Un dibujo de Snoopy con dos jorobas. Es un camelloperro, una identidad cruzada que ilustra un icono de Occidente adaptado a Oriente. El mito arabizado, junto a otros, se proyectan sobre la gran pantalla, y enmarcan un encuentro especial. El autor de trap granadino, de origen marroquí, Khaled (Jalid Rodríguez, 1990) se reúne en las Naves de Matadero con varios poetas para hablar sobre la palabra y su importancia en la construcción de la identidad.
Gorra rapera con una palabra en árabe en el frontal. Cadena y oro, chándal negro y unas chanclas. Y las redes sociales como arma arrojadiza para levantar de la nada a un don nadie: “Escribo para sacar lo que tengo dentro. El sufrimiento me inspira más. La pena es lo que más me ha gustado del flamenco. Cuando estoy cabreado es cuando salen solas las letras. Con la felicidad no salen”. Khaled fundó Los Santos, antes conocidos como PXXR GVNG, hacían trap antes de que supieran qué era eso. Por aclararlo, ¿cómo los diferencia?: “El rap es música, y el trap no. El rap puede hacerlo todo el mundo, el trap no”.
El músico de las barriadas del Albaicín se siente muy orgulloso de “hacer ruido”, de darle la vuelta a los prejuicios, de “quitarle a la gente la idea de la islamofobia y toda esa movida”. “Quiero barrer toda esa mierda y cambiarla por esta otra cosa”, cuenta a este periódico. No le canta a la religión, porque él es de la calle. Sus letras hablan de “lo simple, de lo que vivo y he vivido”. “Antes veía en mi barrio a mucha gente racista y ahora cuando canto en árabe allí, les gusta. Se sienten orgullosos de mí en mi barrio”, comenta. Algo está cambiando gracias a la cultura, un arma blanda.
Imponerse a la escucha
No vende un mundo de color rosa. La resistencia existe: “Cómo me ha tratado la Policía”. Aspira a dejar el último lugar en la cola, “moro”, para intervenir en quienes oprimen: “Ahora me vas a tener que escuchar”.
En una de las letras de Khaled: “Sacarle partido a mi sufrimiento”. Y en sus palabras: “Pasarlo mal te hace poeta”. “El trap no es un género de música, es la vida. El trap es lo que hay en los barrios bajos. Donde están los chavales con el trapicheo, las peleas de gallos, los robos de piezas de coches, y al final se reúnen para formar un grupo y cantar”. Han montado un sello, La Vendición Records, para que todos esos chavales pasen por el estudio y graben sus cosas. “Hemos dicho adiós a Sony”.
“La gente conoce la herramienta, no necesitamos a los sellos. Nosotros hemos montado un sello para grabar a chavales en el estudio. ¡Ahí hay futuro!”. Khaled suelta palmas en cuanto puede y taconea, con sus chanclas de goma. Reconoce en cuanto puede que ha escuchado más flamenco que trap. “Yo soy un flamenco frustrado”, reconoce.
Entre dos culturas
Nació en Granada, su padre es de Huelva y su madre de Tanger. Trap, rap y la lengua como elemento básico para construir la identidad de cualquiera. Canta en dos idiomas: “No tengo talento, sólo lamento”, dice en una de ellas. Representa a la clase baja desclasada con responsabilidades y aspiraciones: “Estoy entre la cultura árabe y musulmana y la normal, voy pisando con cuidado”. El lenguaje de Khaled es el de quien no quiere callar, el de quien se rebela contra las palabras de los otros. Las suyas son palabras que estropean las palabras del poder de la normalidad.
“Cuando les quiero enseñar palabrotas árabes a mis alumnos, les pongo tus canciones”, dice una de las personas invitadas al encuentro. “El rap es mucho más difícil que el trap. Hay gente que habla mucho, pero no dice nada. Yo también sé hacer un tema para todos los públicos, sin palabrotas”, responde Khaled.
“Lo que está pasando ahora, con la crisis que hay en España, es cuando está saliendo el rap auténtico y de calidad. El rap que hubo antes era todo mentira. El tipo de música que yo canto aporta más, es más auténtico porque viene del gueto. Nunca he reivindicado la política, siempre he sido de la calle. El rap no pueden cantarlo los ricos. ¡Es como el flamenco al que le falta pureza!”, explica a EL ESPAÑOL. Así que el trap es el rap políticamente incorrecto, llega a la conclusión la mesa.
Los ricos no rapean
Él se ve como la realidad y la pureza del trap y el rap. “Los niños ricos no pueden hacerlo. Hay que quitar a toda esa gente falsa de en medio y poner a la gente de verdad”. La gente del barrio. La de verdad es la real, la normal, la que es cuestionada, las personas que construyen en mezcla España, una marca impura y rica. La que obliga a debatir sobre lo que nos incomoda.
“La identidad es una cosa que te imponen. Los occidentales son los blancos, los que pueden opinar, pero ¿yo de dónde soy, de Oriente o de Occidente? Porque no me frío los huevos con mantequilla”, se pregunta alguien en la sala. Khaled es un punto de fricción en las premisas raciales que lo empañan todo. “La cultura es una buena herramienta de control político, por eso hay tanta injerencia política en la cultura”, añade Mateo Feijoo, director de las Naves de Matadero.
El nuevo responsable de estos espacios madrileños quiere que sean un punto de encuentro para debatir sobre lo que pasa hoy en nuestra sociedad: “Las artes escénicas sirven para lanzar críticas sobre la sociedad y el espacio que habitamos”, dice. El director ha planificado encuentros de discusión activos, un proceso de trabajo de reflexión en torno del mundo árabe: “Lejos de los tópicos de lo que en Occidente entendemos por “mundo árabe”. Es un momento oportuno para hacerlo”. A estos encuentros los han llamado “Desoriente”.
Su padre, Ben Laden
“Es una locura. Dos culturas que se chocan. Yo me considero musulmán, a mi manera. Tengo lo mejor de aquí y lo mejor de allí: soy musulmán español. No tengo patria”, dice el cantante que se define ante sus amigos como “mestizo”. Un lío muy grande: “Tú te puedes sentir muy español, pero nunca seré español para la Policía. Al final, es racismo básico”. Y al decirlo, contradice a uno de sus versos que canta: “Por más que cante, no puedo expresarme”. Se expresa bien claro.
Al hablar se ubica en un lugar parecido al limbo. No se considera poeta, no cree que tenga talento (sólo lamento), español y musulmán a medias… Una identidad en constante renuncia y reivindicación. “Yo he estado con mi padre en el cine, y unos niños lo han señalado y le han dicho a su madre: “Mamá, mamá, mira Ben Laden”. Es una locura. El otro día se llevaron a un amigo mío en Barcelona una semana al calabozo, porque le acusaron de ser de la yihad. Luego lo sueltan y le piden perdón. Es una locura”.