecido a como cuando se lesionó Pedri ante Alemania y Dani Olmo se convirtió en el gran salvador del equipo. La nueva España está tejida desde la diversidad más pura, tanto futbolística como sociológicamente. Basta con echar la vista atrás y observar el último once campeón de un gran torneo hace doce años.
La unión
Sobre la tarima de Kiev danzaron bailarines con un origen común. Cuatro del Real Madrid (Casillas, Arbeloa, Sergio Ramos y Xabi Alonso); cinco del FC Barcelona (Piqué, Busquets, Iniesta, Xavi y Fábregas) y solo dos excepciones, una del Manchester City (Silva) y otra del Valencia (Jordi Alba). En Berlín superaron el casting hasta diez equipos diferentes.
Solo repitió presencia el Athletic Club con Unai Simón y Nico Williams. El resto, de su padre y de su madre. De cinco ligas distintas. Laporte aterriza desde Arabia Saudí (Al Nassr), Dani Olmo proveniente de la Bundesliga (Leipzig), Fabián Ruiz representa a Ligue 1 (PSG), Rodri (Manchester City) y Cucurella (Chelsea) a la Premier League y Le Normand (Real Sociedad), Carvajal (Real Madrid) Lamine Yamal (FC Barcelona) y Morata (Atlético de Madrid) son los embajadores de La Liga.
Ellos y el resto de la tripulación han sido los integrantes de un barco cargado de fe, de la convicción de quien cree que algo es real sin tocarlo. Porque nadie apostaba por España cuando arribó en Alemania.
Ni siquiera la UEFA, que no incluyó a ningún futbolista español en su cartel promocional del torneo. La Selección en general y Luis de la Fuente en particular aterrizaron sin el cartel de favorito.
Solo es vestuario creía que podía ser posible. Y lo fue. Lo que empezó en Berlín como una participación incierta, acabó en la misma ciudad con un entorchado continental sumado al palmarés.
La fuerza
España ha sido el mejor equipo, el más completo. Es campeona con toda las letras. Ninguna selección se ha acercado a su nivel. Ni campeones como Italia, Alemania, Francia e Inglaterra o eternos aspirantes como Croacia. Todas han sucumbido a su verticalidad.
España ha ganado los siete partidos de la Eurocopa con 15 goles a favor y únicamente cuatro en contra. De la Fuente ha construido una familia que es presente, pero mira al futuro.
La media de edad ronda los 27 años y los argumentos más peligrosos apenas suman la edad de Jesús Navas (38 años), el más veterano de la actual España. Lamine Yamal (17) y Nico Williams (22) aparentan normalidad con sus rostros imberbes y la sonrisa plateada, pero no la poseen.
Son insultantemente jóvenes para la soltura con la que llevan a cabo su oficio. Unos "juveniles" que apostilló acertadamente Lehmann, aunque patinó en el diagnóstico al tildarlos de "inexpertos".
Realmente lo son, pero no necesitan esa condición para exhibir las virtudes por las que De la Fuente decidió cambiar la libreta táctica de la Selección. Con sabiduría y determinación, pues el artífice de esta nueva España les conoce de su etapa en las categorías inferiores.
El estilo
España venía de jugar los últimos grandes torneos con un pivote e interiores escoltando por los costados, hasta que el seleccionador instauró un sistema en el que la posesión no es lo primordial, el mayor peso se lo llevan los extremos y su profundidad. Extremos como tales de los que encaran y son verticales, no interiores que se asocian por dentro y necesitan estar en permanente contacto con el balón.
La verticalidad española se ha transferido por el lateral a través de Carvajal y Cucurella hasta los extremos donde Lamine Yamal y Nico Williams humanizan el fútbol moderno. Ambos encaran, cambian de ritmo, giran sobre su eje y ganan la línea de fondo.
Los dos jóvenes talentos españoles sonríen dentro y fuera del terreno de juego. Con el balón o con un el móvil grabándose tiktoks. Ningún intangible les distrae, su cabeza está en el sitio adecuado. Sonríen tanto si marcan gol como si lo hace su 'hermano'.
Y cuando amaga con desviarse, el capitán Morata vuelve a enderezar el rumbo. El ariete no ha visto puerta las veces que deseaba, pero son incontables los gestos para el beneficio del equipo.
El grupo
Desde ceder el turno en la última rueda de prensa a Jesús Navas, quien se retira de la Selección, hasta marcharse sonriendo y arengando tras ser sustituido en plena final de una Eurocopa.
España es campeona, puede que lo hayan leído, pero conviene recordarlo. Ha ganado a todos y ha sabido deleitar en unas ocasiones y morder en otras. Como contra Inglaterra, cuando desmanteló a los de Southgate en un inicio de segunda mitad excelso y posteriormente se supo levantar con la cara intacta tras el golpe al mentón de Palmer.
España es campeona, como en Viena, Johannesburgo y Kiev, aunque con diferentes intangibles. Con los que ha relucido en Berlín. Porque Berlín es Berlín. La ciudad de la obra perfecta de la Selección.