La primera vez que Enrique Morente vio a Aurora Carbonell fue en el Café de Chinitas. La Pelota bailaba y cantaba junto a su hermana en el tablao madrileño, ambas Carbonell y de origen gitano, la misma familia que veía con malos ojos a aquel Montesco payo, de pelo rizado, que soñaba con llevarse a su Granada a la bailaora. La noche que pudieron hacerlo fue la primera de muchas, trayendo con ella confidencias y amores que aún debían de durar varias décadas.
Tras la muerte del cantaor, en 2010, Aurora y Enrique se reencuentran de nuevo en la voz y las palabras de su hija. Soleá Morente publica un disco desde el que aborda la historia de sus padres, valiéndose de la perspectiva de su madre para recrear la primera noche que cruzaron el Albaicín juntos, escuchando los cantos de los pájaros, sellando un pacto que los uniría de por vida; y que les convertiría en aquel matrimonio que "era capaz de conseguir cualquier cosa cuando estaban juntos".
Aurora y Enrique es además el primer trabajo enteramente firmado por la Morente. Un disco que sirve como "punto de inflexión" a la artista para aseverar una voz propia, encontrando inspiración en la historia de amor de sus padres y llevando al oyente por una geografía personal desde los ojos de quien mejor conoció a ambos: su propia hija, fruto del mismo amor que ahora ella trata de homenajear.
En Aurora y Enrique no solo tratas la historia de tus padres, también te has lanzado a componer la totalidad del álbum. ¿De dónde parte el proyecto?
Es la primera vez que escribo un álbum entero, siempre lo había hecho con otros compañeros. El punto de partida de esta aventura fue durante el confinamiento, con la segunda canción del disco, Ayer. A través de un encargo que me hizo el cantaor Francisco José Arcángel me lancé y desde ahí empecé a confiar un poco más en mí y acabaron saliendo otras letras e ideas.
Supongo que utilizaste esos días para recomponer la historia de tus padres. El Café de Chinitas donde se conocieron está presente, por ejemplo.
Mi madre trabajaba el Café de Chinitas, y un día mi padre fue a ver el espectáculo, se encontraron y ya estuvieron juntos para siempre. Durante la pandemia fueron días delicados, en los que lo que me pedía el alma y la intuición era volver a las raíces, a lo que me conforta y me hace fuerte. Y una de esas cosas es el amor de mis padres, recordar esa historia me hizo mucho bien.
Empecé a escribir poniéndome en el lugar de mi madre, me imaginaba cómo se sentía ella con esa partida del amor. El proceso de quien se queda amando en la Tierra, cómo recuerda la historia y gestiona la ausencia. En ese mismo momento estaba escuchando mucho Carrie & Lowell, el disco que Sufjan Stevens le dedicó a sus padres biológicos cuando fallecieron, fue una inspiración determinante a la hora de enfrentarme a este álbum.
En esa idea de jugar con la ausencia, Sufjan Stevens trataba de crear un relato del vacío. Supongo que tu forma de enfrentarte a esta historia tiene un poso parecido. Tratándose además de una figura tan potente como la de tu padre tuvo que ser todo un reto.
Si, es una persona —porque normalmente hablo en presente de él— con una energía muy fuerte. Si ha marcado al público y a sus admiradores, imagínate a sus hijos y a su mujer. Fue una ausencia muy fuerte. Pero, también pienso que es algo común a cualquier hijo que pierde a su padre. Yo tenía 25 años, ya era mayor, pero necesitaba mucho a mi padre.
Poco antes de fallecer, uno de sus últimos regalos fue el de grabar tus primeras canciones, justo cuando acababas de terminar la carrera de filología hispánica. ¿Cómo fue ese momento?
Fue justo así, tuvimos una conversación el día que terminé el último examen de la carrera. Era septiembre y me había quedado alguna asignatura. Cuando llegué a casa con el certificado, me dijo: “Este reto ya está conseguido, ahora vamos a elegir unas canciones”. Muchas veces los padres saben cosas de las que tú no eres consciente, así que escogimos los temas y empezamos a trabajar en ellos. Él ya intuía algo sobre mí en ese momento.
Tu sonido siempre giró en torno a muchísimas influencias contemporáneas, que es un rasgo que supongo que tu padre también te inculcó.
