En los veranos lentos y espesos de Madrid -cuando parece que nunca volverá a suceder nada reseñable- suena Aceite, una canción de La Estrella de David que te mece en tumbonas invisibles. "Iba a ser todo tan bonito, iba a estar tan bien. Y no salir de la cama en un mes, y tú me cuidarás y yo te cuidaré: iba a estar tan bien", canta. Ya lo avisa en ese tema: David Rodríguez vino de Sant Feliu a insuflar exquisitez, oscuridad, delicadeza, escepticismo y, sin embargo, ternura -todo a la vez- a un panorama indie más bien monótono y, además, muy pagado de sí mismo. Aquí estaba la sorpresa: en un hombre discreto y cano, con las comisuras medio irónicas, medio desencantadas y unas gafitas de sabio-cenizo con las que escruta el mundo.
No para de hacerse preguntas: eso da parálisis, comenta. A él le divierte no hacer nada, sentarse a ver qué pasa, observar a su hija crecer, leer a José María Fonollosa, cocinar algo cutre pero suficiente, aplazar las tareas, tomar una cerveza en un bar cercano. "A los escritores no les gusta caminar", como decía el protagonista de la Ópera prima de Fernando Trueba. Y, en esencia, así funciona aquí. David es un creador de culto que amasa pereza para ir acumulando genio, pero él nunca lo reconocería. Todavía no se cree lo brillantes que son sus canciones. Ya lo puede gritar la crítica especializada. Ya las puede celebrar el público que fue a verle al Teatro Pavón hace unos días. Nada.
Las va lanzando así, como cuchillos a la garganta propia: "Cariño, aunque lo nuestro fue fuerte, la vida se abre paso inteligente". O "la canción protesta... y el cantante también". O "el amor romántico me gastaba el sueldo en taxis de noche para ir a tu pueblo". Da igual: todos los temas de su último trabajo, Consagración, publicado a finales de 2018, tienen un hilo del que tirar. Historias sencillas y suficientes, frágiles. Burlonas a ratos, románticas. Inevitablemente amargas.
Empezó su carrera hace más de veinte años: primero en bandas independientes, luego como productor de Los Punsetes, Soleá Morente o La Bien Querida, y ahora persiste en solitario. Con todo, sigue sin darle mucha importancia ni a la música, ni a sí mismo. En la portada de Consagración aparece sacando las bolsas de basura al portal. Siente que publicar hoy un disco es algo así.
Quedamos con él en el Kamikaze, nos deja pasar a la prueba de sonido, vamos a contrarreloj, la actuación empieza a las 20.30h -y él siempre con esa amabilidad natural y esa calma que es pachorra-. Venga, un cigarrito, por qué no. Cruzamos a un bar silencioso en plenas fiestas de San Cayetano. Nunca hay prisa para La Estrella de David. Ni aunque llegue tarde a su propio concierto.
¿Por qué parece que estás tan triste?
No estoy triste, ¿lo ves? (ríe).
“¿Lo ves? No has entendido nada”.
No, bueno. Es que cuando estoy cantando no me pongo en plan tibio, pero ahora estoy mejor de lo mío. No estoy tan triste. De verdad.
Más que por tus letras, lo pensaba por las entrevistas que he leído. Se te veía afligido.
Siempre me dibujan como deprimido. Que no, que no. Yo no creo que mis letras sean tan tristes. No soy una persona especialmente triste. Hombre, tiendo a la depresión y todo el rollo, como todo Cristo, pero uno contra la depresión lucha con humor. En eso estamos. Soy un humorista depresivo.
¿Qué carajo es el indie?
No lo sé.
Independientes, ¿con respecto a qué?
¡Eso digo yo! No sé lo que es. Cuando salió en los noventa, teóricamente era una reacción contra la música multinacional, y ahora ya no sé qué es, quizá una etiqueta que se usa para vender cervezas. Poco más.
No te sientes dentro de ninguna corriente.
Mi pandilla, quieras que no, ha acabado en el nicho este del indie. Mis amigos y tal. Ahora, que yo me sienta indie… si “indie” significa que canto mal, sí, soy indie.
En algún momento ha empezado a sonar como algo peyorativo.
