La vida de un futbolista siempre es inestable. Ya apenas quedan 'One club man' en el mundo y lo más normal es que un jugador milite en varios equipos a lo largo de su carrera deportiva, con todo el trajín que eso conlleva en la vida personal de cada uno. Cambio de compañeros de trabajo, de club, de ciudad... y en algunas ocasiones hasta de país y de continente.
Ese es el caso, por ejemplo, de Cristian y Diego Portilla, dos futbolistas profesionales que a lo largo de sus respectivas trayectorias deportivas han tenido que emigrar en busca de oportunidades. Entre los dos pueden presumir de haber jugado en países como Grecia, Chipre, Irlanda, Hungría, Indonesia o Estados Unidos, distintos tipos de fútbol, diferentes continentes y culturas antagónicas.
Atravesar fronteras les ha permitido tener experiencias vitales impresionantes, enriquecerse a nivel personal de una manera increíble y aprender distintos idiomas. Sin embargo, el hecho de estar lejos de casa y en un fútbol que no es el suyo también les ha hecho vivir la parte amarga del deporte. En general, sus vivencias son positivas, pero nada les exime de pasar algún que otro mal trago y eso, en un país extranjero, es más complicado de llevar.
Eso sí, ambos comparten una misma visión, cuando uno abandona España es muy complicado regresar al fútbol nacional. Como si el jugador desapareciera del radar, a los equipos les cuesta mucho más fijarse y fiarse de ellos, por lo que un regreso a casa toma dimensiones muy complicadas. Ahora Cristian, el mayor, sigue recuperándose de una lesión después de pasar por el Tropezón de su tierra, mientras que Diego, el pequeño, ha vivido su última experiencia en el Galway United de Irlanda.
Cristian, una vida fuera
De los dos hermanos, Cristian Portilla es el que tiene un currículum en el extranjero mucho más vasto. Más de quince años a sus espaldas como profesional le avalan, y a lo largo de todos ellos puede presumir de haber jugado en la máxima categoría de muchos países, incluido España. Nacido en Santander hace 34 años, disfrutó de Primera División con la camiseta del Sporting de Gijón y del Racing de Santander, siempre de la mano del difunto Manolo Preciado, de quien guarda un gran recuerdo.
Este centrocampista de una gran calidad se labró un cartel en el fútbol nacional durante sus primeros años como futbolista, pero entonces decidió tomar un rumbo distinto. Su nombre también llegó al extranjero y por eso desde Grecia llegaron para llevárselo. El mítico Aris de Salónica quería hacerse con sus servicios y Cristian Portilla, con un espíritu aventurero y muy abierto, decidió dar el paso.
[Messi, ¿tras los pasos de Cristiano Ronaldo en Arabia Saudí?: oferta desorbitada del Al-Hilal]
"Fui a uno de los mejores clubes de Grecia. Jugaban competiciones europeas y acababa de eliminar al Atlético de Madrid. Llegué en enero y, jugando la Europa League, nos tocó el Manchester City, así que era muy apetecible", comenta sobre las razones que le llevaron a firmar por el club heleno. De allí guarda muy buenos recuerdos: "Llegué y empecé a jugar, así que muy contento".
Eso sí, del fútbol griego no olvidará jamás la pasión con la que los hinchas lo viven y, sobre todo, la presión que ejercen sobre los jugadores y los equipos: "Tenías que estar siempre al 100% porque había una presión muy fuerte de los aficionados. Aquí en España, cuando se habla de que un jugador tiene presión, es relativo hasta que conoces aquello".
Después de su buena temporada, este mediocentro levantó el interés en varios clubes españoles como el Almería o el Córdoba en Segunda División, también de otros conjuntos como el Cesena o el Cagliari en la Serie A, en Italia, pero se encontró con la negativa del Aris a dejarle marchar. Ahí se dio de bruces con la realidad: "Comprendí cómo funcionaba el fútbol y que era muy difícil volver a Primera División, así que me lo tomé todo de otra forma. Pensé en aprovechar estas circunstancias y en elegir dónde jugar", dice Cristian Portilla. Allí en Grecia también jugó en el Glyfadas, pero se topó con impagos, una mala situación.
Ciudades maravillosas
Uno de los aspectos positivos de vivir tanto tiempo en el extranjero es el de conocer ciudades diferentes. Esto enriqueció a Cristian y, de hecho, era uno de los aspectos que siempre tenía en cuenta más allá del fútbol: "Cuando fuimos a Hungría, viví en Budapest ya con mi mujer en 2014. Fue una experiencia espectacular porque además jugué en uno de los mejores clubes del país, donde había jugado Puskas", comenta sobre su experiencia en el Honvéd.
