Hay una poesía que hackea el sistema. Habla de libertad, de familias desconcertadas y de los que se oponen a los poderosos. Es poesía de la misericordia, el afecto, la indignación y el arrebato. Son versos contra el olvido y la indiferencia, versos que no riman con banderas ni héroes nacionales: “La bandera es el trapo de nadie, / el único paño puesto a empapar / cuando llueve y las manos de las mujeres / corren al auxilio de la colada”. Son las estrofas arrancadas al silencio, que el escritor Erri de Luca (Nápoles, 1950), el autor más leído de Italia, convierte en protagonistas de su obra poética.
Seix Barral publica -bilingüe- en un único volumen, y por primera vez en el panorama internacional, sus poemarios escritos entre 2002 y 2014. Fernando Valverde, su traductor, explica que la poesía de Erri nace del anhelo de permanecer unidos, de convocar a los ausentes, “su fin es la justicia, el dolor compartido, el canto de la voz humana sin más artificio que su soledad y su miedo”.
“Mi padre tenía un disco de poemas de Lorca, recitados por la voz impostada y solmene de un actor. Era un disco de versos, no de música, y lo poníamos sobre el plato del gramófono”. De Luca lo escuchaba y leía el texto al tiempo. Recuerda el conflicto entre las palabras escritas y las dichas. Lo recitado perdía drama en su esfuerzo por dramatizar y crecía lo escrito: “La poesía de Lorca salía de un desangramiento”, explica en el prólogo.
Cantemos juntos
“La escritura era más potente que la voz. Éste fue mi primer descubrimiento sobre la energía de las palabras. Apagado el gramófono, releía los versos. Sonaban como latidos cariacos, caminaban con pasos de sandalias nuevas, crujían y olían a piel”. Y recupera unos versos de Pablo Neruda, Canto General, para resumir lo que entiende es labor de la literatura: “Yo no vengo a resolver nada. / Yo vine aquí para cantar / y para que cantes conmigo”.
Lorca no es la única referencia de las letras castellanas en su extraordinaria producción. El Quijote de Cervantes es una figura mítica a la que acude -por ejemplo, en la edición del Círculo de Bellas Artes-, para subrayar al personaje como un ejemplo a seguir en nuestros días. Porque Quijote no es “vencedor” de nada, nunca gana y es invencible. Vencedor es la falsa moneda de nuestros días y Quijote es capaz de desenmascarar al enemigo que se camufla. Es el invencible que nunca vence. Ninguna derrota lo aniquila. “Quijote hoy sería acusado por resistirse, por manifestarse sin autorización, por instigación y delinquir”, explicaba el propio escritor al filósofo César Rendueles en la edición antes citada.
En 2008 publica El huésped empedernido, uno de los poemarios más destacados, y en él figura Manifiesto de Quijote, un a declaración de lo que en origen pudo ser el partido de Pablo Iglesias: “No es el opositor de los poderes, él es lo opuesto. / A la potencia opone la impotencia, otra voluntad. / No está en la oposición, que no existe, está en las antípodas. / Los poderes se agrupan en los centros, para él no hay espacio, / lo opuesto es largo, difamado, esparcido. / Cuando encuentra un semejante funda una república / sobre un apretón de manos, una ciudad / sin alcalde, policía, jueces, bolsa. / Lo anima cada voz que se enfrenta al poder, / pero a la revolución le dice: demasiado poco, / lanzar piernas al aire, subvertir no basta, / es necesario desarraigar del pecho, de la respiración / la voluntad de asumir poder, de lo contrario se vuelve a empezar. / Lo opuesto tiene un solo artículo de la constitución: / haz a cada uno aquello que te gustaría que te hicieran”.
Marginados y protagonistas
La injusticia se aprovecha de la inferioridad numérica de los seres inútiles para la política. “Vosotros habéis sido el nosotros, pronombre impersonal de la fraternidad”, escribe Erri de Luca, para que no olvidemos. Su enemigo no es el poder, sino la tranquilidad de las conciencias de sus lectores. Hay que derrocar a quienes guardan silencio para salvarse de las preguntas. Y lo hace sin distraerse en el vocabulario solemne, de quienes lo hinchan para engañar el blanco.
Erri de Luca es el poeta de los marginados. Escribe a los presos que hacen desaparecer los muros leyendo, al campesino que se dobla sobre la tierra y la trabaja, a los refugiados que cruzan fronteras sobre un filo espinoso, a los mineros que raspan el fondo de la Tierra y respiran oxígeno negro, a los que se resisten y se enfrentan al poderoso: “Viva Jesús / que más o menos / fue el primero / en amenazar / al rico y al rey”.
En Los enfurecidos recuerda su época revolucionaria, cómo los nervios saltaban antes que los pensamientos, y se mira ahora: “Los años nos blanquean sin domesticarnos”, y acaba con un rotundo: “Hoy estamos desentonados, / si alguien nos insulta ponemos media sonrisa, / pero no con los ojos, / los ojos van a mirar a su garganta, / si nos insultan dos veces sonreímos / hasta que aquello termina, / pero cien años de espalda doblada / no nos han enseñado a lamer la mano”. Erri de Luca, el Quijote de las letras, nunca se rinde.
Cantar a los migrantes
“En las islas los poderes ven una prisión natural / en las olas una extensión de los caballos de Frisia. / En las islas los pájaros migratorios ven el apoyo / para una parada y después continuar el vuelo. / Entre quien las usa como muralla provechosa / y quien las tiene por espalda en la que reposar del viaje, / resuelvo que tienen razón las alas”, escribe en Lampedusa y las otras. Vuelve una y otra vez a ellos, a todos los que quieren alas para escapar.
En Sólo ida(2005) es un poemario convertido en tragedia griega, un lamento interminable acompañado por los coros que cantan las penurias y los retos de quienes buscan una oportunidad en otro lugar del mundo. “Llegaremos con los niños más endurecidos que los callos, / vagabundos con padres sobre las desolladuras de la tierra”. Han recorrido África para morir por un lugar para los pies. “Somos un desierto que camina, un pueblo de arena, / hierro en la sangre, cal en los ojos, una funda de cuero. / Muchas vidas destruidas nos han allanado el viaje, / pasos alzados por otros nos empujan hacia delante”.
De Lorca aprendió en aquel Nápoles de los cincuenta, que la poesía nace del desgarro, no del bienestar. De Luca ha evitado transformarse en un bonito mueble de salón, es más un sofá incómodo que clava las costuras y los muelles. Dura y desapacible. Poesía que sueña con la libertad: “El prisionero guarda una semilla en el puño / espera que brote rompiéndole la mano”.