Lo advierte en uno de sus poemas: "¡Me atrevo a creer en las ruinas!". En otro cuenta que está "creciendo de la nada". Parte de cero, Chantal Maillard, en cada construcción intelectual; se arranca del mundo y luego se instala con rostro nuevo, más lúcida y poderosa, más volátil y desencantada, pero con memoria de la caída. La llaman la "poeta del dolor", y es mirarla y ya duele. Con los ojos clarísimos y los dedos en las sienes, pariendo ideas. Le molesta el ruido del ambiente, los pasos cercanos de tacones, las voces que cuchichean. Maillard ama el silencio porque sabe que el silencio es una postura. Porque sabe que el silencio es elocuente.
La poeta y filósofa nació en Bélgica, pero vive en Málaga desde hace años. Es Premio Nacional de Poesía por aquella vez que decidió Matar a Platón. Es Premio de la Crítica. Es Doctora en Filosofía especializada en Filosofía y Religiones de India. Es profesora de Estética y Teoría de las Artes, pero oigan, no esa estética a la que confunden con "belleza", sino la que tiene que ver con lo sensible. Galaxia Gutenberg reedita su obra La razón estética, que habla de un fin de ciclo y de inaugurar una nueva forma de pensar. Una basada en la educación de la sensibilidad. Trucos ambiciosos en días crueles.
En 1998, cuando se publicó La razón estética, usted decía que quería salvar el mundo, que las cosas podían ser distintas. ¿Sigue queriendo cambiar el mundo o lo ha dado ya por perdido?
Yo creo que está perdido desde que se inició (ríe). No creo que tenga remedio por muchos intentos que hagamos. Creo que el optimismo pertenece a las edades fértiles, es decir, cuando la química de los cuerpos quiere vivir y cuando uno ha pasado esa edad, cambian las cosas, los puntos de vista. No soy en absoluto optimista.
Se trasluce de su respuesta que en realidad no confía en el ser humano.
A la vista está que no hemos sido capaces de hacer que nuestras sociedades sean lo que pensábamos que podrían ser, y creo que es porque hemos olvidado lo más importante. Hemos perdido algo. Hemos adquirido, ciertamente, habilidades dentro de lo que es la técnica o el lenguaje, pero hemos perdido algo que pertenecía al animal que llevamos dentro todavía algunos, y digo animal en el mejor sentido. Creo que nos hemos regido por lo que se llamaba el modelo de El árbol de Porfirio, un modelo lógico que entiende la realidad por medio de diferencias jerárquicas, de especie, género, subgénero… El árbol de Porfirio es un árbol conceptual que pretende definir al ser humano obviando por el camino todo lo demás.
Frente a ese modelo, yo propondría otro, el del baniano. Hay cerca de Calcuta un baniano que tiene, unos dicen que 19.000 metros cuadrados, otros dicen que 12.000 metros cuadrados… De su tronco madre salen ramas que van a enraizarse en el suelo. Ramas que son raíces que llegan a la tierra formando nuevos troncos de los que salen nuevas ramas, y así sucesivamente. En ese modelo no hay una jerarquías, y el árbol se expande horizontalmente. Puede llegar a crecer incluso -es el caso de ese baniano precisamente- sin su tronco madre, si éste se muere, el árbol sigue vivo. Es un modelo en el que todos los individuos valen por igual, no hay jerarquías. Prefiero este modelo matriarcal, y ese mundo, frente al otro patriarcal, lógico, del árbol de Porfirio, que procede con universales conceptuales. Recuperar la conciencia de que no somos sin lo otro, de que no somos sin lo que nos rodea, lo que llamamos “el medio”, que no es un medio, sino un todo, recuperar esa conciencia es lo que La razón estética ha propuesto: un proyecto de nueva racionalidad.
¿Qué ha cambiado en el mundo desde entonces? ¿Cuáles eran los rasgos de crisis de 1998 y cuáles son los de 2017? Usted habla de “fluctuaciones sociales”.
Indudablemente muchos, porque cuando escribo esto, en los noventa, acababan de surgir los ordenadores. Si pensamos en dos décadas… y en todo lo que ha ocurrido, pues es otro mundo. El mundo ha cambiado drásticamente.
¿Es un mundo peor?
Bueno, depende desde dónde se mire. Desde luego, si yo fuese una ballena diría que es un mundo mucho peor. Si fuese un gran empresario, probablemente diría que es un mundo mucho mejor. Como animal humano que soy, yo diría que ha empeorado mucho, pero ya te digo, es cuestión de punto de vista. Ya no puede hablarse de evolución progresiva, el progreso es un concepto decimonónimo unido a la Revolución Industrial. No podemos mantenernos en esa idea, sino asumir que hay transformaciones que son para bien o para mal según para quién. Y por supuesto ha habido transformaciones también en las formas sentimentales a las que aludo en este libro. Analicé allí diversas categorías de la sentimentalidad como categorías de una conciencia colectiva, que va modificándose al tiempo que sus valores. Tomar conciencia de las modificaciones que tienen lugar en un mundo convertido en representación es la cuestión que ahora debe interesarnos.
