Madrugan hasta lo insultante, hacen malabares con las horas del día -para repartirlas entre el oficio de la remuneración y el de la devoción-, pagan sus facturas, viven sin despliegues y fortalecen una lente que acumula sin parar ideas, palabras, imágenes. Dentro les habitan cuentos y novelas. Saben que las ojeras y la pasión tienen mucho que ver. Son los escritores jóvenes de España, ese ejército silencioso y digno que ha encajado como ha podido los embates de la crisis. Si son antisistema, es porque no se han rendido al mandato ese de "produce sin respirar", al imperativo de la urgencia: aún tienen ganas de tontearle al estilo y a la trama. Aún pelean por dedicarse a lo importante.
No han vivido los años de bonanza del sector, si es que alguna vez fueron tales: han nacido tarde para experimentar las delicias del "adelanto editorial" -el anticipo que le corresponde a un escritor por sus derechos antes de que se vendan- y han asumido que con el euro que ganan por cada libro vendido sólo se harán ricos dentro de varias vidas. Pero resisten, por aquello de que sólo el necio...
Trabajo como encargado en un restaurante vegano con una jornada que no llega a las 40 horas; hasta hace poco trabajaba 50 o 55 como camarero, y escribía de madrugada, robándole horas al sueño
Daniel Jiménez (Madrid, 1981) ganó el año pasado el Premio Dos Passos a la Primera Novela con Cocaína (Galaxia Gutenberg). "Mi día a día es bastante cansado. Trabajo como encargado en un restaurante vegano con una jornada que no llega a las 40 horas, pero hasta hace poco trabajaba 50 o 55 como camarero, y me costaba mucho escribir", cuenta a este periódico. "Yo escribía de madrugada robándole horas al sueño. Y es verdad que este trabajo no te exige mucho esfuerzo mental pero sí produce mucho cansancio físico a lo largo de la semana, así que en cuanto tengo un día libre lo primero que hago es sentarme todo el tiempo que puedo delante del ordenador y avanzar".
Pocas vacaciones, pero sí conciencia social
Jiménez siempre se levanta lo antes posible y dedica dos o tres horas a la escritura. Está trabajando en una nueva novela. "Ha sido una escritura muy rápida, aún me queda una fase de corrección muy larga. Me quito tiempo de mis vacaciones y la vida social la llevo un poco al revés, porque los fines de semana siempre estoy currando en el restaurante, y cuando yo puedo tomarme algo, nadie puede. He aprovechado todo eso para dedicarme sólo a escribir y al bar. Tienes que elegir, no te queda más remedio". Está agradecido al premio porque le dio, sobre todo, "tiempo para seguir escribiendo". Al recibirlo dejó de trabajar en otro restaurante y dedicó nueve meses a seguir peleándose con la letra: acabó una colección de cuentos y se puso con otra novela que tenía pendiente.
Estamos luchando para ser escritores y sabemos lo que es no tener vacaciones, no ver a nuestros amigos y estar pendientes de cobrar un artículo que no nos pagan
"Hay escritores veteranos, consagrados, que hablan desde unos tronos muy alejados del mundo: no saben bien qué le pasa a la gente ni cómo se expresa... la realidad cada vez les es mas ajena, están obsoletos de alguna forma", reflexiona. "Y yo creo que la mayoría de escritores que conozco escribimos de lo que nos pasa, no tanto de nada fantástico ni simbólico. Estamos muy apegados a la vida porque, precisamente, estamos luchando para ser escritores, y sabemos lo que es no tener vacaciones, no ver a nuestros amigos, estar pendientes de cobrar un artículo que no nos pagan... conocemos los problemas de la clase media-baja y vivimos esperando a que nos den un premio, que nos reconozcan, que alguien nos haga una foto", ríe. "Pero eso no es real. Llevamos vidas normales con dificultades económicas y emocionales".
Le gusta la hostelería. La ha elegido porque puede compaginarla mentalmente con la escritura. "Me han ofrecido alguna vez ser periodista a tiempo completo, pero lo he rechazado porque me parecía difícil dedicarme durante toda la jornada a escribir, pensar temas, trabajas con palabras, entrevistar a gente... y después llegar a casa y sentarme a escribir otra vez", comenta. "Ahora tengo la cabeza limpia de otras ideas y otros pensamientos".
Agricultor, teleoperador e investigador
Félix Blanco (Valladolid, 1980) acaba de publicar Los escritores plagiaristas (Bandaàparte) con Daniel Remón, Minke Wang y el propio Daniel Jiménez. Es filólogo y ahora se está dedicando a la investigación, anda enfrascado en una tesis doctoral. "Tengo suerte porque me han concedido una beca de investigación, y es bastante difícil investigar en España... ahora me dedico a esto, pero he tenido multitud de trabajos. He sido agricultor en el negocio familiar, teleoperador, técnico de teatro...", evoca. Va por la vida tomando notas en cualquier lado para que no se le escapen las ideas y araña el día para juntar dos o tres horas para escribir un par de páginas.
¿La precariedad de los trabajos pone en riesgo la inspiración? "No sé si la inspiración, pero la continuidad seguro", responde a este periódico. "Me imagino que en un futuro, cuando todo el trabajo lo hagan las máquinas y nosotros tengamos una renta básica, se van a publicar millones de novelas, y pienso en lo aburridísimas que van a ser... quizá porque muchas de las experiencias azarosas, la precariedad y los cambios de trabajo de algunos grandes escritores han provocado que nacieran sus mejores obras". Cree que la vida "problemática" puede ser inspiradora, sí, pero no "deseable".
