Cuentan que Samuel Beckett iba paseando con un amigo en una espléndida mañana de primavera, y su acompañante le preguntó: “En un día como éste, ¿no se alegra de estar vivo?”. Beckett respondió: “Tampoco hay que exagerar”. Este ensayo del poeta Alejandro Simón Partal -Las virtudes de lo ausente: fe y felicidad en la poesía española contemporánea- va precisamente de lo contrario: de pelear las horas buenas, de dejarse obnubilar por lo pequeño, de entender, por fin, como Whitman, que “una brizna de hierba no es inferior a la jornada de los astros”. Estamos aquí y hay lujos accesibles: el sol en la cara, la primera falda del verano, la piel que se desea, tu canción favorita sonando en un bar, el vermú de la una y media. Hay determinadas conversaciones, determinados sabores. Olores que traen memorias líquidas. Cosas extraordinarias: besos, pájaros, euritmias.
Simón Partal se refiere a esa felicidad que no se parece a un tripi, que no se cocina en los afters, sino, más bien, a esa alegría sencilla que uno rasca algunas horas. “El devoto del placer acaba convirtiéndose en el esclavo del consumo, que le llevará a la insatisfacción permanente solo aliviada por instantes de euforia que nada tendrán que ver con la felicidad”, escribe el poeta. Pero, ¿cómo entender lo que es fundamental entre tanto ruido, cómo discernir la belleza doméstica, cómo revalorizar la bondad en un mundo donde triunfa el pillaje?
Aquí una herramienta inesperada: la poesía. Lo escribía Borges en Los justos, el poema que abre el ensayo. “Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire. / El que agradece que en la tierra haya música. / El que descubre con placer una etimología (…) / El que acaricia un animal dormido. / El que agradece que en la tierra haya Stevenson. / El que prefiere que los otros tengan razón. / Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”.
¿Por qué es fundamental la poesía en 2018? ¿Es necesaria, precisamente, porque es inútil, justo en esta era de la productividad y el neoliberalismo desatado?
Yo creo que no es inútil la poesía. Se ha puesto de moda el concepto de “inutilidad” a partir del libro La utilidad de lo inútil, de Nuccio Ordine, que tuvo mucha repercusión. Me preocupa, porque algo que no se usa puede desaparecer, así que reivindico la utilidad de la poesía. No es fundamental… se le exige demasiado para cambiar la cosas, y no creo que esa sea su función. La poesía señala lo decisivo, lo fundamental de lo que ocurre, y ofrece la certeza de que el mundo puede ser una bella verdad. Como seres efímeros que somos, ayudemos a eso. Más allá de eso de “la poesía es un arma cargada de futuro”… simplemente es una búsqueda del bien y de la bondad de lo cotidiano, una forma de entender la existencia. Es útil, la poesía, aunque vive momentos de confusión. Está permaneciendo. Se vende mucho. Vivimos el boom de la poesía y el ocaso del poeta.
El boom de la poesía, pero… ¿de qué poesía? No la de Caballero Bonald, desde luego.
Bueno, a mí me parece muy bien este debate. Quedas con poetas y se comenta este fenómeno, que está muy presente. Mi postura es que me parece bien que haya un género best-seller en la poesía, igual que existe en la narrrativa. Se puede convivir perfectamente. En el best-seller puede haber poetas buenos, pero no me he acercado mucho a ellos de momento. Esto genera que puedas comprarte un libro de poesía en Atocha y no tener que pedírselo al último librero… porque si no lo vamos a pedir 4 o 5 frikis. El best-seller ha hecho que cualquier persona pueda tropezar con la poesía. Y es tan verdad que las editoriales que han vendido esa cantidad de libros han hecho algo bien como que la poesía tiene que ser algo elevado, no inaccesible, pero conservar una parte de grandeza.
Dices en la nota inicial que en este tiempo impera la religión del Bromacepán. ¿Por qué cada vez estamos más tristes?
Sí que estamos más tristes… creo que es porque somos cada vez más exigentes. Estaba leyendo la nota de suicidio del actor Robin Williams. En los últimos días no podía hacer reír a nadie. ¡Un señor de 60 años que sentía esa exigencia…! Nos han inyectado eso. Un sistema muy competitivo, pero la competición no nos ha hecho mejores, sino más infantiles. Infantilismo contemporáneo. Nos sentimos jóvenes hasta los 50 años… no está mal, pero este asunto de pensar que la vida es finita hace que vivamos muy precipitadamente. Mira con las redes sociales: vamos de viaje más para mostrarlo que para disfrutarlo. Es la necesidad de apariencia, la necesidad de vivir una vida plena y pletórica.
