En El nadador de John Cheever, el personaje de Ned Merrill atravesaba nadando su barrio de viviendas unifamiliares a través de las piscinas de sus vecinos. El sistema que unía cada una de las fincas, secretas y cerradas, servía a su protagonista para conocer más de cerca las aspiraciones y proyectos de quienes lo rodeaban. Una odisea a través del individualismo que estas formas de vida planteaban.
La España de las piscinas (Arpa) surge del mismo espíritu planteado por Cheever en los años 60. Su autor, Jorge Dioni López, establece un inteligente relato en torno a la vinculación social y política de las urbanizaciones y comunidades surgidas en los márgenes de las grandes ciudades en nuestro país.
López, periodista y novelista, se estrena en el ensayo con una obra que articula, de forma original y elocuente, el desarrollo de los 'pauers', vecinos de proyectos vecinales marcados por la simiente del urbanismo neoliberal.
¿Cómo surge el proyecto de La España de las piscinas?
Durante las elecciones generales de 2019, vi en los mapas interactivos que relacionaban el voto con las poblaciones, que varios barrios a las afueras de grandes ciudades, de urbanizaciones y paus estaban rodeados por un collar de perlas naranja, un voto centrado en Ciudadanos.
Al verlo en los resultados de comicios anteriores en otras comunidades, decidí ponerme en contacto con una antigua alumna que es arquitecta para comentarle la correlación que había visto. Me dijo que ese tipo de estudios se habían llevado a cabo antes en Norteamérica, Centroamérica o Sudamérica, no tanto con el voto, sino con cuestiones centradas en la seguridad o el planteamiento político de los suburbios y las comunidades cerradas.
A partir de ese momento decidí escribir este ensayo, cotejando con más datos y publicaciones, estableciendo una relación geográfica-política de estas urbanizaciones a las afueras de las grandes ciudades.
Desarrollas un neologismo que recorre todo el libro, que es el del 'pauer'. ¿Quiénes son estos 'pauers'?
El perfil es el de una persona alrededor de los 35 y 50 años que viven un nuevo desarrollo urbano, normalmente, iniciado hace 10 o 15 años. Vive en pareja, porque son lugares que solo son accesibles a dos sueldos. Que suele tener uno o dos hijos y que por el problema del desplazamiento en estos lugares suele tener uno o dos coches, porque el vehículo privado es fundamental para manejarse por la ausencia de servicios públicos en esos nuevos desarrollos.
Son zonas en las que, generalmente, las personas tienen un seguro médico privado, sus hijos van a colegios concertados, etc. Intento relativizarlo porque no es una cuestión matemática, pero si suele ser un perfil de gente preocupada por tener servicios como gimnasios, veterinarios, parques o instalaciones deportivas. Es decir, son gente interesada en el deporte, con mascotas e hijos y que accede a servicios privados para estos fines.
Este ensayo toma el pulso a un libro muy importante en la historia del urbanismo reciente, como es Muerte y vida de las grandes ciudades de Jane Jacobs. Hablas de que el sector privado llega mucho antes a estas zonas que el público. Dando lugar a una preocupación por crear un entramado económico-privado, previo a un plan público, erosionando el sentimiento de comunidad.
Jane Jacobs escribe sobre los "ojos que te miran y te cuidan", sucede a nivel interior, es decir, son lugares donde sí que hay un sentimiento de comunidad, pero hacia sí mismos. Los niños van a jugar y todo el mundo los vigila, si alguien tiene algún problema, la comunidad provee. Esa imagen de que tenemos de Manolito Gafotas, de las madres que salen al balcón y llama a sus hijos a la cena existe dentro de este tipo de viviendas.