¿El capitalismo ha fracasado como modelo?
El capitalismo nunca fue una buena opción. Al sustituir la economía de subsistencia por la economía del beneficio hemos convertido los medios en fines. Se pretende aumentar el beneficio porque donde hemos situado el valor es en el beneficio, no en las posibilidades de una vida mejor, más acorde con el entorno. No hay ganancia que pueda obtenerse sin una perdida por parte de otros.
¿La “educación de la sensibilidad” podría ser una asignatura en los colegios? Primero, ¿cómo aprenderla? Y después, ¿cómo inculcarla?
Por supuesto. El gran tema para mí es la observación del proceso mental, el conocer la mente, el “conócete a ti mismo”, entendiendo bien qué es ese “ti” y ese “mismo” en el cual tanto creemos. El “mi” es una creación. Va haciéndose con el entorno, va haciéndose con hábitos de pensamiento, con hábitos fácticos, es un cúmulo de hábitos mentales, sentimentales y prácticos que derivan a la larga en una especie de solidificación a la que llamamos “yo”. Pero cuando observamos realmente ese pasar, ese suceder de los pensamientos… todo es pensamiento, todo pasa por la mente, una emoción también, ¡todo! Cuando observamos sus fluctuaciones y no le otorgamos más peso de lo necesario, se relativiza todo. Se podría enseñar. Se puede hacer. Sólo que, claro, quien lo enseñase tendría que haberlo aprendido. Es bastante utópico.
En un mundo en el que nos hacen creer que lo tenemos todo, ¿por qué cada vez estamos más tristes? ¿Eso también responde a nuestro fracaso a la hora de acercarnos a la educación sensible, estética?
No está satisfecho porque en esta sociedad tenemos buen cuidado en mantener el grado de insatisfacción necesario para sostener el alto grado de consumo, es decir, para que las empresas sigan obteniendo beneficios. Este es el problema: para mantener el consumo hay que mantener la insatisfacción. Se necesitan productos diluidos que no llenen las expectativas, mientras se le hace creer al sujeto consumidor que eso es lo que quiere, cuando lo que quiere es otra cosa.
¿Qué quiere?
Bueno, quiere ¡ser feliz! (ríe). Quiere estar bien. Pero la eudaimonia -el buen daimon, el sentimiento de bienestar interior- no se adquiere a través del consumo, ni del tener por el tener.
¿Es más fácil ser feliz en un sistema comunista?
Bueno, “comunista” es una palabra muy lastrada. Si la utilizamos como oposición al capitalismo, tal y como han ido las cosas, en la práctica ha tenido muy poco que ver con la idea de Marx o de cualquier utopía comunitaria. Una cosa es el comunismo como ideología política y otra muy distinta es la vida comunitaria en igualdad y respeto que algunas utopías quisieron diseñar. Yo optaría más bien por una nueva economía de subsistencia -otra utopía, evidentemente-, una sociedad en la que primase que todo ser pudiese vivir con las necesidades satisfechas, es decir: si tiene hambre, que pueda comer, si tiene frío, que pueda abrigarse.
Eso es lo que cualquier animal desea. Lo terrible del ser humano es que además de ser animal es un aumentador. Es un au(c)tor; la palabra “autor” viene del latín augmentare: aumentar. Toda representación es un aumento. Lo que necesita el animal humano en todos los ámbitos es un aumento de la realidad, y eso es lo que nos distingue de los demás animales.
Dice usted que para gobernar es necesario saber qué somos o qué estamos siendo más allá de nuestro personaje. ¿Qué errores filosóficos observa en nuestro Gobierno?
(Se ríe). Vaya pregunta en estos días.
Por eso, también.
Esto está relacionado con tu pregunta anterior, la del método. La política no la hacen los partidos, la hacen los individuos. Tenemos que recordar que un “partido” siempre es una “parte”. La política la hacen individuos que luego se agrupan formando partes: apartados, partidos. Si esos individuos no han aprendido a conocerse a sí mismos, a saber qué es ese "sí mismo", a saberse... si no han ido un poco más allá, o un poco más abajo... no sé cómo decirlo, si no han observado qué es ese "yo" que les gobierna y siempre llevan por delante incluso en nombre de otros muchos, mal van a poder gobernar. Esto es muy viejo, lo conocemos desde antes de los griegos: si uno no se conoce a sí mismo, ¿cómo va a gobernarse a sí mismo? Y si no puede gobernarse a sí mismo ¿cómo pretenderá gobernar a otros? El error del político es no haber dedicado tiempo a esto. Es el primer error.
Y no tiene pinta de que se lo vayan a dedicar.