Cuenta que si no tienes cubiertas tus necesidades básicas es difícil que te pongas a escribir. ¿Y el escritor joven, debe tener alguna responsabilidad social con su época, precisamente por estos años de asfixia que vienen de la mano, no sólo de la crisis, sino del gobierno? Blanco cree que el escritor veterano que se dedica más de lleno a la literatura "probablemente ha perdido el contacto con las urgencias sociales" y sostiene que el escritor joven "por el hecho de estar sufriendo problemas acuciantes de su rango generacional, es muy probable que plasme en su trabajo ese problema, pero más que por una obligación, por una necesidad".
Muchas de las experiencias azarosas, la precariedad y los cambios de trabajo de algunos grandes escritores han provocado que nacieran sus mejores obras
Piensa en Isaac Rosa. "Tiene un compromiso social declarado y afinidades políticas que tampoco oculta, pero sus novelas están más condicionadas por sus propias vivencias y por los problemas sociales inherentes a su edad y su generación, más que por una ideología concreta".
De la autoedición a Alfaguara
Laura Ferrero (Barcelona, 1984) es autora de Piscinas vacías. "Lo presenté a varias editoriales y que si la crisis, que si era joven y novel, que si era difícil que me publicaran relatos... total, que lo edité yo, porque pensé: si soy editora, qué más me da. No sé cómo el libro se puso en la primera semana en los más vendidos de Amazon, entonces saltaron las alarmas en las editoriales y ahora estoy con Alfaguara. Tuve suerte. Es difícil. Que te hagan caso es difícil", relata. "Y ahora parece que el número de seguidores es un baremo para que las editoriales te quieran publicar". Pero en su caso no fue así. Apenas llegaba a 1.000 cuando su literatura conquistó a los lectores sin fenómeno fan personalista de por medio.
Estudió Filosofía y Periodismo, pero no se dedica a ninguna de esas dos cosas. "Trabajo para editoriales comerciales y literarias, soy crítica para el ABC cultural y llevo una sección de memoria biográfica, acabo haciendo tres críticas o así al mes, y me lleva mucho tiempo... también llevo las redes sociales de algunas editoriales y ahora estoy trabajando con un fotógrafo para hacer campañas de publicidad, yo me encargo de la parte más creativa". ¿Algo más? "Para pagar las facturas llego... pero no sé cómo llego", sonríe.
"Los trabajos de diez horas al día no me sirven, porque por las mañanas intento sacar al menos dos horas para escribir mis cosas, y luego preparo proyectos para pagar facturas; prefiero organizarme yo", explica. También sabe que hay días que uno se levanta y no, quizá porque escribir obligado es como besar sin deseo: se convierte en burocracia. "Quedarte delante del ordenador diez horas y que no salga nada... al final te sientes más frustrado. Es lo que yo digo: vete al cine. Estamos como obligados por la sociedad a ser siempre productivos, a decir "he trabajado tantas horas y he hecho esto", y la escritura no funciona así".
Los trabajos de diez horas al día no me sirven, porque por las mañanas intento sacar al menos dos horas para escribir mis cosas, y luego preparo proyectos para pagar facturas; prefiero organizarme yo
Dice Laura Ferrero que podría hablar "de los anticipos de los libros, del dinero real que te llevas por la venta de un libro, que es nada, de cuántos artículos de prensa escrita o blog hay que sumar... ¿al menos cien al mes para llegar a los mil euros?", resopla. "Es una pena que vivamos la cultura de esta manera, desde la precariedad. No sé por qué es posible en otros países vivir bien y aquí no. Aquí malabarismos. Pero a pesar de eso, yo creo en el valor de la literatura". Por eso cada vez que piensa que debería haber estudiado Derecho o Económicas, se le quita muy rápido la idea de la cabeza. "En esto creo. En eso no creería".
Taller de escritura y malabares
Matías Candeira (Madrid, 1984) es autor de la novela Fiebre (Candaya) y de varias colecciones de relatos, como La soledad de los ventrílocuos (Tropo), Antes de las jirafas (Páginas de Espuma) o Ya no estaremos aquí (Salto de Página). ¿Cómo es su día a día? "Lo que hago sobre todo son talleres de escritura y clubes de lecturas constituidos por señoras mayores, en bibliotecas, y mi horario va variando por trimestre... porque no hay mucho trabajo, no es que esté petado de talleres", sonríe. "Así que elijo y la mañana o la tarde la tengo libre para escribir. De eso malvivo. Ya sabes, los autónomos...".
Cree que es un poco "ilusorio" pensar en vivir de la literatura, especialmente porque "no hay lectores para tantos autores, la correlación cada vez es más estrecha". Ha podido disfrutar de un par de becas, una en 2010 -de la Fundación Antonio Gala- y otra en 2013, que ya no se convoca. "Son las únicas ocasiones en las que he podido parar para dedicarme a escribir". No quiere ser uno de esos autores que viven en el lamento, pero reconoce que "primero hay que solucionar la logística de la vida" y luego hay que sentarse a escribir. "Cuando más cómodo he estado escribiendo ha sido cuando tenía la parte material solucionada. En Barcelona escribí en año y medio una novela que, de no haber sido así, hubiese tardado 4 o 5 años en montar".
Invita a la persistencia. A no abandonar antes de tiempo. "Cuando empecé, estuve como dos años mandando el primer libro a editoriales y recibía cartas de rechazo como para empapelar un cuarto, pero era muy cabezota y creía en el libro. Al final encontré editores. Es un mercado muy competitivo", reconoce. Quizá, como dice Candeira, "nadie escribe un libro para ganar dinero": "Es cosa del capital simbólico", guiña. Larga vida a los últimos románticos.