Si alguna vez pensaron cómo cicatrizaría la herida española causada por la Guerra Civil, podrían haber imaginado una escena como esta: un escritor anarquista y un político socialista son presentados por un periodista falangista para que juntos escriban una novela sobre el “ángel rojo”, el héroe de la CNT que la derecha santificó por evitar miles de muertes en la retaguardia republicana. “Se puede morir por las ideas, pero nunca matar por ellas”, dicen que dijo Melchor Rodríguez, un chapista que llegó a alcalde de Madrid, que se negó a permitir la represalia contra los presos franquistas, el único personaje histórico capaz de unir el voto de PP, Ciudadanos, PSOE y Ahora Madrid al renombrar el callejero de Franco.
Joaquín Leguina (Villaescusa, Cantabria, 1941) y Rubén Buren (Madrid, 1974) firman Os salvaré la vida (Espasa), Premio 2017 de novela histórica Alfonso X el sabio, “una ficción que quiere emocionar al lector”. Una novela para rebajar la pólvora, el enfrentamiento y reforzar el consenso. “Una novela para que la lea cualquier persona en la playa, queríamos escribir una novela fácil para todos, con un discurso histórico muy asequible”, cuenta Rubén, bisnieto de Melchor Rodríguez. “Los personajes de ficción te ayudan a liberarte de toda esa mala literatura, que es la Historia”, añade Leguina.
¿Por qué es importante recuperar a Melchor? “Porque es una oportunidad para sentarnos y hablar. Porque gracias a él entendemos la represión republicana, aunque a una parte de la izquierda no le gusta que hables de ello. A la derecha le encanta la figura de Melchor, porque tienen la oportunidad de equiparar las represiones. Pero no son equiparables ni justificables”, reconoce Rubén, que explica cómo la calle aprobada en la capital a su bisabuelo se fue desplazando poco a poco del centro hasta llegar a la carretera de Aravaca, a una urbanización.
Ambos están convencidos en contar las sombras y las luces de los dos bandos. “Queríamos huir del maniqueísmo. Aquí no hay buenos ni malos”, asegura Rubén. “La República es un orden elegido por el pueblo y el Ejército se subleva con el apoyo de la Iglesia. Esa es la primera verdad, pero determinar si unos son buenos y otros son malos es maniqueísmo”, añade. Por eso Melchor es una figura molesta para ambas partes, porque es un héroe que salva franquistas y un anarquista que lee a Bakunin y se enfrenta a Santiago Carrillo.
Maniqueísmo, el enemigo
Declaran que la izquierda hace una revisión de la Guerra Civil, en la que la República es inmaculada, sin represión durante la batalla. “Pero la República mató”. Leguina se lanza a la piscina al defender su obra: “Es una novela que no tiene nada de maniqueísmo. En eso se diferencia de las últimas novelas publicadas sobre la Guerra Civil”. ¿Como cuáles? “Almudena Grandes. Esa señora sólo escribe de la Guerra Civil de forma maniquea”.
“Esto sólo es una novela. Con personajes vivos, que transmiten emociones”, sigue Leguina. ¿Quiere decir que en una novela sobre la vida de un anarquista sólo hay emociones, sin política? “Depende. No es una novela política sectaria, ni es una novela de parte. Tiene un aroma anarquista, pero nada más. Este libro lo coge cualquier persona y lo primero que ve es una historia de amores y desamores”, dice. “Es una novela de pobres también”, apunta Rubén, que no está de acuerdo con su compañero. Durante la entrevista se entiende las complicaciones que han debido surgir en el trabajo en común entre dos autores con ideologías tan distantes.
De hecho, Rubén reconoce haber cargado las tintas contra Carrillo -“es uno de los malos, uno de los personajes más grises de la Historia de España y el peor enemigo de los anarquistas”- en su lucha con su bisabuelo. Pero Leguina le rebajó su ajuste de cuentas anarquista hasta dejarlo en un taimado coscorrón socialista. “Carrillo no es santo de mi devoción, pero echarle todos los muertos de Paracuellos, y son muchos, no es justo. Lo sabían todos, desde Miaja hasta Largo Caballero. El sectarismo está ausente en esta novela”, asegura el ex político socialista.
Los dos niegan que haya mucho producto cultural guerracivilista, como gritó hace un par de años Javier Cercas, pero echan en falta producto cultural de calidad. La única película que Buren salva es Tierra y libertad, de Ken Loach. “Es una tragedia y las tragedias atraen al escritor, pero no hay suficiente bueno. Esta novela lo es”, asegura de su propia obra Leguina.
Al borde de la película
¿A quién les va a molestar más esta novela, a comunistas o franquistas? “Sobre todo a los comunistas les va a molestar bastante. Pero les va a gustar y molestar a todos”, dice Rubén. “No hay que ir a esta novela con complejos ideológicos, porque si no, no lees novelas. Hay que ir a la novela para pasar un buen rato y que te emociones. Esto es para pasar un buen rato”, apunta Leguina.
Melchor Rodríguez necesitaba una novela, porque tiene una vida digna de ficción. Un guionista no se atrevería a escribirla por miedo a que sonara increíble. La escena de la cárcel de Alcalá de Henares, en la que paró un linchamiento es alucinante.
Que no hayamos conocido su vida más que por el ensayo de Alfonso Domínguez, de hace diez años, es un reflejo de los problemas con el pasado reciente. ¿Por qué ha tardado en aplicarse la Ley de Memoria Histórica casi once años? “Porque la Memoria Histórica no existe. Además, no tenía presupuesto, como todas las leyes de Zapatero”, dice Leguina. De nuevo, los dos chocan. “Sí creo que un país sin Ley de Memoria Histórica está cojo y por eso estamos cojos. Por eso se homenajean figuras como Carrillo”, dice Rubén. “Además, una guerra que has perdido, ¿la quieres ganar en las calles? Cuando yo era concejal en Madrid revisamos las calles con un criterio objetivo: las calles que cambió Franco se restauraron”. Pero las nuevas creadas por Franco se dejaron. “Sí, las dejamos. Forman parte de la Historia”.
Por si les interesa, el periodista que unió el destino de Joaquín y Rubén es José Antonio Martín Otín, Petón, que firma el epílogo de la novela.