“¡Fiesta, fiesta, fiesta, fiesta!”. Y el Circo Price se viene abajo al cuarto tema que interpreta el músico Goran Bregovic (Sarajevo, 1950), aunque podría haberlo quemado todo a la primera, con Gas, gas. Trompetas, trombones, saxo y percusión endemoniada, todo arde en el escenario y entre las butacas, uno no sabe si está en un entierro o en una boda, si debe ponerse a llorar o a saltar, pero qué ganas de desatarse y convertirse en el hijo de Satanás un par de horas, mientras se baila y se canta vete a saber qué: “Hop hop hop ichi ichi ale ale ichi ichi”...
Puede que sea pop, rock, folk, tango, flamenco, ranchera e incluso techno hecho con polainas por una Big Band Gitana, que detiene un rato el bochornoso fracaso de la promesa de la felicidad y pone en marcha la máquina de la anarquía que fulmina la sumisión a las normas que guardan de la desmesura y la ilimitación de nueve a nueve.
Estaba Rajoy haciendo de Rajoy en directo y el Gobierno apuntando a la mayoría absoluta en las terceras elecciones en un año, mientras Bregovic, con su blanco impoluto tradicional, llama a “perder el control” y “la cordura” con un tema grabado con otros gitanos, los Gipsy Kings, titulado Presidente. Pues eso, la ciudad se había ganado un concierto con un ácido incrustado, que celebra la vida y el final de los prejuicios: Goran Bregovic mueve desde hace 40 años por escenarios y películas (Kusturica) una bomba de gasolina contra la dominación cultural, que se reivindica como una identidad resistente a la agresión y a la extinción.
Si hay que vestir al planeta con el mismo uniforme, que sea con el de la fiesta y la alegría. Dos términos prohibidos en el aquelarre productivo, pero no en el trabajo del yugoslavo (de madre serbio y padre croata), donde la música es una bestia indomable sin las apreturas de una camisa de Hermès. La música popular es la voz del pueblo sentado a una mesa. En el camino, Bregovic, con su energía anfetamínica, ha pasado de lo balcánico a lo volcánico.
Cuando los proyectos socioeconómicos han demostrado su incapacidad para ser soberanos, autónomos y liberadores, cuando las estructuras sociales propagan y reproducen los modos de conducta y de consumo de las sociedades centrales, cuando lo globalización a masacrado a escala planetaria la diversidad de las identidades culturales, cuando el librecambio cultural de las potencias económicas dominantes ha consumado la injusticia, cuanto todo eso ocurre, unas trompetas y trombones que gritan, un bombo que abofetea y unas barbas descuidadas parecen mantener el carácter indómito y diverso de la cultura. Al salir del Price, la reivindicación continúa en Spotify, todo es trampantojo.