No sé si moló alguna vez, la verdad. Molaba para los cuatro enteradillos pijos, pero vamos, “indie”… yo entendía “indie”, cuando empecé, como sinónimo de punk. Iba de tocar un poco las narices. Pero con ambos conceptos ha pasado lo mismo.
¿Cómo se envejece en el indie? Me da la sensación de que en el rock se envejece mejor, pero quizá en el rap o el indie se arrastran ciertas actitudes más adolescentes.
Hombre… el discurso indie siempre ha sido bastante adolescente. Las canciones siempre han sido de estímulos de juventud.
Desideologizadas.
Totalmente. Los que le querían meter cuñas políticas estaban bastante despistados. Pero hombre, hay gente que está envejeciendo bien en el indie. Pienso en Fernando Alfaro, que es un señor que siempre ha escrito canciones para viejo siendo joven. Fernando es un referente de cómo envejecer bien en el indie. Luego, para hacerlo mal, está el síndrome este de Peter Pan con el que no me siento identificado, y creo que Fernando tampoco.
¿Te da miedo la imagen esa del no asumir el paso de los años?
Es una perversión. Como estos japoneses que compran bragas de niña en los expendedores.
¿Cómo es un día normal en tu vida?
Depende. Una semana estoy con mi hija… lo que intento hacer siempre es procrastinar. Procrastinar es lo que más hago. Estar en la chaise long.
¿Con psicólogo o sin psicólogo?
Sin psicólogo. También hago mucho lo de dejar para mañana lo que puedo hacer hoy. Y bajar a la calle por la tarde a tomarme una cerveza.
¿Cómo comes?
Mal. Muy mal. Pues nada, me hago mi pasta, mi mala comida. Trabajar no se me ha dado nunca bien.
En Noche de Blanco Satán hablas de una noche en la que sales por ahí y de repente una chica “guapa” que “parecía muy guay” se acerca a ti y te dice que le gustas. Y huyes. Me recordaba a una viñeta de Flavita Banana que decía algo así como “nadie me dijo qué hacer cuando las cosas van bien”. ¿Nos hemos acostumbrado al fracaso?
Yo sí (risas). No sé. No sé manejar… pero eso va por barrios, ¿no? Hay gente que lo hace muy bien: este tipo de actitud emprendedora, que ha nacido para este siglo, que no se cuestiona las cosas. Yo soy mucho de preguntármelo todo. Los porqués. Y al final, a base de tanto preguntar, en lugar de ser un motor que te empuja a hacer cosas, lo que hace es estancarte. ¿Qué hago? El problema que tengo es que me hago demasiadas preguntas porque no entiendo el mundo.
Y eso paraliza.
Yo creo que sí.
Pero alguien se acerca a decirte que le gustas…
Me ha pasado bastante poco, ¿eh?
Vale, pero ahí está todo bastante claro. ¿Qué pregunta hay?
Ya, pero como me ha pasado poco… estaría cruzado de cocaína y me fui porque era una época de mi vida especialmente autista. Ahora soy un poco menos autista. Me quedé pilladísimo, no sabía qué hacer. Pero me reconfortó un poco, cuando salió la canción, que vino mucha gente a contarme que le había pasado algo parecido. Le había pasado a más tíos. Mal de muchos, consuelo de tontos.
¿De qué le hablas a una mujer que te gusta en un bar?
Yo no lo sé. Yo no soy… me parece que en un bar no he ligado en mi puta vida.
¿Dónde has ligado, entonces? ¿En la biblioteca?
Bueno… (risas). En internet, te iba a decir, pero tampoco. Lo de los bares habría que mirarlo. Igual tendría que aprender ya. No me preocupa mucho lo de ligar o no ligar, la verdad.
Pero dicen que con la música se liga mucho.
Yo no he ligado mucho con la música, por no decir nada. Pero va con mi carácter. He ligado porque he hecho amigas con la música, claro, y con el tiempo se han convertido en parejas, o en líos. Pero esto de salir por la noche después del concierto…
Como un héroe, sudando.
No es lo mío. Suelo irme siempre el primero. Me deprime un poco el camerineo. Pero a veces sales un rato y te despistas.
Amor sin fin: “No merece la pena esforzarse, no voy a disfrutar de esta fiesta. He creado un personaje tan flojito que tendré que marcharme de Madrid”. ¿Hay un imperativo hacia la felicidad?
