Ni siquiera el centenario de la muerte de Cervantes ha detenido el avance imparable de basket, uno de los engendros de mayor calado de la casta lexicográfica del deporte. Esa que no se conforma con el idioma de Quevedo, de Góngora, de Pío Baroja y de García Márquez, y que, en su petulante ignorancia lo desprecia y lo maltrata porque les hace más gracia la fonética extranjera.



No sé si podemos presumir de muchas cosas en España, pero nuestro patrimonio cultural es riquísimo. Y un legado que debemos preservar. Sin embargo, seguimos anidando el complejo -cada vez menos explicable- de que todo lo que viene de fuera nos suena mejor. Tanto, que la pérdida de palabras y los matices del español se está convirtiendo en un exterminio preocupante.



Uno de los signos de la modernidad vacua son las jergas gremiales. Parecen creadas para que solo se entiendan entre sus miembros, me imagino que con la intención de deslumbrar al resto de la humanidad para que les considere personas muy sabias. Lo que antes ocurría en la visita al médico o al abogado, te ocurre ya cuando vas a la peluquería: que no entiendes lo que te dicen. El caso es que hoy en día resulta difícil, cuando no imposible, mantener una conversación con un asesor financiero o leer un artículo de moda sin tener un intérprete a mano.



Más me duele que la gota que ha colmado el vaso de mi paciencia haya sido el uso cada vez más extendido de la palabra basket en lugar de nuestra sonora BA-LON-CES-TO, silabeada de forma contundente por Pepu Hernández al regreso de la conquista del campeonato del mundo en 2006. El hecho resulta tan inexplicable -salvo por ese comentado esnobismo tan español-, como absurdo.



Porque absurda es la adopción de un término que no se utiliza en su país de origen donde se refieren al basketball, como es natural, ya que al decir basket se dice cesto. En resumen, uno de esos hallazgos tan nuestros, como el parking o el footing. Por cierto que, este último, importado del francés, ha dado paso en nuestros días, por mor de la mercadotecnia y la publicidad a una nueva modalidad que, si no es la más antigua de la historia, por ahí andará: el running. En nada, andarán hablando de la soledad del runner de fondo.



Volviendo al baloncesto, desde que muchos no solo admiraron, sino que quedaron deslumbrados por los usos y costumbres de la liga americana, la invasión no ha cesado. Los dirigentes de la ACB anduvieron en su día muy preocupados por copiar a la NBA, así que play-off se incorporó al uso habitual para designar tanto una liguilla como una eliminatoria de cualquier tipo, incluso para desplazar a promoción, término tantos años usado en el fútbol.



En aquellos años, los famosos falsos amigos de los cursos de inglés se colaban todo los días con las dobles figuras (en lugar de cifras dobles) de los jugadores y con los baloncestistas muy físicos. Tanto se colaron, que mis amigos me preguntaban que cuántos días había que ir al gimnasio para ponerse así de físico. Y, claro, tampoco faltaban traducciones literales sin sentido, como la de“McFoster corre muy bien la pista”. Suerte para este jugador que tiene esta habilidad y no la de correr por la grada, pensaba yo entonces. Por cierto, esta es otra característica de quienes abogan por el inglés por ser una lengua más sintética: que no le importa atestar su parla vacua con palabras de relleno (esos auténticos golazos; ¿acaso los hay falsos?) y circunloquios infinitos. Como hemos oído de forma machacona estos días, pudiendo decir que caerán precipitaciones en forma de nieve para que vamos a decir que nevará.



Hoy en día, seguir una trasmisión televisa de baloncesto puede ser un suplicio. Los comentaristas incorporan expresiones estadounidenses a mayor velocidad que Curry lanza a canasta. El famoso pick and roll es ya una antigualla entre analistas que parecen pugnar para que cada vez los entendamos menos. Ni consultando entre bilingües forofos hay manera de descubrir lo que dicen.



Otras muchas presiones, y no solo la del imperialismo americano (ahora que Trump es el presidente se puede decir con tranquilidad) sacuden a nuestro maltratado idioma, asaltado por entusiastas narradores que tan pronto consiguen que un jugador recepcione el balón como que los ciclistas sean unidades. Por suerte, de momento solo los esforzados de la ruta lo son. No me gustaría ver a mis hijos y sobrinos, baloncestistas y futbolistas, convertidos en unidades.



Hace escasos días se refirieron al incombustible alero alto que desde hace unos años juega en el bocho, como “Álex Mumbrú, el jugador catalán de Bilbao”. Y a las pocas horas en una radio pude oír a un locutor llamar a Messi, “el jugador de Barcelona nacido en Rosario”. Creo que ni la CUP sueña con tanto despliegue territorial.



No creo que me mueva un ánimo purista, sino el de dejar constancia de que nuestro idioma merece ser respetado y que su función principal es comunicar. Este erradicación sistemática de los artículos deriva en un galimatías para quienes con curiosidad ignorante nos acercamos a algún deporte, pues en ocasiones no llegamos a dilucidar si los locuaces locutores se refieren a jugadores, a equipos o a ciudades. Aunque claro, desde que los futbolistas comenzaron a correr por banda, a chutar con pierna izquierda y a tocar balón, estaba claro que los artículos tenían los días contados. Acabaremos hablando como Boskov y sus paisanos. Al fin y al cabo, fútbol siempre fue fútbol.