Luis Eduardo Aute era un jugador. Es fácil recordarle aún con sus pintas jóvenes de Jesucristo fumador -lúcido, hermoso y medio extraterrestre-, abstraído por una guitarra, una libreta o un lienzo, construyendo poemitas a pico y pala. Liándola siempre entre la metafísica, el amor carnal y la greguería.
Aute pacífico y triste, prolífico y obsesionado, plácidamente político. Viendo vaginas abiertas en las baldosas del baño, encaramándose a un escenario en Vallecas para defecar en la Unión Europea. Lo cantó él mismo: "Vivir es más que un derecho, es el deber de no claudicar". Cuando el mundo no le bastó creó Albanta -como el Macondo de García Márquez o la Comala de Rulfo- para montarse allí el chiringuito lírico, para estirar bien las piernas mentales. En Albanta -el nombre lo inventó su hijo- nada malo pasa.
El niño que nació en la Manila de 1943 tenía dones en los cinco dedos de la mano: hablaba seis idiomas, escribía, pintaba, esculpía, dirigía, componía. "Yo tenía curiosidad por ver qué era España y pensaba que aquí la gente se vestía como en los cuadros de Goya, y con pelucas", contaba. "Siempre me ponía a copiar las pinturas de los clásicos, pero sobre todo, los desnudos. Al ser arte, no había ni un tabú". La vida del artista se cuenta por imágenes: Aute muy crío, viendo La Ley del silencio y Niágara, aprendiendo pronto de redenciones y erotismos. Aute grabando cortometrajes que fueron rechazados por "inmorales". Aute queriendo ser aparejador, pero sólo por dos semanas.
Siempre me ponía a copiar las pinturas de los clásicos, pero sobre todo, los desnudos. Al ser arte, no había ni un tabú
Aute huyendo a los 20 años a París, descubriendo a Brassens, a Paul Éluard y a Nietzsche -y viendo películas prohibidas en España, como Lolita de Stanley Kubrick-. Aute en el servicio militar en Lérida: suerte que su capitán era aficionado al dibujo y le daba tiempo para terminar los cuadros que iba a exponer en California. Aute componiendo maravillas a regañadientes, farfullando que él era pintor y no músico.
Animal cultural contra el franquismo
En cualquier caso, era un animal cultural. Decía que la mayor riqueza de un país era la cultura; que la cultura era libertad. "Es difícil que exista un país culto que se haya sometido a una tiranía. Es lo que nos diferencia de las bestias: el deseo de conocimiento". Siguió molestando lo que pudo con 24 canciones breves, una suerte de crónica política y social de aquellos años. El disco esquivó el yugo franquista, pero, muy probablemente, porque los censores eran estrechos de mente y carecían de imaginación, porque las letras eran, aunque metafóricas, bastante alumbradoras: "Yo pertenezco al lamento que un pan no silenció / yo pertenezco a esa gente que alguno traicionó" o "algunos hombres parecen perros que quieren hablar".
Es difícil que exista un país culto que se haya sometido a una tiranía. Es lo que nos diferencia de las bestias: el deseo de conocimiento
Hablaba de la opresión en Pájaros de alas cortadas ("sus alas de hoy no vuelan, no baten / hay voces que mandan cortarlas / por miedo a sus justas palabras") y de la humillación en Crucificado: "Cuando callas tus razones por el miedo / cuando a tus hijos ves crecer en el hambre / eres un crucificado". Después de describir el pánico y el agujero en el estómago de aquella vida grisácea, instaba siempre a la revuelta: "Despiértate, despierta de tu crucifixión".
Era 1970 cuando la censura cerró la revista Poesía 70 por su culpa: había colado un poema visual con un desnudo. Aute frotándose las manos. "Cuando te pienso desnuda / ahora que ya no me esperas / hembra mía / duelen tanto los planetas... cuando te pienso desnuda / en otros brazos, perversa", salivaba en Canciones eróticas. El cantautor decía que puede perderse el sentido de la vida, pero jamás de los jamases el sentido del humor. Se descojonaba de sí mismo; de su raza pusilánime de poetas con guitarra.