No. La mayoría ni siquiera sabe que esto es posible, porque cuanto más tiempo pasan en sus labores de transacciones (que es en lo que se ha convertido la política), menos tiempo tienen para mirarse al espejo. Se mirarán al espejo solamente para ponerse su maquillaje de títere u ocupar su lugar en la representación, que ya está escrita de antemano. Un juego representativo que tiene consecuencias trágicas. La palabra “tragedia” proviene del griego tragodía: el canto (oda) del tragos, el cordero sacrificial. La tragedia era entonces una fiesta en la que el pueblo participaba. También así ahora, nuestras tragedias tienen sus sacrificios y sus víctimas.
Cuando miremos más allá de nuestras narices descubriremos que también hay cosas que nos conciernen fuera. Con todo esto que está pasando parece que no tiene importancia que un buque enorme esté amarrado en Bilbao con un cargamento de armas que España exporta, nuestros queridos gobernantes exportan a Arabia Saudí y que irán a parar a la población del Yemen, por ejemplo.
Pero parece que esto “no nos concierne”, entre comillas, a pesar de que nuestro bienestar se sostenga en gran parte con este tipo de exportaciones. Me preguntabas por el error de nuestros gobernantes. Yo te diría un acierto: políticamente hablando, su acierto es desviar nuestra atención hacia eso que creemos que no nos concierne. Mientras ellos exportan todas las armas que quieran.
Decía usted que la política no la hacen agrupaciones ni partidos, sino individuos. Me pregunto, con frustración, qué podemos hacer como individuos para paliar cuestiones como la de Cataluña. ¿Qué vamos a conseguir desde la individualidad?
Entristecerse (sonríe).
Aparte de eso. ¿Dónde reside nuestro poder individual y cómo podemos aplicarlo?
Yo creo que, en principio, no añadiendo más palabras a las palabras. Las opiniones crean diferencias, crean malestar (suspira). Claro, entonces puede que me digan “pero es que el silencio es elocuente y puede ser interpretado”. Sí. Creo que lo único que puede hacerse sin echar leña al fuego es intentar comprender por qué hacemos lo que hacemos, por qué decimos lo que decimos, ver un poco más allá, tratar de… no sé, es deprimente. A mí me indigna el estrecho marco de nuestra indignación. Me indigna nuestra indignación tan limitada.
Desde la Ilustración, nos creemos con “derecho a”. Europa, heredera de la Ilustración. Sin embargo, no parece que tengan derechos aquellos a los que con nuestras armas bombardeamos en otros sitios. ¿Ellos no tienen derecho a que no se les bombardee, a que no se les arrase las casas, a que no se viole a su gente, a que no se les asesine? A mí me indigna que nadie salga indignándose por esas cosas. Eso me causa malestar.
O sea, que somos unos hipócritas de la indignación. O hipócritas de la manifestación.
Sí, bueno, si nos bajan el sueldo nos tendremos que manifestar, pero nuestro sueldo y nuestro bienestar dependen de muchas cosas que suceden en otras partes y a las que cerramos los ojos. ¿Qué puedo hacer?, dirán. Pues salir a la calle, manifestarse, hacer esto que está ahora tan de moda, un Twitter y nos reunimos en la plaza… no lo hacemos. No nos importa. Si te digo la verdad, me importa poco lo que aquí dentro ocurre cuando los de aquí dentro no se ocupan de los de ahí fuera, porque los de aquí dentro están provocando lo de ahí fuera.
¿Cuándo es legítima, según su percepción filosófica, la violencia practicada por el Estado? ¿Es defendible dialécticamente, de alguna manera, lo que pasó el domingo en Cataluña? ¿Qué juicio tenemos que hacer de la violencia que ejerce el Estado hacia los ciudadanos?
La violencia de Estado nunca está justificada. Ninguna violencia, a no ser que te agredan y te defiendas. Nunca estamos libres de una posible guerra. Las guerras empiezan por mucho menos de lo que pasa en Cataluña. Las grandes guerras han empezado por muy poco, la chispa es pequeña.
¿La poesía es bandera o es todo lo contrario a la bandera?
(Ríe) Se ha hecho poesía de todo tipo. La poesía en sí no es nada. Igual que un individuo hace política, otro hace poemas. No por ser poeta se es más sabio, no. La poesía antigua es poesía épica, sus gestas, sus héroes… la poesía es lo que se hace con ella.
Por eso me gusta distinguir entre poesía y poema. El poema para mí es otra cosa. El poema entendido como el erizo de Derrida, un pequeño animal que se cierra sobre sí mismo. Un animal temeroso y humilde que solamente se abre en la mano de quien está a la escucha. El poema para mí es algo así. Es algo que se encuentra a ras de suelo. Valioso en tiempos malos, porque lo que nos entrega es algo que va mucho más allá de banderas y de credos. Sobre todo, de credos.