El centrocampista ya había entrado en la rueda y era complicado parar, así que al año siguiente se fue a una liga de lo más exótica, a Indonesia. El Mitra Kukar puso sus ojos en él y le ofreció una buena oportunidad y un gran contrato: "Era un equipo de Borneo, una isla con el tamaño de la península ibérica donde el 98% es selva. Allí todos los días tenía que cruzar unos 80 kilómetros de selva en coche para ir a entrenar, era peligroso pero son anécdotas que quedan. Además, estaba mi mujer embarazada", recuerda.
Sin embargo, aquella aventura se truncó porque la competición ni siquiera llegó a empezar. Los clubes no pagaron las tasas que les exigía el gobierno y por eso la liga se quedó aquel año sin jugar, así que el cántabro tuvo que buscar un nuevo acomodo.
[Así es el proyecto del Al-Nassr para jubilar a Cristiano Ronaldo]
Lo hizo en la Primera División de Chipre, en el Ermis Aradippou. De allí, sin embargo, no guarda el mejor recuerdo de su carrera deportiva. El equipo cambió la práctica totalidad de la plantilla y aparecieron problemas con el presidente de la entidad, ya que ni siquiera le quería dejar estar presente en el nacimiento de su hijo. Así, el último día de mercado le salió de nuevo la oportunidad de regresar a Hungría para vivir en Budapest, una de sus ciudades preferidas.
Un breve regreso
Tras aquello, el centrocampista regresó brevemente a España, al Mensajero, pero entonces le salió a mitad de temporada la oportunidad de irse a jugar a Estados Unidos, a la NASL. El entrenador de los San Francisco Deltas le vio en persona y se lo quiso llevar sin dudarlo ni un solo segundo, así que Cristian se lanzó de nuevo a la aventura e hizo las maletas.
Aquello fue un gran momento de su vida: "Creo que en San Francisco fue mi mejor año vital y deportivo. Es verdad que me rompí el cruzado, pero llegamos a ganar la liga", recuerda con mucho cariño. Aquella franquicia, sin embargo, desapareció y él se marchó a Ottawa, a Canadá, para jugar en la USL. "Un sitio espectacular para vivir, pero muchísimo frío en invierno porque se alcanzaban los -30 grados".
Todo aquello antes de su última experiencia internacional hasta el momento. Fue en Lituania, en el Zalgiris. Allí vivía con su familia en Vilna pero recuerda aquel fútbol como duro porque incluso la pretemporada la realizaron corriendo por el monte en mitad de la nieve. Después llegó la llamada de Unionistas de Salamanca y no se lo pensó dos veces, quería volver: "Estábamos encantados de regresar a España, queríamos establecernos porque el pequeño ya podía ir al cole, Salamanca era un gran sitio y Unionistas se había creado muy buena fama en los últimos años", relata.
Después, se fue al Tropezón y allí sufrió una grave lesión de la que todavía se recupera. Muchos años en el extranjero, por lo tanto, de los que saca una lectura muy positiva: "Me quedo con conocer culturas, vivir en ciudades tan dispares como San Francisco o en la selva de Borneo, ver la diferencia a nivel cultural, social, religioso...", dice sobre su trayectoria este futbolista que habla griego, inglés e incluso húngaro.
Diego sigue los pasos
Seis años más tarde nació Diego Portilla. El hermano menor también decidió dedicarse al fútbol, aunque deportivamente hablando los dos no se parecen en nada: "Yo no soy un jugador de tanta calidad como mi hermano, yo soy más de defensa fuerte, de jugar con intensidad y para de contar", dice entre risas.
A los dos les caracteriza un gran humor y una facilidad para expresarse pasmosa, además de una apariencia física similar y una manera de hablar calcada. No solo eso, sino que Diego también se lanzó a la aventura internacional en su carrera deportiva y ha llegado a jugar en tres países diferentes, Chipre, Gibraltar e Irlanda.
El pequeño de los Portilla recuerda cómo decidió salir por primera vez de España: "Me cuadró cuando yo estaba en el Racing B, que fue mi segundo año y era ya el momento en el que o das el paso al primer equipo, o te vas directamente de la cantera. Entonces me llegó una oferta para irme a Chipre y no me lo pensé mucho", comenta. En ello, reconoce, tuvo peso la experiencia de su hermano: "Tenía su espejo, que me había hablado muy bien de todas las experiencias y me arriesgué".