Lo hay, y a mí eso me parece mal. Hay una obligación de divertirse. Estamos sobreestimulados. Y sobre todo en una ciudad como Madrid, que me estresa mucho. Siempre tienes la sensación de estar perdiéndote algo. La gente vive con la ansiedad de estar divirtiéndose todo el rato. Y hay quien lo consigue, ¿eh?
¿Con ayuda de químicos?
Hay gente que es así, ¿eh?, pero también tira de químicos. A mí me cuesta divertirme con lo que se divierten los demás. Tengo muchas minusvalías.
¿Dónde encuentras tú el placer?
Hablando contigo, hablando con alguien. Pero de uno en uno, o de dos en dos. Irme a un bar. Hablar me gusta. Pero no me gusta especialmente bailar, ni escuchar música. Lo que me gusta es hablar. De uno en uno todo el mundo es encantador, y no molesta absolutamente nadie. Puedo llevarme bien con alguien de Vox, con alguien de Podemos, con quien sea. Ahora ya, la multitud… somos muy bobos. Cuando nos juntamos diez nos convertimos en idiotas.
¿Crees que podrían vetar un concierto tuyo? Ahora se hace mucho, lo de prohibir actuaciones. De Luis Pastor a C. Tangana.
Sí, están cohibiéndose los unos a los otros. Estaría bien que me censuraran a mí. Por eso te decía: mejor te quedas en casa, porque no entiendes cómo la gente no cae en la cuenta de que estás haciendo lo mismo que combates de tu enemigo. Tampoco veo motivos para que me prohíban: soy un manso, yo.
¿Y tú prohibirías a alguien? Aunque no fuese por ideología, sino por no escucharles nunca más.
No, a nadie. No prohibiría ni los grupos nazis, mira lo que te digo. Absolutamente nada.
Prohibido prohibir.
¡Bueno...! No simpatizo con los nazis, pero no los prohibiría. No prohibiría los grupos machistas, tampoco. Nada. Que cada uno suelte las barbaridades que quiera, y luego ya que el sentido común que ponga las cosas en su sitio. Esto de las “apologías”… esto de meter a la gente en la cárcel por “apologías” me parece una fatalidad. De una cosa y de otra: terrorismo, machismo, lo que sea. El pensamiento no delinque. Digo yo, vamos.
¿Por qué acaban mal los amores de verano?
Yo no he tenido amores de verano…
Aceite es un poco amor de verano.
Bueno, sí. Pero bueno, no acaba mal. Acabó con un mes en la cama. Eso es un buen recuerdo, ¿no?
Sí, es un camino que acaba en un barranco.
Nah, el amor… suele acabar mal. Los amores de verano, en concreto, no es que acaben mal, es que acaba el verano. Pienso en mí con dieciséis años, que me enamoré de una chica con la que ni me besé nunca, pero la tengo idealizada. Eso no acaba ni bien ni mal.
Pero eres un poco escéptico.
Tía, últimamente sí. Antes no, antes era muy enamoradizo. Se me iba la olla a la primera con las hembras. Creía mucho en el amor. Pero últimamente… como todo el mundo va en el siglo este con miedo… igual también es la edad. Me han pegado ese miedo. Pues eso, que vamos todos con pies de plomo y se me ha contagiado esa mierda, pero yo antes era un descerebrado en el amor. A los tres meses estaba queriendo meter a la chica en mi piso a vivir. Ahora el cuerpo ya no me pide eso. Se vivía distinto.
¿Salían más canciones?
Las canciones salen siempre después, recordando estos momentos. Ahora vivo de la música, pero antes, cuando curraba en la oficina en el ayuntamiento de mi pueblo, me salían más canciones. Ahí estaba súper agobiado en el curro, pero cuando acababa de currar… me apetecía hacer otra cosa. Ahora como nada más que curro de esto, salen menos temas. Es que ni escucho música. Leer es lo que hago. Me entretiene más eso y ver películas. Mi relación con la música me cansa un poco.
Dicen que todos los jóvenes de izquierda se acaban convirtiendo en adultos de derechas. ¿Pasa lo mismo con el amor; empezamos en el idealismo y terminamos en el rigor?
