Los Secretos saben de canciones eternas, incluso ahora, en los años del “usar y tirar” musical y poético. A sus himnos se regresa como a un romance viejo y no resuelto, como quien pide perdón a la dueña de los Ojos de gata -esa que fue por ahí diciendo que Urquijo era “un chaval ordinario”- por emborracharse y usarla de almohada. Como quien canta Déjame en un karaoke con el ímpetu del exorcismo o le recuerda a alguien que ha soñado “en otra vida, y en otro mundo, Pero a tu lado”. Sus fórmulas no pasan de moda porque están construidas con el lenguaje del amor, la crudeza o la ternura. Agárrate fuerte a mí, María. Ahora cumplen 40 años de música volviendo a girar por España, en buena forma: ojo al show único de Madrid, el 6 de julio en el Wizink Center.
Dice Álvaro Urquijo que Pero a tu lado, la canción que da nombre a la gira, es un “claro ejemplo de cómo ha sido el éxito de Los Secretos: gracias al boca a boca”. “Nunca ha sido número uno de nada, nunca ha salido en un anuncio, apenas tuvo visionados su videoclip en la tele y 20 años después es nuestra canción más visitada y deseada. Así es: sin salir en la tele y sin que la cante ninguna cantante famosa que salga en tal programa, ha sobrevivido, porque la gente lo ha conseguido. Sin visibilidad”, recuerda. Ellos creen que el truco para no lanzar hits de vida breve, sino canciones que se queden a vivir con uno, es escucharlas antes como público que como músicos. “Queremos hacer las cosas bien. No hemos hecho 20 discos en 20 años, nos curramos la canción, por eso somos tan lentos en encontrarla”.
Enemigos: muerte, industria, drogas
Urquijo cree que “la muerte, la industria y las drogas” han sido los tres grandes enemigos de su banda. “Sí, porque la muerte… mira, empezamos en esto sin tener más que anhelos y sueños, y el día 1 de enero, de madrugada, en un desgraciado accidente murió el líder de nuestro grupo, Canito. Mi hermano Enrique adoptó esa función porque Canito ya no estaba. Y encontramos a otro batería… y en el 84 muere también”, resopla. “La muerte ha sido una constante en nuestra vida, y no sólo en el grupo. Los ocho hermanos de mi padre eran todos más jóvenes que él y mi padre les ha sobrevivido a todo. En mi casa ha habido muchísimos entierros y eso te hace valorar la vida”.
En cuanto a las drogas, sabe que “hicieron mucho mal a una generación entera en los 80”, pero subraya que “en el caso de mi hermano fue más por una enfermedad que solucionaba tomando tóxicos”. “Él hizo su carrera, hasta con dos discos en solitario. Para Enrique Urquijo la droga no fue tan destructiva como para otros yonkis que están por la calle”. Con todo, saben que cada época tiene sus adicciones. "En los ochenta los chavales estaban enganchados a la heroína, ahora a los móviles", dice Jesús.
Son, sobre todo, unos artistas impermeables a las exigencias de la industria, a la rueda del engaño y la vileza. Cuentan que en los ochenta les intentaron engañar con un primer contrato. Ahí las primeras presiones y el gran enemigo: la maquinaria. “Pero no lo consiguieron porque vieron que nos empecinábamos en nuestro tipo de música. No queríamos hacer cosas más raras que a lo mejor hubieran vendido más, como vestirnos de manera más exótica o hacer dúos… nuestra negativa a montarnos en el techno neorromántico del 82-83 hizo que nos echaran a la calle”, explica Álvaro. “La industria siempre nos ha dado la espalda. No sólo la producción discográfica, sino la industria de la comunicación, la radio… primero por demasiado modernos y después por demasiado poco modernos”.
Entonces, ¿cómo lo han hecho para llegar a fin de mes todos estos años, en un país acostumbrado a maltratar a su cultura? “Pues mal”, repone Jesús. “En España a la música no se la trata como cultura sino como entretenimiento, y a partir de ahí, empezamos mal. No es lo mismo ir al parque de atracciones que al teatro. Con la Ley Wert quitaron horas de música en la educación, y eso que no había ya muchas… eso cala en la gente. Aquí dices ‘soy músico’, y la gente te pregunta: ‘¿pero a qué te dedicas?”, recuerda, con tristeza. “Y los políticos no están haciendo nada para cambiarlo. Rajoy en su momento hablaba de que él estaba con los artistas que ‘se levantan a las siete de la mañana’… y entonces te das cuenta de que él no creía que esto fuese un trabajo. Son tantas horas de carretera, de viajes, de ensayos”.
