La dedicatoria del Hardcore Maternity (Lumen) ya es una declaración de intenciones: “Para Hugo y Teo. Cuando cumpláis dieciocho, lo entenderéis”. Lo que entenderán, cuando los soplen, es que las madres modernas han detectado la malla que se les coloca en el momento en el que se quedan embarazadas: pasan a ser, al patriarcado gracias, seres desexualizados que hacen la cátedra en papillas, pañales y besos en la barriga, doctas sólo en dulcificar la voz y jugar a los gorgoritos, animales sacrificados en la crianza, la alimentación y la educación de los críos.
Abre la boca, come espinacas, no pintes en la pared, no le tires arena a otros niños, ¿jugamos a las construcciones? Se reducen los registros, cambian las lecturas, ya no se compran pintalabios. No. Nos bajamos aquí.
¿Cuántos años le deja entonces la sociedad a la mujer para ser, efectivamente, mujer, si hasta entrada la adolescencia se la reprime como hija y al parir se la ve solamente como madre? Qué estrecho el tramo de la libertad. De eso trata esta novela gráfica: de las aventuras y desventuras de un grupo de mujeres de Nueva York que pelean por desmitificar la maternidad, por arrancarse ese “sentimiento de culpa” que se vuelve corpóreo cuando también se atienden a sí mismas. Están divorciadas. Les apetece volver a ser felices.
Lo firman Marga Castaño y Esther de la Rosa con inteligencia, con humor, con autocrítica. “Saca otra de vino, que les acabo de poner una peli en el Ipad”, dice una de las amigas al comienzo del libro. Van de resaca a las funciones de Navidad de los críos, se hacen Tinder, fantasean con hombres nuevos y a veces, durante el sexo, les asalta la imagen de Bambi. Es difícil desdoblarse. “Vaya día de mierda. Si vuelvo a nacer, quiero ser millonaria. ¿Y tú?”. “Yo, estéril”.
Bifurcación o barbarie: madre y mujer
Se plantean debates superficiales y desprejuiciados. ¿Qué foto de perfil poner en redes sociales? ¿Tal vez una en plan “madre abnegada busca el amor verdadero”? ¿O “la de las tetas”? Siempre hay alguna colega moralista que empieza con eso de que Tinder “es una banalización del amor y de las relaciones, y, sobre todo, distrae de lo importante: encontrarse a una misma”. Pero, ¿acaso alguien se encuentra a una misma comprando diminutas rebequitas que quedarán inservibles en un mes?
Hardcore Maternity es, en breves trazos, lo que hay después de Sexo en Nueva York. Es la vida cuando comienzan a asediar las responsabilidades, las hipotecas, las parejas serias, los desengaños; cuando el hogar ya no es un piso de diseño en el centro de la ciudad, impoluto y ordenado, sino una selva de témperas donde campan los mocos y las babas de los seres que uno más ama en el mundo.
Dramas adolescentes (y eternos)
Arrastran dramas contemporáneos que recuerdan a la adolescencia: “¡Mira quién aparece después de tres semanas. ¿Qué le contesto?”, y la respuesta de la amiga romántica: “Dile algo como: ‘Justo ayer me acordé de ti en un concierto...’, para que vea que aún estás receptiva”. También el consejo de la amiga ácida: “¿Después de tres semanas sin dar señales? ¡No! Mejor dile: qué sorpresa. Todo bien. Tomando un drink con mis amigas. Que vea que tienes tu vida y que te lo pasas bien sin él”.
Ojo a la tensión de lo que ellas llaman “las tres bolitas”, que no son más que los puntos suspensivos del “escribiendo” de Whatsapp. Ellos siempre, más simples. Cuando se reencuentran en el sexo, la mujer le comenta: “Me gustó mucho tu mensaje de ayer”. Y él dice, lacónico: “Ah, ¿sí? Pues no sé, lo escribí un poco así, sin pensar...”.
Piensan a menudo en el proyecto de sus hijos. Quieren darles lo mejor, todas las oportunidades, pero no pueden escapar de sus propias frustraciones: una quiere que el suyo sea escritor. La otra, que sea artista. “Todo para que un día vengan y nos digan: ‘mamá, quiero ser profesor de zumba’”, bromean. Hay meses que las cuentas no salen. Otros, en los que llega con dolor ese “me gusta más estar con papi”.
Hay instantes de masturbación, de karaoke, de supermercado, de conversaciones con la abuela, hasta de recurrir al tarot. La banda sonora de su vida no ha dejado de ser “mamá, ven” o “mamá, me he caído”, a pesar de jugar con conocer el sexo virtual y de estirarse hasta el hartazgo a fuerza de yoga. Sí: era duro bifurcarse. En una ocasión, al grupo de amigas se les cae la baba en un bar con un padre guapetón que se despide diciéndoles: “Me marcho ya, le prometí a mi hija que llegaría a tiempo para acostarlas”. Y de repente, una de ellas recae en lo importante: “Eh. Nosotras hacemos lo mismo o el doble. Y nadie nos hace la ola”. Pues eso.