Sin embargo, hacia el exterior, por haber una primacía de las vías de comunicación y no ser las calles muy grandes, por esa organización que no es paulatina, sino que las viviendas se desarrollan de forma escalonada. Los barrios se construyen como islas de urbanizaciones, que a veces se quedan a medio hacer. Todo eso sí que acaba afectando a la creación de ese sentimiento de barrio. No hay ninguna estructura organizativa o de asociaciones de vecinos. Se coordinan a través de grupos de Whatsapp, foros en internet o cuentas en redes sociales, pero no mediante la creación de asambleas o grupos de decisión públicos o abiertos.
Mencionas también la incapacidad de las instituciones a la hora de ofrecer una cobertura de seguridad para estas comunidades cada vez más apartadas. Una cuestión que se acaba delegando en empresas privadas que generan una sensación aún mayor de individualidad.
Digamos que las administraciones en España son adictas a la construcción. Ahora mismo tras la recuperación económica en la última década y el discurso político de cambio del modelo productivo, al final tenemos una fuerte dependencia tanto de la vivienda como del turismo. Las administraciones compiten entre ellas por obtener una mayor inversión. Buscan que se establezca en sus términos municipales que resulta inasumible para estas administraciones.
El caso de Seseña es el más famoso, hablamos de fases de construcción que pasan de tener 5000 habitantes a tener 20000. Toda la infraestructura de servicios públicos como la recogida de basuras, el alumbrado y sobre todo la seguridad, no es viable en muchos pueblos. Los cuerpos de seguridad no dan abasto para controlar urbanizaciones alejadas entre ellas.
En Molina de Segura, Murcia, llevan años con peticiones por parte de las numerosísimas urbanizaciones que hay para tener una mayor seguridad. La solución acaba siendo privada. En España este tipo de negocios, con las alarmas y la presión mediática en torno a la ocupación, acaban generando preocupación a un nivel mucho mayor de lo que realmente es el problema.
¿Qué papel juega dentro de todo este entramado de la España de las piscinas con respecto a la ocupación y la seguridad privada?
Tenemos que pensar que cuando te vas a vivir a un nuevo desarrollo, a una vivienda unifamiliar o un chalé, tu primer contacto con el ayuntamiento del término municipal es a través de los impuestos; ya sean de basuras, circulación o IBI. Si no hay presencia de patrullas policiales y constantemente se cuentan historias sobre ocupación; todas las mañanas sales de tu vivienda unifamiliar a las ocho de la mañana y vuelves a las ocho de la tarde, es normal que estés inseguro.
Se crea un desapego de las administraciones. La izquierda no ha entendido nunca la seguridad como un derecho, porque siempre se ha interpretado a la autoridad como enemiga de la seguridad pública. Como decía: esta incertidumbre, unida a las noticias y reportajes sobre cómo aumenta la ocupación generan una cierta adicción a la seguridad. Un muro siempre crea otro porque ese sentimiento nunca se termina de satisfacer. Es un sector con un campo de crecimiento enorme. Ahora se extiende hacia la seguridad personal en la medicina, por ejemplo, la necesidad de que nunca vaya a ocurrir nada, la prevención constante.
Estas empresas ahora han pasado incluso a ofrecer una seguridad enfocada, ya no a la propiedad privada, sino a la seguridad personal. Muchas de ellas ofrecen 'botones de pánico' que pulsar en caso de necesidad o aplicaciones con un flujo de información constante.
Tengo la anécdota de una fiesta sorpresa que preparamos a un conocido que terminó por no ser sorpresa, porque desde su móvil podía acceder a una cámara que le indicaba cuando había movimiento en casa. Es algo adictivo. Si puedes activar esa cámara o ese botón en cualquier momento, terminas por necesitar que no ocurra nada potencialmente peligroso, a pesar de que es algo inevitable. Y sobre todo, genera frustración por esa imposibilidad.
Durante todo el texto haces mención a la 'clase media aspiracional'. Pero dejas claro en todo momento que estos 'Pauers' son en realidad trabajadores y obreros que han conseguido acceder a bienes de los que antes se les había privado. ¿Ha sido un error por parte de la izquierda no generar un discurso que incluyese a estas personas?