Legislar para la Cultura
Álvaro cree que el problema es que en España “no se legisla para la Cultura”: “En Francia tienes ayudas. Si eres productor, haces discos y caes enfermo, te dan un subsidio. Si eres guionista de cine, entienden que no vas a hacer más de una peli o dos al año, y si no haces ninguna un año tienes una especie de paro. Allí protegen lo suyo”, relata. Otra de sus principales preocupaciones ahora, 40 años más tarde, es el estallido de internet y sus estragos en la industria. “Ahora cualquier persona que tenga seguidores o followers es equiparable en ingresos a un músico que lleva toda la vida trabajando, dedicado a un instrumento… es un oficio complejo y exigente. Pero eso está muriendo porque ahora tener followers ya hace que estés en un festival, o en reality shows disfrazados de musicales. Los estamos pagando con dinero público y estamos regalando ese dinero público a las multinacionales que están detrás, sacándole rendimiento a esos chavales, que seguramente habrán firmado contratos que si los viese un abogado se caería de espaldas. Beneficios para todos menos para ellos, para los artistas”.
En cuanto a la pugna por la libertad de expresión y de creación en este país, ahora que se ve más socavada incluso que en los ochenta, cuando ellos empezaron, recuerda Jesús que “si nos ponemos a meter en la cárcel a todos los músicos gilipollas, no cabemos”. En general creen que “el poder se queja y actúa cuando hay algo que les molesta, pero luego no se censuran las letras machistas de cierta música latina… que desde un punto de vista educacional para la gente joven, y para los que creemos en la igualdad, son tremendas”. El caso Valtonyc les parece una estrategia torpe por parte del Estado: “Si intentas meter en la cárcel al chaval lo publicitas y sale todos los días en todas partes, pero si lo dejas pasar… igual no pasa nada”. Eso sí, subrayan que “si vas a una manifestación y un policía te da un porrazo, como le digas una palabrota la multa te la llevas tú”.
Álvaro Urquijo deja claro que “llamar a la gente fascista y decir que España es opresora sólo lo hacen los incultos. Es fruto de la incultura y es lo que le pasa a Valtonyc”: “Gozamos de unas libertades que muchísimos países, que estos chicos tienen idolatrados, querrían. Somos un país que se subestima muchísimo, y criticamos cosas que desde fuera se valoran mogollón. Toda la grandeza de un país no puede cuestionarse por un juez que valore lo que dice un chaval en un rap”, lanza. El rap, aclaran entre todos, es la mejor canción protesta y nace de la desigualdad y la injusticia. “Los políticos se llenan la boca hablando de ‘España’, pero luego no defienden la música patria”, guiñan.
De himnos y patrias
Creen que “la música debería ser gratis”, y que “quienes tienen que pagarla son los millonarios, Google, Apple, Spotify… todas las plataformas, los operadores de telefonía… se están llevando cada semestre 10.000 millones de beneficio y no les importa que sólo el 0,0001 vaya para los músicos y las entidades tecnológicas”. “Llevamos toda la vida lidiando contra crisis financieras y tecnológicas. Vinilo, CD, supercedé...”. La música es su patria, pero no compondrían una canción para España. “Las cosas peores que han ocurrido en este planeta las han traído religiones y banderas, con eso te lo digo todo”. Recuerda Álvaro que “una marcha militar no me parece un himno para hacer una letra”.
“Yo soy el más patriota del mundo. Me gusta España, me gusta la Selección, canto en castellano porque es mi idioma y no sé otro, me da rabia que haya grupos de aquí que canten en inglés… entiendo los nacionalismos. Igual si yo fuese catalán o vasco sería nacionalista, pero no entiendo el independentismo, porque nos hemos criado en una cultura de caída de muros, de libertades. Y en lo que no creo, sobre todo, es en el odio”.
La Transición: una buena chapuza
Echando la vista atrás, la Transición, ¿fue una chapuza o un milagro? “Fue una chapuza improvisada pero salió bien, que es muy difícil. Yo lo viví en primera persona. Teníamos mucho miedo de que se resquebrajara lo que estábamos consiguiendo. Gente como Carrillo y Felipe González sentándose para pactar, firmándose acuerdos antiterroristas… había miedo de perder lo ganado. La gente, por mucho que se queje, tiene una calidad de vida mucho mejor que la de antes. Los que se quejan en España tienen internet y 4K. A nadie le falta su móvil con datos, pero no les digas que se compren un disco”, lanza. “A la gente se le olvida muy rápido lo conseguido. Los políticos de ahora tienen que aprender de la Transición, pero sólo meten mierda”.
Jesús se revuelve en el asiento: “Que ahora llamen ‘fascista’ a Serrat…”, resopla. Álvaro le echa el capote: “Yo pondría en las redes sociales un botón para que cuando alguien dijese ‘Serrat, fascista’, pudiésemos ver su cara y saber su nombre. Ellos saben quién es Serrat, pero Serrat no sabe quiénes son ellos”.