Igual que en la fotografía que ilustra el artículo, Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) parece salido de un ataúd. Apenas rebasa la treintena, pero planta los codos en el escritorio y vigila la métrica de sus versos. Muestra un profundo respeto por la tecla "enter", consciente de que puede convertirse en un arma que enmascare como poesía "aquello que no lo es".
Úbeda, no obstante, aprieta mucho el "enter" por cuestión de probabilidad. No ya en su poemario recién salido del horno Estado incivil. Concierto de alcaudones (Huerga Fierro), sino en su papel de mítico entrevistador zendiano.
Volvemos a la foto, tomada cuando participó en el especial navideño de José Mota: le importa un pimiento si los días modernos consideran la métrica clásica carne de ataúd. Lo cuenta él mismo en conversación con este periódico: "Me encabronan los poetastros del enter, que son plaga. Cuando escribo verso libre, no sé si lo que estoy plasmando sobre el papel es bueno. En cambio, cuando cojo una estructura sé que, al margen de que el poema guste más o menos, si encaja en el corsé, la ecuación es correcta".
Hay algo pitagórico en esto. Por citar no ya a un clásico, sino a un ancestro. No quiere decir que Úbeda viva cuatro siglos atrás. Reglas clásicas, pero la vida de un chaval de treinta años. Así se podría encapsular su poesía. De hecho, para reiterar su obsesión por la norma, cita a un contemporáneo, Enrique Bunbury: "Cuanto más me limito, más me libero".
Úbeda sabe que los mejores poetas del verso libre –Karmelo C. Iribarren o Luis Alberto de Cuenca– controlan a la perfección la métrica clásica. Porque el verso libre tiene su propio sistema, su musicalidad.
El líder de Héroes del Silencio es, por cierto, autor del prólogo. Conoció a Úbeda porque, hace unos años, lo contrató como cronista de sus giras. Dice: "En Jesús siempre cohabitaron el periodista y el poeta, el entrevistador y el escritor en busca de la palabra adecuada, como encaje de bolillos o puzle de catedral de Notre Damme".
Bunbury, ya sobre la poesía en general, tiene razón en otra cosa: su carácter bohemio al margen de la pela. "Es el mundo de la poesía caída libre para los verdaderos amantes del vértigo y los deportes de riesgo y los embebidos por la bohemia literaria, que no esperan nada a cambio y se complacen al encuentro de las musas en musarañas y bares; y que no esperan ni recompensa en parné para llegar a fin de mes", relata.
Los habitantes de ese "Estado incivil" que puede ser el afán métrico de Úbeda –ha compuesto con guitarra algunos de los poemas– son el (des)amor, la lealtad, el peligro de las servidumbres, la independencia periodística, los bares, la música...
Todo esto, que es atemporal, se combina en su versión más actual con lo clásico. Úbeda es un pescador de hombres, por lo de entrevistador, pero también un buen pescador de referencias bíblicas. En su libro –a ver si C. Tangana se inspiró en él para lo de la catedral–, Rosalía participa en las bodas de Caná.
"Vivir ajusticiando a la rutina/trolear con dulzura a la cordura/navegar en un mar de adrenalina/fugarse de una sala de tortura". Esa es la batalla diaria de un escritor, la que afronta Úbeda acompasándola a sus obligaciones periodísticas.
En ese jugar a la contra que caracteriza el poemario, también está la versión culpable del amor: cuando el poeta no es el abandonado, sino quien abandona. "Difundo calumnias/sin más intención/que hacer estallar/nuestra relación/Sin pena, sin gloria/sin claudicación/trabajo a destajo/en esta misión".
Treinta años son suficientes para masticar la nostalgia que requiere toda poesía. Úbeda, por ejemplo, confiesa haber "naufragado en El Capital", haberse desengañado de Lenin y estar más cómodo con una cerveza en el Ocean que en Stalingrado.