Claro, era una persona que consumía todo tipo de cine, música y literatura. Tenía una enorme curiosidad y eso es algo que me ha influido mucho porque mis padres me educaron en la diversidad. Mi madre es pintora, poeta, bailaora y gitana. Con una sabiduría muy especial. He tenido la suerte de beber de todos estos manantiales tan generosos, así que era muy difícil no canalizar todos estos estímulos que me inculcaron.
Tu madre es el catalizador de este disco y la mirada principal de la historia de una pareja que además trabajaba codo con codo cada día, con un constante ir y venir de ideas entre ambos. ¿Cómo funcionaba ese proceso?
Esa es una de las cosas que más me han impactado de la relación de mis padres. Era muy emocionante verlos trabajar juntos, de una forma tan natural. En las casas que hemos vivido, la cocina no estaba separada del salón, que era el lugar de trabajo de mi padre. La mayor parte de las ideas surgían de esa cotidianidad. En un día cualquiera, mi madre estaba con la olla exprés mientras mi padre escuchaba un cante de Marchena o lo último de Sonic Youth, y que mi madre le decía: "Ese ritmo de los roqueros esos parecen unos tangos, podríamos usarlo". Trabajaban así, en el día a día y casi sin pretenderlo. Las cenas, comidas y sobremesas se convertían en fábricas de ideas.
Recuerdo cuando éramos pequeños, y nos mandaban a dormir, cómo ambos se quedaban trabajando hasta las tantas. Escuchaban música juntos o mi madre le hacía el compás a mi padre mientras improvisaba para sacar cantes. Eran una pareja muy espectacular, yo siempre digo de broma que eran unos Bonnie y Clyde. Siempre me ha impactado que juntos parecía que eran capaces de conseguir cualquier cosa, todo era posible. Sentía que tenía que homenajearles como es debido.
Me gustaría preguntarte también por ese miembro de la familia no-oficial, Federico García Lorca. Me contaron que cuando grabaste Ole Lorelei, tu primera impresión del estudio de Carlos Díaz en Granada era la de que eso era la casa del escritor y que podías hasta sentirle.
Es una presencia que siempre ha estado en casa. Desde que era muy pequeña he escuchado a mi padre cantar sus poemas y hablar sobre él, era como un familiar más. Mi padre ha cantado a muchos poetas y escritoras, tenemos una gran biblioteca entre Madrid y Granada, pero lo que más se repite son las obras de Lorca.
¿Qué le gustaba leer o escuchar a Enrique cuando estaba con los suyos?
Es que era tan sorprendente que nunca sabías por donde te iba a salir. Una de las últimas cosas que hizo fue musicalizar la última carta de Cervantes al Conde de Lemos, pero lo mismo podía hacer eso que leer el último libro de Patti Smith. Era una caja de sorpresas. Pero también nos inculcó cosas tan simples como lo bonito que era el canto de los pájaros. Era una persona muy especial.
Tu madre ha contado en alguna entrevista que fue nunca se había fijado en el canto de los pájaros hasta que conoció a tu padre.
Mi madre hasta el último día estuvo sorprendida por mi padre. Me parece tan bonito que después de tantos años no dejes de ilusionarte y sorprenderte de la persona a la que quieres, creo que es un milagro.
Hablas con mucho romanticismo sobre ellos.
Seguramente la tenga idealizada, pero siempre tuvo en ellos un referente de entendimiento, diálogo y cordialidad. Además, cuando se te priva de disfrutar de esa relación, en cierta medida, también te impacta. Es duro que no pudiesen disfrutar el uno del otro durante muchos más años.
¿Qué sensación te ha quedado después de hacer este disco? Con toda la carga emocional que acarrea.
Me quedo con una sensación que nunca había experimentado, de alegría e ilusión por sacar un disco escrito por mí. Dudaba, incluso, de si llegaría ese momento. Es una cuestión sobre todo de autoestima, en el confinamiento no tuvo otra opción más que ponerme a escribir y componer yo sola. Pero jamás pensé que fuese a publicarlas y mucho menos que tuviese tan buen reconocimiento. Eso es algo muy importante para mí como mujer y como artista.
Es cada vez más difícil dedicarse al arte, hay que enfrentarse al sistema y a las clases dominantes. Si consiguen que no te dediques al arte es mejor para ellos. Hay que luchar contra esa presión y seguir haciéndole caso a la intuición y reivindicando la sensibilidad. No nos lo ponen fácil, pero no hay que darles el gusto de que nos callen la boca.