La duda permanente que existe sobre la legitimidad de la victoria del ganador del Tour de Francia aparece después de cada edición. La sombra del dopaje es alargada, tanto que se ha ramificado dejando a un lado la química para inmiscuirse en la tecnología. La Unión Ciclista Internacional quiere que, a base de transparencia, vaya desapareciendo esas sospechas de que los profesionales usan motores ocultos en sus bicicletas. Para demostrar que eso es un mito, la UCI llevará a cabo controles más exhaustivos en esta edición.
No es una cosa de ahora. Las sospechas comenzaron con un ciclista que sí se demostró que se dopaba. Jean-Pierre Verdy, antiguo jefe de la Agencia Antidopaje Francesa, señaló la posibilidad que Lance Armstrong hubiera utilizado durante su carrera un motor diminuto para aumentar su potencia sobre la bicicleta. De ser así, habría sido un factor incluso más crucial que el uso de EPO. En los últimos años se ha elevado esa suposición a los éxitos de Chris Froome y ahora Tadej Pogacar.
La UCI ha confirmado que un comisario técnico, dirigido desde el departamento con el mismo nombre por el exciclista Michael Rogers, estará en los autobuses de los equipos para controlar todas las bicicletas que circulan al inicio de la etapa del día con una tablet especial, un instrumento de rayos X y tecnologías de retrodispersión y transmisión. Esto también se repetirá tras la etapa del día con los ciclistas que porten el maillot amarillo, verde, lunares y blanco y "tres o cuatro ciclistas seleccionados al azar".
La organización explica que dispone de tres herramientas para comprobar en cada etapa la presencia de posibles sistemas de propulsión y almacenamiento de energía ocultos en los tubos que componen la bicicleta. El año pasado, la UCI realizó no menos de 1.008 controles de bicicletas durante el Tour de Francia, pero no revelaron ningún caso de fraude tecnológico. Eso sí, la duda quedó en el ambiente otra vez. Este año los exámenes serán aún más exigentes.
Las tablets están desde 2016 funcionando, pero presentan un nuevo software más preciso. La máquina de rayos X la introdujeron en 2018, pero han conseguido que sea más eficiente: puede generar una imagen de alta calidad de una bicicleta completa en cinco minutos. Los dispositivos portátiles que usan tecnología de retrodispersión y generan imágenes instantáneamente los llevarán los comisarios encima. De esta forma, podrán usarlos en cualquier momento.
Está claro que la UCI se toma muy en serio la amenaza del dopaje mecánico. "Nuestra gama de herramientas para luchar contra cualquier forma de engaño nos permite llevar a cabo controles rápidos y efectivos", dijo Michael Rogers, jefe de carreteras e innovación del organismo internacional. El australiano quiere "garantizar que las competencias de ciclismo sean justas" y "proteger la integridad del deporte", algo que se ha puesto en duda cuando él mismo era profesional.
Si bien las acusaciones de dopaje mecánico se han lanzado desde al menos 2010, el único uso confirmado de una bicicleta con un motor oculto en una competición de élite ocurrió en 2016. No fue ni tan siquiera en una prueba de la talla del Tour, ni en una prueba de ciclismo en ruta ni contrarreloj. Fue en el Campeonato Mundial de Ciclocross. La favorita para llevarse la prueba Sub23, Femke Van den Driessche, fue sancionada por seis años y multada con 20.000 francos suizos
El dopaje mecánico
Los primeros signos de doping mecánico en el ciclismo fueron unos rudimentarios motores ocultos en el tubo vertical, el que va desde la tija del sillín a la caja de pedalier. La tecnología ha avanzado tanto que ahora se habla del uso de imanes ocultos en las ruedas que son mucho más difíciles de detectar. Más allá de Armstrong, Fabian Cancellara vivió en 2010 una tormenta sobre sí mismo cuando dejó de rueda a Tom Boonen en el Kapelmuur durante el Tour de Flandes de ese año.
Cuatro años después, con la proliferación de las redes sociales, surgieron nuevas sospechas de dopaje mecánico en el ciclismo, con imágenes de las ruedas girando sin pedalear, alimentando los rumores. A raíz de esto, en Francia e Italia se llevó a cabo una investigación detallada de la que se desveló que los motores ocultos se habían utilizado en varias clásicas de primavera, como el Tour de Flandes. A partir de ahí a la UCI no le quedó otra alternativa de introducir controles más rigurosos.
Como para el dopaje químico había una gran mente pensante, el doctor Ferrari, para el tecnológico está Istvan Varjas. Este ingeniero húngaro explicó en Le Monde cómo funcionaba su tecnología que reconoció haber tratado de vender a equipos. Este describió un motor escondido en el eje de la rueda y con un coste de unos 50.000 euros. Dijo que por una suma cuatro veces mayor que esto, hay disponibles motores electromagnéticos muy sofisticados.
Varjas explicó que "se activa remotamente a través de bluetooth, mando a distancia, un reloj". Esto da posibilidades incluso de hacerlo funcionar a través del pulsómetro en función de los datos fisiológicos del ciclista. También se puede hacer desde el coche del equipo y el ciclista no ser consciente de que está equipado con un motor. La ventaja de esta tecnología es de una explosión de 15 segundos de potencia que le permite obtener ventaja sobre sus rivales. Ni un producto dopante daba esa ventaja.