Nos lo dicen en televisión. Ayer veía una entrevista a Los Javis, te digo los Javis como te podría decir cualquiera, y decían que tenemos que vivir la vida intensamente, que tenemos que vivir como nos dé la gana vivir. Bueno, es que yo creo que la vida no tiene que ser siempre excitante. Esa imagen de la vida como algo apoteósico… nos genera una tristeza incurable. Creo en la renuncia, en la soberana sumisión para aceptar nuestras limitaciones y saber que no somos tan buenos y no podemos ser tan eficaces. Nos sentimos más relajados cuando aceptamos eso. Yo ya acepté mis limitaciones y sé que no puedo hacerlo demasiado mejor (risas), me da mucha tranquilidad, quizá algo de autocompasión también (risas). La búsqueda desaforada de la felicidad nos está arruinando.
¿Qué entiendes por felicidad? En el libro hay varias definiciones. Citas a Karl Bath: “La felicidad es una forma de encontrar a los dioses cuando hemos perdido a Dios”.
Es difícil. El negocio del libro de autoayuda se basa en eso: ¿cómo ser felices? “Felicidad”, como “libertad”, son grandes palabras inabordables y su definición consiste en buscarlas… existen en cuanto se buscan. No hay que buscar la felicidad de manera ansiosa, sino como una forma de hacer tu vida más amable. Más que “felicidad” me gusta el concepto francés de “buena hora”. La felicidad tiene que ver con los instantes puntuales. Y me gusta mucho la definición del antropólogo Marc Auge: “La felicidad es la ausencia de infelicidad”. Lo importante no es tanto ser felices como no ser infelices.
¿La felicidad constante empacha? En el libro dices que es mejor buscar momentos (como una hora) antes que una felicidad constante que nos pueda “turbar de manera crónica”.
Bueno, como no la he experimentado no sé si empacha o no (ríe). González Iglesias decía que era necesaria una felicidad “libre de euforia”, y acaba diciendo que él no sabe si la ha conseguido, pero sabe describir muy bien ese país en el que nunca ha estado. La euforia es un tripi, y quedarse pillado es peligroso. La felicidad serena… continua… inalterable… yo no la he vivido. He vivido alguna comida, algún encuentro con amigos, momentos de alegría y bondad. La bondad está ninguneada y vilipendiada. Parece que alguien bueno es alguien idiota, eso nos han enseñado de pequeños.
¿No tienes sentimientos encontrados con el hedonismo? Quiero decir: ¿es bueno o malo? Parece bueno en cuanto que supone un parón en la rueda del trabajo, pero, ¿cuáles son sus peligros?
Es curioso, porque en este país no somos laicos pero tampoco somos religiosos. La religión que impera es la del capital. Y eso dirige la voluntad de la gente. El ateísmo mal entendido, el de la brutez y la frivolidad, nos ha llevado al consumo salvaje… el carpe diem nos hace pasar los fines de semana en centros comerciales. Se nos ha olvidado que en lo cotidiano, lo pequeño, lo sencillo, está lo sublime. El hedonismo se ha mezclado con el escepticismo: es una parte más de nosotros, igual que el ego. Si se controla puede ser interesante para desarrollarnos como seres humanos y crecer desde la duda.
¿Por qué en el imaginario popular se entiende a los poetas como gente honda y herida, muy conectada con las grietas de la vida y el sufrimiento? ¿Sois los poetas unos tristes?
(Risas). Bueno, he intentado buscar justo en este librillo algunos poemas donde recalcaba lo contrario: la alegría de la poesía. Cuando eres muy joven quieres ser un poeta maldito y decadente, y hacer esas cosas que se hacen con 18 años, tipo Rimbaud: posturas de la juventud. Pero cuando vas cumpliendo años… ahora mismo la poesía que me interesa es la que celebra la existencia y la alegría de vivir, y el privilegio que supone estar vivo, no estar siempre revolcándose en el fango.
Hay una edad en la que el malditismo hay que dejarlo o se convierte en gangrena. Es ridículo. El tema de la tristeza… tristeza, ¿con respecto a qué? Se confunde mucho con la contemplación. La poesía, desde luego, necesita un ritmo lento. La poesía es casi el último idioma cualitativo y necesita del ritmo lento, hasta del aburrimiento, para escuchar y mirar cosas que si no no conseguirías mirar ni ver. San Agustín decía que nuestro gran premio será ver. La poesía triste no me interesa. A mí hay canciones tristes que me dan ganas de bailar… como las de Xoel o Nacho Vegas. Y luego me entristece escuchar música alegre.
¿Cómo entronca la idea de Dios aquí, en el concepto de felicidad? También hablas de que se puede encontrar a Eros en un entorno religioso. Un poco en la línea de poetas como Pablo García Baena o Juan Antonio González Iglesias.
La idea de dios me interesa porque llevo un tiempo estudiando e investigando por mi cuenta sobre temas de fe, literatura y poesía. La gente confunde “religión” con “rigideces eclesiásticas”. No comparto nada la calamidad de la Iglesia, ha tomado muchas decisiones desafortunadas, pero no hay que confundir eso con la espiritualidad ni con la fe, ya seamos creyentes o no creyentes. Yo soy un creyente a tiempo parcial (risas). En el fondo creo que hay algo que palpita detrás de las cosas. Eso me diferencia de mi perro, que es inteligente y puede hacer casi de todo, pero no puede preguntarse qué esperar del mañana.
