Cinco mil pesetas de premio para encontrar la novela que resucitase la narrativa española, demolida, como tantas otras cosas, por la Guerra Civil. A Josep Vergés, cofundador de Ediciones Destino, no le convence la propuesta de Ignacio Agustí, director de la revista del grupo, de crear un certamen literario al estilo del Premio Joan Crexells, que el Ateneo de Barcelona había concebido antes de la contienda. A su socio, Joan Teixidor, la idea le entusiasma y propone que el galardón se bautice con el nombre del leridano Eugenio Nadal, catedrático de Literatura, que había ocupado el cargo de redactor jefe de Destino durante sus primeros números y había fallecido recientemente a los 28 años.
El Premio Nadal salió adelante y se falló el 6 de enero de 1945. El jurado, reunido durante una cena en el desaparecido Café Suizo, situado en Las Ramblas, estaba integrado por los críticos literarios Juan Ramón Masoliver y Rafael Vázquez Zamora, además de los tres hombres citados anteriormente. Todas las quinielas apuntaban que el ganador sería el periodista César González Ruano, pero había otros 26 manuscritos más en liza. La selección fue ardua ante la división de los miembros del jurado y el resultado final, inesperado: el último original llegado a la redacción resultó ser el premiado, y estaba escrito por una desconocida de 23 años de nombre Carmen Laforet.
La novela se tituló Nada, y narraba la lucha de Andrea, su protagonista, asediada por los silencios y las soledades provocadas por una convivencia social donde se habla en medias verdades y nunca llegas a comprender del todo cuanto sucede, por sobreponerse a un entorno moralmente deleznable. Era puro existencialismo de la primera parte del siglo XX, que la crítica equiparó a obras maestras de esta corriente literaria como El extranjero, de Albert Camus, o La náusea, de Jean-Paul Sartre.
Laforet fue compaginando durante todo el curso 1943-1944 la escritura de Nada con las clases de Derecho —se encontraba en el segundo año de carrera—. De esa aventura literaria le hablaba a su amiga Linka Babecka, pero esta última no tenía tiempo suficiente para dedicarle al texto de su compañera. No obstante, sí quería ayudarla y para ello le puso en contacto con Manuel González Cerezales, el joven director de la editorial Pace y un buen conocedor del mundo de las letras. Laforet confiaba en que ese hombre, que a la postre se convertiría en su marido y el padre de sus cinco hijos, publicaría la novela.
Pero Nada no encajaba en los temas editados por Pace, más preocupada por cuestiones políticas y de historia. En mayo de 1944, Laforet se centró en el estudio de los exámenes de junio y aparcó temporalmente la escritura del libro. Sin embargo, y según recogen Anna Caballé e Israel Rolón en la biografía de la escritora —Carmen Laforet. Una mujer en fuga—, ya aventuraba el cambio que iba a dar su vida: "Me angustia la visión de un porvenir demasiado seguro y creo que tal vez me escaparé de él... a su tiempo".
Sobre la bocina
Cerezales leyó entonces un anuncio que apareció en Destino el 2 de agosto de 1944 en el que se convocaba la primera edición del premio Eugenio Nadal. El cielo se había abierto. Laforet apuró durante las últimas semanas del verano la finalización de Nada, escrita a mano, mientras alguien, supuestamente el editor gallego, iba transcribiendo los capítulos a máquina. Había que tener lista la novela antes de que concluyese el plazo de entrega.
El manuscrito llegó a la redacción del semanario catalán en noviembre de 1944, con prisas y a punto de incumplir la fecha de convocatoria. El título que le pusieron al texto, según explicó años más tarde Cerezales, sería "una ocurrencia del último minuto". Laforet ni mucho menos se imaginaba que fuera obtener el beneplácito del jurado. A ella, con que la novela saliese al mercado y le reportase un poco de dinero, ya le satisfacía. Ganar la proyectó en la cultura española con una fuerza inesperada, recibiendo elogios de los grandes plumas masculinos, pero también se convirtió en una trampa que la ataría para el resto de su vida.
"El resultado la forzaría a la profesionalización, cuando ella, en realidad, lo que deseaba era vivir su vida, viajar, y hacerlo de la forma más libre posible, contando con la escritura porque esta formaba parte de su modo de relacionarse con el mundo", señalan Caballé y Rolón en la biografía de la escritora. "[Ganar el Nadal] también la rompió emocionalmente al forzarla a una vida profesional que ella no deseaba y en la que nunca se sentiría cómoda. El que se sentía cómodo era Cerezales".
Nada fue luz y sombra, el parto de una obra maestra a cargo de una brillante joven, sin precedentes en el mundo de las letras, y una experiencia traumática que la arrojó al abismo. "El mundo vino a ella y la confirmó como escritora mucho antes de lo previsto y lo hizo con una fuerza que, paradójicamente, la empujo a huir de él y de sus exigencias".
La misma joven y fresca escritora que se había revelado en el esperanzador brote verde de la literatura española de posguerra solo escribiría cinco novelas más a lo largo de toda su vida, y una pequeña colección de relatos cortos y libritos de viajes. Su creación más destacada fue La mujer nueva (1955), pero ninguna sería capaz de eclipsar su gran éxito: Nada.
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