Hay un bar en la esquina de calle La Palma con ventanas oscuras que dan a otro tiempo: a una España travestida y alevosa, feliz, rompedora y tonta. Un país que se sacudía los síndromes de Estocolmo, unos chavales porosos que no sabían qué hacer con tanta libertad. Franco tenía el culo blanco -y fiambre-, los niños buscaban la gloria en las calles y la vida era un tirito en el lavabo, un mordisco en la boca y un puñetazo a la guitarra.
Es verdad que la época parió canciones y películas que hoy serían crucificadas por Fiscalía y opinión pública, pero también es cierto que la movida madrileña entretuvo a los corderos mientras el continuismo campaba a sus anchas: opio para el pueblo y Transición a la manera de los de allá. Estética sin cambio político.
El Penta es como un tarro de perfume que guarda un poco de aquello: un peinado demencial, un amor de dos semanas, un viaje raro de LSD. Un páramo pequeño donde una vez pareció que la democracia iba en serio, un estribillo pegado al paladar como una hostia sagrada. Los mejores ya están muertos: Carlos Berlanga, Enrique Urquijo, Antonio Vega, Antonio Flores, Germán Coppini, Enrique Sierra. O quizá sólo son los mejores por eso, por lo que tienen de irrecuperables. Anoche, los supervivientes de aquel reinado recordaron a los caídos en el cuarenta cumpleaños del Penta, que iba a celebrarse en la Riviera pero se trasladó al Palacio de los Deportes por un repunte de nostalgia.
Morriña y cerveza
Un hombre tosco y sudoroso con los ojos cerrados y los brazos en cruz, despidiéndose de una vez por todas de La chica de ayer, y mira que cuesta. Una hembra pecosa bailando Rock and roll en la plaza del pueblo y fumando en secreto, a la altura de su propio muslo, esquivando a los seguratas. Camarillas de colegas trasnochados, muchos ya fuera de sitio. Morriña y líquido espumoso y amargo: letal. Llamadas a los compadres que se han quedado en casa porque oye, los niños mañana tienen colegio, ya sabéis que me hubiera encantado ir. Aquí hay varices, hipotecas y horas chungas de oficina. Nadie tiene ya el pelo azul.
También había entre el público fans de los artistas que se erigieron ayer como herederos de la Movida: Lori Meyers, Zahara -con una hermosísima versión de Lucha de gigantes-, Rubén Pozo, Nena Daconte, La Habitación Roja, Miss Cafeína.
Pablo Carbonell se atrevió con El sitio de mi recreo y “si no la canto, reviento”, con Mi agüita amarilla, que es “una canción que habla de mear después de tomarte cuarenta cervezas”, como me explicó un compañero. Hola a Los Pistones -opción B si no te gustaban Los Secretos- y a Nacho Campillo, de Tam Tam go, que cantó Manuel Raquel -“Cuando llegó era un niño delicado, no quería mancharse jugando en el descampado...”- y Espaldas Mojadas: “Voy cruzando el río, sabes que te quiero, no hay mucho dinero, lo he pasado mal”. Jorge Ilegal sigue siendo esa culebra irreverente que bebe tónica, piensa rápido y compone dormido, todo presencia y autenticidad con sus Tiempos nuevos, tiempos salvajes: “Levántate y lucha, no voy a luchar por ti”.
El himno ultraderechista
Los Nikis levantaron rápido el chiringuito, saltando el escenario como en un miércoles vulgar de los ochenta. “Seré un personaje de novela, algún día escaparé de aquí”. La muchedumbre flipa. “Mi moreno es a rayas paralelas”, corea el tipo que tengo detrás, ya todo baba y desquite. Y, cómo no, ese loco himno facha que es El Imperio Contraataca, donde la peña vuelca con aires perezrevertianos, napoleónicos, conquistadores, ¡definitivos!
“¿Tú crees que esto lo cantan sabiendo lo que significa?”, pregunto cuando veo a un caballero bramando a “El sol no se ponía en nuestro Imperio, me gusta mucho esa frase” un “¡Pero qué hijo de puta” del que no distinguí el cariño o el asco. Luego leo que Joaquín Niki dijo que esa letra, que estaba escrita con “cierta ironía”, la gente, “que es muy corta, la ha convertido en una especie de himno de la ultraderecha”. Made in Spain.
Un espléndido Ariel Rot golpeó con su Dulce Condena y Burning con Mueve tus caderas y Mujer fatal. Dice Carbonell que El Penta se abrió en 1977. El año de Star Wars. El año en el que se descubrió que Urano tenía anillos. El año en el que se legalizó el Partido Comunista de España -aunque esto último no lo menciona nadie, claro, no la vayamos a tener-. Taritas de esa generación alocada en la superficie que hoy se demuestra endeble en el fondo: a veces no habla por no molestar. Pero ¡ah!, hubo unos años, en aquel bar de calle La Palma, en los que si no fueron libres, lo parecieron.