Dios está en toda la poesía, en toda la literatura y toda la música, en todo lo que ha movido al arte. Ningunear todo eso es una pena. Justo para huir de la frivolidad y del consumo rápido hay un viraje hacia lo sagrado, no de forma conservadora, sino como una forma de entender el misterio de la vida. Sembramos un huerto, hacemos canciones… porque hay un misterio de la existencia, porque amamos, porque sufrimos. Por eso escribimos y hacemos películas. Sin misterio se acabaría todo. Si mañana sale en las noticias que hay vida después de la muerte nadie haría canciones ni poemas, porque no habría temor a extinguirnos. Pascal decía que es incomprensible que dios exista y que es incomprensible que no exista.
¿Somos más felices porque existen represores como las “rigideces eclesiásticas”, que nos han inculcado el concepto de ‘pecado’ o de ‘culpa’? ¿Disfrutamos así con más gozo y morbo de ciertas sensualidades?
La pregunta podría ser la respuesta. Me lo pregunto igual que tú. Pienso que Jesús fue un personaje muy interesante, mucho más que una biografía de Zaplana. Se alaba mucho a gente que no es tan trascendente, pero Jesús de Nazaret fue increíble, y él nunca definió el pecado, ni lo que se considera “adulterio”… él intentó estar en el lado de los débiles. Era un revolucionario. La del hombre que entra en una ciudad como Jerusalén fue la primera revolución popular, toda una efervescencia. Hoy están cambiando las cosas gracias a la gente que sale a la calle a manifestarse. Todo o demás… viene impuesto más por determinados gobernantes que por la tradición. Todas las barbaridades que se han dicho… creo que es un momento muy bueno para que la Iglesia rectifique y pida perdón por todas sus rigideces: desde el aborto al ninguneo de la mujer.
En el libro cuelas dos extractos de Paris-Austerlitz, de Chirbes. Es el paso del “follar durante horas y ponernos una raya” al momento en el que su amor queda contagiado y ya ni se acerca a él. ¿Por qué huimos de los lugares y los cuerpos donde hemos sido felices?
Sí… creo que tiene que ver con la sobreexposición de la felicidad. El vacío que deja cuando acaba, ese bajón… a veces uno dice “mejor que me quede como estoy”. En esa novela de Chirbes cuenta la historia de amor de unos chicos, y uno queda contagiado de SIDA… me produce mucha angustia eso de afrontar situaciones tan duras, tan difíciles, y luego intentar alargar la felicidad… Chirbes ha tratado muy bien la idea de que la búsqueda de la felicidad sólo produce infelicidad. E incertidumbre. Los que trabajamos en la educación no sabemos dónde vamos a estar el año que viene.
Estos días estoy sintiendo la ansiedad de hacer 200 trabajos… no tendrían que exigirnos tanto. Chirbes habla de eso: hay mucha autoexigencia en sus personajes, y mucha lucha por encontrar una certidumbre que no llegaba. Trata muy bien la relación tan conflictiva del deseo, el placer y el sufrimiento. El amor es un caldo de sufrimiento constante. Tengo alumnos de 18 a 20 años, y cuando los escucho recuerdo que la vida se basa en ciertas situaciones… en estar con una amiga en el suelo, escuchando música y con una botella de vino y tres velas. Les digo que hagan todas las maldades del mundo. Lo de la “raya” que decía Chirbes… pues está claro que las drogas no son la solución a nada, pero alguna licencia podemos permitirnos. Todos necesitamos que nos tranquilicen.
Luis Rosales escribió que “para toda al vida no basta un solo amor / tal vez el nuestro sea para toda la muerte”. ¿Es verdad?
Es complicado. En principio sí basta un solo amor… se ha demostrado que sí. Ese poema de Rosales lo leí en la boda de mi hermano y el cura me miró raro, como si estuviese sentenciando a la pareja (risas). No lo entendió mucha gente. Bueno, yo creo que se le ha dado demasiada importancia a la perdurabilidad del amor. No hace falta que sea para toda la vida. Tengo un alumno que vive con su novia en una pequeña buhardilla… pienso que, si dios existe, está en esa buhardilla y en ese amor adolescente.
¿Qué poetas hay que leer para ser feliz, y qué poemas?
Este libro es una introducción a eso. Creo que hay que leer mucho al filósofo Emilio Lledó, aunque no sea poeta, porque produce una poética de la búsqueda del buen vivir, del vivir poéticamente. Ernesto Cardenal es fundamental. Ida Vitale, Piedad Bonnett, Francisco Pínez, Aurora Luque… Chantal Maillard, San Juan de la Cruz.