El PAEEK Kyrenia se lanzó a por él y se lo llevó a la liga chipriota en la temporada 2015/2016, algo de lo que guarda muy buen recuerdo: "Me salió muy bien la cosa, me gustó mucho. Chipre es un país espectacular, aunque me pilló todo demasiado joven. Estuve en Segunda División y quedamos quintos, peleamos por ascender a Primera División".
De aquellos primeros días relata sus vivencias y cómo fue la adaptación a un país distinto: "Es parecido a cuando llegas a un equipo nuevo en España, son compañeros distintos aunque te tienes que adaptar al idioma. Luego, el fútbol es un idioma internacional. Hay algo positivo que tengo y es que me adapto muy rápido a los sitios", confiesa. Allí pasó mucho calor en la pretemporada, tanto que incluso tenían que entrenar a las 6 de la mañana para sortear las altas temperaturas.
Muy joven
Aquella experiencia, siendo todavía un futbolista muy joven, le llegó a pasar factura en cierto modo en lo personal a Diego Portilla: "Acabé la temporada y quieras que no tienes momentos duros con 19 o 20 años, porque era la primera vez que estaba fuera. Tuve opciones de seguir en Chipre, pero entonces me salió la opción de ir al filial del Tenerife, y allí se vive de manera espectacular".
Tras un par de años en las islas y otra experiencia en el Lorca FC, volvió a tomar la decisión de atravesar las fronteras, aunque en esta ocasión lo hizo muy cerca de España, tanto como a Gibraltar. El Europa FC, uno de los mejores equipos de aquella liga, le llamó para ofrecerle una buena oportunidad y decidió lanzarse a probar suerte.
Por entonces, el equipo estaba formando un ambicioso proyecto: "Ese año iban a hacer fichajes buenos, querían reforzarse bien, y me dan la opción para ir, para jugar además la previa de la Europa League. Me hizo bastante ilusión eso y conocer aquella liga", comenta. Sobre su experiencia en la competición europea recuerda pasar la primera eliminatoria contra un equipo de Andorra, aunque en segunda ronda se toparon con un conjunto mucho más duro con el Legia de Varsovia, ante el que cedieron en el partido de vuelta. "Fue una experiencia espectacular", relata.
En Gibraltar
Allí en Gibraltar no le pudo ir mejor a nivel deportivo: "Ganamos la Liga, la Supercopa, y cuando íbamos a ganar también la Copa apareció la Covid-19", recuerda todavía con una espina clavada. Entonces llegó la pandemia, el confinamiento y unos momentos duros a nivel personal.
Diego vivía en San Roque, a 5 minutos en coche de Gibraltar, pero justo antes de que llegara el encierro se cambió a una casa en Algeciras. Por suerte, la vivienda tenía terraza: "Podía entrenar y también tomar el sol, y eso me ayudó un poco, pero cuando estás lejos de tu familia es complicado".
La experiencia de Gibraltar resultó llamativa. Para entrenar a diario no tenían que cruzar la frontera porque se ejercitaban en Castellar de la Frontera, así que tan solo pasaba a Gibraltar en los días de partido. Para hacerlo se formaban largas colas y una vez estuvo a punto de llegar tarde a una convocatoria, así que aprendió la lección y el resto de veces salía de casa con varias horas de antelación.
Su última experiencia internacional fue en Irlanda. La pretemporada con el Galway United fue dura y la exigencia física de aquella liga, extraordinaria. "Físicamente te encontrabas muy bien", recuerda. Eso sí, el estilo de juego allí es mucho más directo que en otros países, de ahí que el físico tenga tanta importancia. "Fuimos toda la temporada primeros o segundos, pero en las dos últimas jornadas perdimos un partido y empatamos otro, así que quedamos terceros", dice. Después, en el playoff se quedaron sin ascender a la máxima categoría.
Diego comparte con su hermano Cristian la visión de que es difícil volver a España: "Es verdad, cuando he estado fuera y he mantenido conversaciones, te dicen que estás lejos, que no se te ve jugar o dudan del nivel que puedes llegar a tener. Pasa eso aunque estés jugando en una liga profesional, y aquí llega un equipo de Primera RFEF y no te ve". No obstante, tiene claro que su experiencia en el extranjero ha sido positiva: "Yo lo volvería a hacer".