El pasado sábado, Oleg Tinkov descargó una bomba en Cyclingnews.com. “2016 será la última temporada de mi equipo en el pelotón”. Así, de un plumazo, el díscolo millonario ruso firmó el acta de defunción de Tinkoff, la escuadra en cuyas filas compiten la gran estrella universal, Alberto Contador, y el vigente campeón mundial, Peter Sagan.
“Me voy porque me he dado cuenta de que nadie quiere ayudarme a cambiar el modelo de negocio de este deporte. En estos últimos años he intentado pelear con ASO [Amaury Sport Organisation, organizadora del Tour] y con la UCI [Unión Ciclista Internacional]. He intentado encontrar vías de ingreso en los derechos de televisión, en la venta de merchandising, en la venta de entradas… Pero nadie me ha apoyado de verdad ni se ha puesto de mi lado”. Rompe para lanzar una reflexión, según él, filosófica. “Me he sentido como Don Quijote”. Y termina con uno de sus habituales exabruptos. “Pero, si a nadie le importa esto, ¿por qué debería importarme a mí? ¡Que les den por culo!”
En el particular Quijote de Tinkov, más que molinos, hay gigantes con pies de barro. El ciclismo es un circo cuyos equipos de categoría World Tour, primera división mundial, mueven decenas de millones de euros; y cuyas mayores competiciones rebasan el centenar de presupuesto. Es el mayor escaparate de una industria próspera como la bicicleta. Y sin embargo, todo el tinglado está edificado sobre cimientos poco sólidos. La mayor parte de los ingresos del ciclismo profesional masculino de carretera viene del patrocinio de empresas ajenas al mundillo. Y ésta, en un momento en que el márketing evoluciona a ritmo vertiginoso, no es la mejor fuente de la que beber.
‘Revenue sharing’
Sólo uno de los actores del ciclismo profesional tiene otra vía de maná. Son los organizadores de las grandes carreras, que comercializan los derechos televisivos de sus pruebas y no comparten los beneficios que estos arrojan ni con los participantes que efectúan la competición ni con las federaciones que la regulan. También cuentan con la inversión de los lugares que quieren acoger la carrera. Incluso los patrocinadores prefieren asociarse a ellas para difundir su imagen aprovechando la gran popularidad y magnitud de los eventos.
Todo esto coloca a los organizadores en una posición de riqueza y estabilidad envidiable para el resto de actores. Tour de Francia y Giro d’Italia son centenarios y llevan disputándose ininterrumpidamente desde la Segunda Guerra Mundial; la Vuelta a España puede decir otro tanto desde 1954. El equipo más antiguo de la primera división, Movistar Team, “sólo” tiene 36 años. La mayoría de escuadras de la categoría no superan la década de vida.
El resultado de esto es una apreciable posición de poder para ASO, organizadora de Tour de Francia y Vuelta a España, y RCS Sport, organizadora del Giro d’Italia, frente a la UCI y los equipos. Estos se encontraban agrupados en una asociación, la AIGCP, que casi nunca actuaba unida por el miedo de algunos de sus miembros (principalmente, los franceses) a enfrentarse con ASO. A resultas de ello, los disidentes, con Tinkov a la cabeza, se agruparon el pasado invierno en un ‘lobby’ llamado Velon.
Ya antes de constituirse, la principal reclamación de Velon hacia los organizadores era el denominado ‘revenue sharing’, o acceso a un trozo de la suculenta tarta de los derechos televisivos. Mientras RCS Sport escuchó e incluso cooperó a cambio de una mejor participación, ASO se mantuvo firme en su posición. La UCI, por su parte, hizo de Don Tancredo. Brian Cookson, presidente de la federación internacional desde septiembre de 2013, tomó una posición discreta y se limitó a trabajar en el proceso de Reforma de la estructura del ciclismo mundial que había iniciado su predecesor y antagonista, Pat McQuaid.
El silencio displicente
“Pero la Reforma no tenía apoyo universal, ni siquiera amplio, ni entre los organizadores ni entre los equipo. No gustaba ni a los aficionados”, explicó Cookson a la revista estadounidense Velonews. Efectivamente, el paso de la estructura actual del UCI World Tour (con unos 150 días de competición y 18 equipos) a otra sustancialmente distinta, que exigía recortar tanto en carreras como en escuadras, no era del agrado de la mayoría de actores. “Así que en los últimos dos años nos hemos dedicado a revisar el proyecto de arriba a abajo”.
