Le Madrilène para los medios galos, el francés para los españoles, Karim Benzema proyecta su magia desde hace años con una frecuencia inusitada. Ilusionista feraz, capaz de asombrarnos cada partido, de sorprendernos con nuevas dosis de su genio inagotable, bien merecería la recompensa de un trofeo prestigioso cuya concesión no siempre concita unanimidad.
A salvo lo que premia el Balón de Oro, que varía según las querencias de los votantes, las modas del momento – a veces, caprichosas y pasajeras -; y, últimamente, lo que decreta la dictadura de la mercadotecnia, este cronista no tiene dudas: ningún atacante tan completo ni sublime como el madridista.
Su catálogo de goles únicos, singulares, sorprendentes, es enciclopédico. Entre los más recientes y en ocasiones claves y definidoras del fútbol moderno, recuerden los de la Liga de Naciones; y el conseguido en la Eurocopa frente a Suiza, tras controlar y dirigir un pase imposible por atrasado. También el que marcó en la semifinal de la pasada Champions frente a la roqueña y enmarañada defensa del Chelsea.
Benzema reúne la fantasía de los grandes del pasado con la rapidez y fortaleza que requiere un presente que ha derivado hacia lo atlético. Por eso, sigue siendo un atacante constante contra equipos y selecciones poderosas, terreno vedado para otros aspirantes que son de otro tiempo, acostumbrados a derrapar en las grandes citas mundiales y europeas. No lo digo yo, lo dicen los números que leo.
Como es natural, consustancial al madridismo, Benzema también fue discutido. No sólo los aficionados pasan por taquilla en el Bernabéu. En el alba y en el ocaso – a veces, hasta entremedias – los astros blancos son víctimas del juicio ruidoso de la grada blanca.
Traicionado por un lenguaje corporal engañoso que transmitía una aparente apatía, sólo la confianza de todos los técnicos lo mantuvo en su puesto. No importaba que los datos señalaran que era uno de los jugadores que más kilómetros corría, siempre estaba en el disparadero de las gargantas quejosas.
Hasta tal punto que Cristiano Ronaldo tuvo que salir en su defensa para explicar la obviedad, según algunos; lo ininteligible, para otros. Benzema tenía mucha participación oculta, en penumbra, de sus goles. Los números del portugués avalan su tesis, con promedios notablemente crecientes y decrecientes en su llegada y partida del Real Madrid. Es decir, al lado o lejos de Karim.
Con la marcha del portugués, la sombra presunta se convirtió en luminosidad cegadora. Sin la atracción constante que la presencia de Ronaldo ejercía, mucho de los balones destinados a él cayeron en los pies mágicos de Benzema, cuyo talento se desbordó hasta derrocar el mínimo vestigio de escepticismo.
El nueve madridista es un jugador generoso, humilde, lejos de la idolatría que solicitan otros con recurrencia. Pasador clarividente, creador de espacios para sus compañeros, los focos no le ciegan, y no discute con el compañero que quiere lanzar un penalti en su lugar. Al contrario, lo felicita con una sonrisa.
Por si fuera poco, los años y su creciente pujanza le han convertido en un líder notable y expreso. Ya es un aglutinador en la cumbre de su juego, ahora expuesto al mundo también con su selección. Sus actuaciones han sido asombrosas, características del genio, ahora también azul.
"Siempre fui un bleu", confesó, hace un par de meses, en L'Équipe, en cuyas páginas aparece con frecuencia. Del ostracismo infundado a la titularidad incontrovertible, Karim Benzema quizás cuente ahora, además de con el apoyo institucional del Real Madrid, con el de los medios franceses que ven como suyo un futbolista especial, entregado y asombroso, capaz de lo inconcebible y de potenciar a los demás.