Por eso se dedicó el Autotango del cantautor, para remendar las vergüenzas del gremio: "Qué me dices, cantautor de las narices, qué me cantas con ese aire de funeral / si estás triste, que te cuenten algún chiste / si estás solo, púdrete en tu soledad / vete al cine, cómprate unos calcetines, date al ligue, pero deja de llorar / ¿o es que acaso yo te canto mis fracasos?". Si se levantaba satírico -con toque krahiano- se marcaba un Babel (1976), pero sin casarse con nadie.
En Los fantasmas, por ejemplo, describía a dos tipos estándar de la Transición. Aquí uno: "El primero corre con el Porsche, caza, farda, y tiene en Suiza un fortunón; tiene un tío en el gobierno, escudo de armas (no da golpe), y fina educación. Siempre tiene un cóctel, una boda y una cena, qué tremendo problemón, se viste de playboy, dice 'ciao' y 'camarero, sírveme otro bourbon".
Y aquí otro: "El segundo es plurimarginado, está de adorno en la mesa de algún pub; es un erudito, está en el ajo de las cosas y en el quid de la cuestión, va de arte y ensayo con cronómetro, cuaderno y quinta fila, por favor; todos son unos vendidos, menos él, que es puro y mártir de la incomprensión". Las dos Españas -todas las Españas, en realidad- convergen en la letra de Aute.
Entre lo mundano y lo etéreo
Porque Luis Eduardo no acaba de plantar el huevo, no se sabe si es hueso o humo, mundano o etéreo, dónde amanece ni dónde acampa. Tiene un cordón umbilical hacia la bestia y otro hacia el ángel. Mezcla todas las realidades, inventa palabras, soba el cuerpo y después lo trasciende. "Quien pone reglas al juego se engaña si dice que es jugador, lo que le mueve es el miedo de que se sepa que nunca jugó", canta en De paso. En el 78, en Cuba, contrajo tuberculosis y se pasó cinco meses en reposo, leyendo tanta filosofía que le supuso un tránsito del ateísmo hasta cierto tipo de espiritualidad. "La ciencia es una estrategia, es una forma de atar la verdad... que es algo más que materia".
Quizá una de las creaciones más hermosas del cantautor de la dignidad es Al alba, de corte lorquiano: "Si te dijera, amor mío / que temo a la madrugada / no sé qué estrellas son estas / que hieren como amenazas / ni sé qué sangra la luna / al filo de su guadaña". Es un himno dedicado a la memoria de los asesinados por el régimen franquista, una oda en contra de la pena de muerte. "Los hijos que no tuvimos / se esconden en las cloacas (...) Miles de buitres callados / van extendiendo sus alas / ¿no te destroza, amor mío / esta silenciosa danza? / Maldito baile de muertos / pólvora de la mañana".
Todas las canciones del maestro reconcilian con un derecho último, con el respeto inherente al ser humano. El amor se quedaba corto. No se deshizo nunca Aute de ese Perro llamado dolor -que en 2001 fue un proyecto de animación a partir de más de 4.000 dibujos a lápiz-: la película tomó su nombre del perro de Frida Kahlo y su línea argumental, compuesta de siete historias, es la de la relación entre el artista y su modelo, con un conductor, el can.
No se irá nunca el hombre de los versos cortos y el pensamiento largo. Se quedó en su esposa, en sus hijos, en sus mil amigos. En la campaña del 93 por Izquierda Unida. En los conciertos con Silvio, las películas con Chávarri y los poemas con Sabina. En los viajes hacia adentro. Se quedó en esa España sin whatsapp que le llamaba "inmoral" sólo porque pensaba en sexo y derribaba las barreras de la letra. Se quedó en sus pinceles, en el tono pausado y astuto de su discurso. 35 LP, 15 poemarios, 10 películas, 30 exposiciones individuales.
En los últimos tiempos, se mostraba convencido de que habíamos sobrevivido al capitalismo y que esto que tenemos ahora entre las manos no es más que feudalismo. Hablaba de un fin de época. Se asomaba con terror a un tiempo nuevo basado en dos religiones monoteístas: la tecnología y el fútbol. Sonreía con su gesto de John Lennon trasnochado y se encogía de hombros, con la tranquilidad de no haber ido nunca de profeta. Luis Eduardo no era un vendedor de ideas, era una idea hecha carne. Y ya nos consoló por adelantado: el pensamiento no puede tomar asiento. Mira que era canalla: ser Aute es estar siempre de paso.