Los intentos de Cookson por crear un consenso generaron por contra una tensión enorme, particularmente, en el seno de ASO, que en junio amenazó con retirar todo su portfolio de eventos del calendario UCI. Según la web australiana Cyclingtips, la razón tras este órdago fue que el borrador de la Reforma rezaba que los equipos World Tour recibirían licencias valederas por tres años en lugar de las actuales de hasta cuatro revisables.
Esto fue interpretado por ASO como una concesión de la UCI a Velon, por cuanto permitiría a los grandes equipos negociar patrocinios a largo plazo con los que ganarían fuerza y poder de negociación de cara a alterar el modelo de negocio vigente. La situación fue tan delicada que unos meses después, en el congreso anual de la UCI, se especuló con la posibilidad de una moción de censura espoleada por ASO para cortar la cabeza de Cookson y situar su corona sobre David Lappartient, presidente de las federaciones francesa y europea… amén de vicepresidente de la internacional.
El juego de tronos no se materializó y Cookson y su equipo han llegado vivos hasta la pasada semana, cuando una reunión en Barcelona supuso la puesta de largo de una Reforma que ya había sido rechazada de antemano por la Asociación Internacional de Carreras Ciclistas (AIOCC), manejada por ASO. El encuentro debía durar dos días; sobró medio. Los representantes de ASO no dijeron sí, no, ni todo lo contrario. Se limitaron a un silencio displicente que promete sobresaltos.
Revolución o evolución
En espera de la reacción de ASO, lo cierto es que el contenido final de la Reforma ha resultado ser un café para todos que no ha convencido a nadie. “No es una revolución, sino una evolución”, defiende Cookson. “Me da la sensación de que no estamos muy de acuerdo”, indicó crípticamente Jim Ochowicz, máximo responsable del equipo BMC, uno de los miembros de Velon. Las escuadras tenían motivos para la enhorabuena: consiguieron licencias de tres años, que correrán de 2017 a 2019. También tendrán derecho a alojar en su seno un equipo filial de 10 ciclistas que se sumarían a su plantilla profesional de 30, a diferencia de la fórmula actual en los que deben crear una segunda infraestructura para tener una escuadra de promesas. Y, lo que es más importante, podrán percibir compensaciones económicas directas por parte de los organizadores por llevar a los ciclistas estrella a competir en sus escenarios. No es como recibir por norma una parte de los derechos televisivos, pero sí es una forma de arañar rédito a los eventos.
En la trinchera de los organizadores, una serie de carreras que hasta ahora se encuentran fuera del UCI World Tour, como la Vuelta a California o la Vuelta a Turquía, han visto como se abrían ante sí las puertas de la primera división, que ampliaría su calendario hasta los 180 días de competición. Esto vendría a diluir el peso relativo de los 61 días que gestiona ASO. Por su parte, RCS Sport ejerce en las últimas fechas una influencia escasa pese a sus 30 días de competición de primer nivel. La empresa se halla a la venta porque su matriz, RCS, necesita liquidez. Como contábamos el pasado viernes, Wanda Sports, IMG y Discovery, todas ellas gigantes de la industria del deporte y lo audiovisual deseosas de desembarcar en el ciclismo, han realizado ofertas en firme, según reconoció un portavoz de RCS a la web italiana Tuttobici.
Prácticamente ninguna de las novedades relativas a la Reforma han sido comunicadas oficialmente por la UCI, que no ha hecho público documento oficial alguno más allá de un comunicado escaso en detalles. Son los actores quienes se han dedicado a filtrar los contenidos de la Reforma, siempre a su conveniencia y en medios afines. Mientras campea el clima de incertidumbre respecto a 2017 y más allá, la campaña 2016 se iniciará oficialmente dentro de un mes en Australia con el Tour Down Under. Puede ser la última temporada del ciclismo tal y como lo conocemos, o simplemente un paso más en el camino de los gigantes de pies de barro.