Todos no. Pero a mí sí me ha pasado un poco. No soy de derechas, no puedo decir que sea de derechas, pero sí que tiendo a ser conservador. Sigo teniendo idealizado el amor, que es una cosa muy poco de izquierdas y muy antinatural ahora. Y tengo un poco ese discurso aún. Pero no soy un revolucionario, la verdad. Soy un revolucionario de uno en uno. Creo que la revolución no se puede hacer masivamente. De uno en uno podemos hacer cositas en nuestro entorno y tal. Pero todo lo que sea salir de nuestro entorno… no creo en nada de eso.
¿Por qué; porque la gente no se sabe poner de acuerdo?
Bueno, mira una comunidad de vecinos. Quieren poner ascensor. Son sólo diez. Y no se ponen de acuerdo. Imagínate una provincia, una ciudad, un país. Es imposible. No nos ponemos de acuerdo y no está mal. Todo esto de la diversidad… vale. Hay que saber lidiar con eso. Ahora estamos en un tiempo en el que estamos creándonos enemigos constantemente. Hay que lidiar con el que piensa distinto, no querer meter en la cárcel al que no piensa como tú. Todos están deseando meter al contrario en la cárcel. Eso me supera un poco.
Me gusta mucho la letra de Canción protesta, aunque creo que no es tuya.
Es de Luis Troquel.
¿La canción protesta es un panfleto de pijos o de hipócritas? Vuestra canción habla de que el artista con poder se viene un poco arriba y empieza a hacer en su círculo cercano justo lo que critica a gran escala.
Ni él ni yo pensábamos en poner el dedo en el ojo a nadie. Yo cuando la canto pienso un poco en mí. Si yo hubiera tenido éxito, habría sido así. Bueno, el éxito que ahora se vende como éxito. Te acabas contagiando. Estoy seguro de que me cabrearía si me ponen un hotel de tres estrellas en vez de uno de cuatro. Es un poco ponerse en la piel. Es una lucha, lo de ser buena persona, ¿eh? Muy complicado.
¿Tú crees que eres buena persona?
Lo intento. Hay gente que ni lo intenta. Lo soy, pero no del todo… también tiendo a tirarme piedras encima.
¿Tienes pecados?
Sí.
¿Cuáles?
Sí. Soy muy envidioso, cada vez menos, pero lo he sido. Tengo muchos. Todos. Dime pecados.
Lujuria, gula, pereza…
Todos, todos. Menos la gula. Tampoco soy muy soberbio.
¿Cómo se vive siendo músico?
Me encontré viviendo de la música porque me eché de novia a la Bien Querida y ella me ha dado de comer. También en el momento el que se me planteó la dicotomía de “sí” o “no”, pensé: ¿en qué trabajo menos, en el ayuntamiento o de músico? Y trabajaba de menos de músico (risas).
No era vocación.
No (risas). Llevo haciendo música toda la vida, pero siempre me ha dado miedo quedarme en la música. Porque la música me gusta, pero todo lo que la rodea no. Me da mucha pereza. La industria cultural, el festivaleo… tal. Eso me echaba un poco para atrás. Y sigue pasándome. No sé cuánto durará lo de vivir de la música, pero bueno.
¿Qué lujos tienes?
Pues mira, el mayor lujo que me ha dado la música… suena romántico, pero es lo que hay: mi hija tiene siete años y gracias a dedicarme a la música he podido estar todo el día en casa y he podido verla crecer de puta madre. No he tenido que hacer lo de cualquier persona normal que se va a trabajar y ve a la niña por las noches… no. Ha sido un lujazo.
¿Para qué sirven las drogas?
Ah… (risas). Bueno, no sé. Yo soy muy aficionado a los porros. Con la costumbre que tenía de pensar que cualquier cosa que haces fumado es mejor. Componer, por ejemplo.
Luego al día siguiente hay que leerlo, ¿eh?
Correcto. A mí se me ha convertido en una rutina y ya era mi estado natural y ya no me gusta nada. Pero me sirvió para eso. La cocaína me ha servido de poco, me ponía muy autista. Y el alcohol sigue sirviendo. Desinhibe.
¿El concierto no empezaba a las 20.30 h.?
Estas cosas siempre empiezan tarde.