La mayor virtud de la España de Luis Enrique está resultando su adaptabilidad. No importa cómo transcurra esta Eurocopa. Con acierto goleador o sin él, siendo dominadores o dominados, y hasta sepultando una racha nefasta en los penaltis, el equipo sobrevive. Uno cuartos con mil caras que supo ganar el más sereno.
El tránsito previo de la sequía a las goleadas se completó contra Suiza con el favor de los rebotes. Un gol que no descentró a un rival de empaque, un equipo calculador, elástico en su ejecución y rígido en sus principios: todos corren, todos tienen claro su desempeño.
A pesar de la fortuna, España se aletargó, imprecisa, con enormes dificultades para controlar el partido. Sin juego por las bandas, el centro del ataque español era dominio de la inexpugnable defensa suiza. El tedio y el desatino común se convirtieron en la tónica del encuentro.
Sin dominio del ritmo, sin el norte de la posesión, nuestro equipo exhibe sus debilidades: la endeblez defensiva, la falta de brío, el peligro de las transiciones. Los helvéticos esposaron a nuestros creadores, mientras buscaban la carrera como amenaza principal. De forma sutil y progresiva se estaban apoderando de la cancha.
Aún así, en estas idas y venidas, el destino siguió favoreciendo a España, pues el conjunto oponente perdió por lesión a Embolo, el ejecutor velocísimo de su columna vertebral.
La sensación de fortuna en el descanso se evaporó pronto en la segunda mitad. Mientras el juego español se deshilachaba por completo, Suiza continuaba con su rigor, coriácea, con un nivel físico superior. El empate no extrañó a nadie, pues Pedri y Busquets continuaban ahogados y el cambio de Gerard por Morata no nos hizo mejores.
Sin embargo, los planteamientos y las tendencias se pierden en un momento circunstancial. Un error grosero y peligroso de Freuler, una entrada con tarjeta roja incluida, oxigenó la mente española. Traicionado por la adrenalina, arrepentido para siempre, el futbolista desequilibró a su equipo cuando su superioridad era incontestable. No ofreció a sus compañeros otra posibilidad que los penaltis, mientras que España respiraba tranquila y volvió a sus viejos hábitos: la posesión con sentido.
La prórroga fue otra historia. Con el rival en inferioridad y jugadores de refresco, España dominó a su antojo. Ya teníamos los medios para abrir el cascarón helvético: las bandas, los demarques, las combinaciones. Sin embargo, la insistencia no dio frutos, aun y cuando la paciencia forma parte de la esencia de la selección desde hace años. Volvimos a un final que recordó nuestro principio en este torneo.
Los penaltis distan de ser una lotería. Lejos de ello, el acierto depende de la técnica, la frescura y la templanza, que, además, se pueden entrenar. El meritorio esfuerzo suizo no obtuvo su recompensa. En cambio, España mostró otra nueva cara en la Eurocopa. La que resiste aun jugando mal. La que se levanta a pesar de todo. La que ya gana en los penaltis. La España camaleónica.