Probablemente, yo creo que todo proyecto muere de éxito. La clase media es el gran logro de la izquierda, el resultado del gran ascensor colectivo. Es decir, cambiar la clase trabajadora por clase media implica el desligar a la gente de lo que le hace pertenecer a ese grupo y de lo que le ha hecho llegar donde está, que es el trabajo: el suyo, el de sus padres, madres, abuelos o abuelas.
Ahora mismo tenemos totalmente escondido el trabajo. El modelo Amazon hace que solo interactuemos con una pantalla. Todo lo que sucede en medio queda oculto. La clase media termina siendo como una primavera que llega y "nadie sabe cómo ha sido". Ahí está la trampa, en que además acoge a todo el mundo que no es de clase media, por esa misma negación del trabajo.
El otro día escuché que el 20 por ciento de las clases medias no llegaban a fin de mes. Quizás estas personas no son clases medias. Cuando salen intentos de aumentar los impuestos a las personas que ganan más de 120.000 euros al año, calificando a estas personas como clases medias es un absurdo. ¿Eres clase media si ganas esa cantidad de dinero en año?
Acaba siendo un recipiente en el que cabe todo el mundo, sin importar estas cuestiones. La palabra aspiracional, además, lo convierte en un logro individual. Ese ascensor social colectivo deja de funcionar. La idea, desde la izquierda, de crear la ética de la austeridad, la épica del barrio, la épica de estar jodido. Yo lo veo como un callejón sin salida.
Precisamente ahora, con la idea de comunidad que comentábamos antes, se ha generado un debate alrededor de Feria de Ana Iris Simón y la regresión a una serie de valores tradicionales, de comunidades que tienen más que ver con la vida de nuestros abuelos y que parece querer asumirse tanto por la izquierda como por la derecha más reaccionaria.
Para mí la nostalgia es el pasado sin responsabilidad. La idea de escoger lo más bucólico y decirnos: "Qué felices éramos". Es muy difícil generar discursos en torno al pasado. Por un lado, yo creo que hay un discurso enfocado a la crítica política y económica, podíamos decir universitario o intelectual. A partir de Mayo del 68, se empieza a articular un cuestionamiento de todo, no solo de la autoridad, sino de la familia, de la pareja, etc. Algo que me parece muy interesante, pero es más literario que real.
Es decir, trasladar a la política una crítica intelectual, al estilo Mayo del 68, también me parece otro callejón sin salida. Es algo que viene porque la crítica económica y política fue derrotada en la Guerra Fría. Todos nos vale con tal de que sea contra la autoridad. Lo que comentábamos antes de la de la seguridad es lo mismo. En cuanto a lo que a lo que a políticas de ayuntamientos se refiere no tengo tan claro que sea útil tener estos planteamientos.
En la creación de ideología través del urbanismo el caso de Valdebebas se ha convertido en un proyecto directamente asociado a Isabel Díaz Ayuso, por ejemplo.
El presidente de la Junta de Compensación de Valdebebas, César Cort, estuvo detrás de la noticia tan sonada de la bandera de España de más de 700 metros cuadrados en un edificio. Proviene de una familia que además estuvo directamente vinculada con negocios del franquismo. Es muy curioso además que Marcos Foncueva, gerente de dicha Junta, se presenta como CEO, como si el barrio fuese una empresa. En su cuenta de Twitter es muy activo y habla constantemente de iniciativas vecinales, pero como si de una gran empresa se tratase.
¿Es posible resignificar estos barrios desde el punto de vista político?
Hay que estar ahí, en el caso de Rivas, que tiene muchísimas viviendas unifamiliares, hay una presencia muy grande de la Administración en la vida diaria de las personas. Hay que pasar de inversor a vecino, si alguien está interesado en desarrollar un proyecto político de comunidad, es necesario estar presente. Probablemente Valdebebas no sea el sitio, pero toda la zona del sureste y el este de Madrid, sí que podría ser un sitio receptivo. Hacen falta organizaciones con militancia, dos conceptos que están en desuso ahora mismo.