En la novela más esperada del año el pene de Steven Spielberg tiene un cameo esencial para entender por qué Jonathan Safran Foer ha escrito -once años después de su anterior ficción (Tan fuerte, tan cerca)- cómo ser judío en norteamérica y no morir en el intento. Tal y como lo pinta en Aquí Estoy (que Seix Barral pone a la venta en una semana), la tensión entre la memoria del Holocausto, las tradiciones arcaicas y la referencia asfixiante de Israel debe ser una dolencia incompatible con la vida contemporánea.
Son los problemas de cualquier religión ante una sociedad que ha puesto sus referencias muy lejos de las escrituras sagradas y los testamentos antiguos
“A mí lo que me sorprende es que a un judío eso le sorprenda. Pero, bueno, sólo un judío estadounidense se preguntaría por qué ser judío es relevante”, responde un ingeniero civil por la radio a su entrevistador, “un judío de voz sensual, seguramente bajito y calvo”, mientras hablan de las consecuencias de un grave terremoto que acaba de sufrir Israel. Al estadounidense le ha sorprendido que la prioridad del Estado sean las necesidades militares para mantener la superioridad táctica.
La novela es una epopeya sobre el choque de civilizaciones en la familia y en el mundo: guerra por la defensa del judaísmo, guerras por ser más judío que nadie, guerras por no olvidar el pasado de los judíos, guerras judías por no dejar que se pierdan las ceremonias judías y mantener intacta la tradición y la madre de todas las guerras: cómo encajar todo eso en el siglo XXI, y en una familia de clase media-alta, en Washington D.C., que está en pleno proceso de destrucción. Son los problemas de cualquier religión ante una sociedad que ha puesto sus referencias muy lejos de las escrituras sagradas y los testamentos antiguos.
Jonathan Safran Foer hace estallar el choque de civilizaciones en la cocina de los Bloch. Compara el colapso de Israel con el colapso de una familia. Y le sale una tragicomedia de una familia en la que el más creíble de los personajes es Argus, el perro con incontinencia. En toda su amargura y lucidez, el autor de Todo está iluminado (2002) ha creado una familia de monstruos perfectos, que demuestran su inteligencia superdotada en el arte de rajar las tripas del autoestima del padre, la madre, el hijo o el hermano. Cada palabra, cada gesto, cada respuesta están ahí, en el libro, pero cuesta creer que estén ahí, en la vida. Podemos adorar a Jonathan Safran Foer y grabarnos en camisetas sus giros y expresiones, pero ¿podemos creerle?
Héroe o cobarde
“Escribo como Aquiles, pero en la vida real soy una nenaza”, manda un mensaje de móvil Sam, el hijo mayor de Jacob y Julia, a Billie, la chica negra de la que se ha enamorado. Sam tiene 13 años y con ese reconocimiento desvela la distancia que hay entre la ficción y la realidad, entre el autor y el personaje, entre la verdad y la máscara. Ser un héroe en Troya para ser admirado o un pusilánime cualquiera para ser creíble. Jonathan Safran Foer ha elegido la primera de las opciones a lo largo de más de 700 páginas.
- ¿Perdón? ¿Desde cuando lees la sección de Arte y Cultura, tú? ¿Y desde cuándo los videojuegos son arte?
- No es un juego
- Y aunque ganara tanto dinero, ¿qué más da? -dijo Jacob, frotándose las manos: aquél era uno de sus temas preferidos-. ¿Eso qué indica?
- Pues que ha ganado mucho dinero.
-Vale, pero eso ¿qué indica?
- No sé, ¿lo importante que es?
- No es lo mismo preponderancia que importancia, estoy seguro de que eres consciente de ello.
- Y yo estoy seguro de que eres consciente de que no tengo ni idea de qué significa preponderancia.
- Kanye West no es más importante culturalmente que…
- Sí lo es.
-… que Philip Roth.
- De entrada, es la primera vez que oigo ese nombre. Y, en segundo lugar, a lo mejor Kanye no tiene valor para ti, pero definitivamente es más importante para el mundo.
Acabamos de asistir a un diálogo entre Jacob y su hijo mediano, Max, de diez años de edad, sobre Other Life. Jonathan Safran Foer ha hecho de los diálogos el núcleo irradiador de la novela. Uno no sabe muy bien hacia dónde camina la trama, tampoco se viven acontecimientos especialmente dramáticos (el terremoto está a miles de kilómetros) y la sangre nunca llega al río.
Heredero de Philip Roth
Aquí estoy es una novela de baja intensidad en los hechos y alta tensión en el cara a cara de los personajes. Ha concentrado toda la carga dramática en el toma y daca de los protagonistas -como una guerra de trincheras-, con intercambios ágiles, vibrantes, ingeniosos y neuróticos. Hay que soltar el libro para aplaudir y lamentar que si fueran reales, habría menos tortas y más debates.
Jonathan Safran Foer prefiere el mejor de los disfraces, la belleza de la inteligencia
Efectivamente, con Aquí estoy Jonathan Safran Foer inaugura una batalla con Jonathan Franzen por heredar el trono de Philip Roth. Tres generaciones de novelistas que han aspirado a ese género llamado “gran novela americana”, tan irónicos como indulgentes, tan atrevidos como costumbristas. Pero a Foer, a diferencia de los otros dos, nunca le ha terminado de convencer la veracidad a secas. Prefiere el mejor de los disfraces, la belleza de la inteligencia.
“O sea que cuando colocan los animales en un diorama, lo disponen todo de tal modo que el espectador no vea los agujeros, los cortes y los desgarros. Los únicos que los ven son los animales pintados en el paisaje. Pero recordar que están ahí lo cambia todo”, recuerda Jacob que le dijo su padre Irv, en uno de los pocos momentos que pasaron juntos a solas, en el Museo de Historia Natural. Hasta la inteligencia tiene agujeros de bala, basta con taparlos para no dejárselos ver a los demás. Basta con moverse para ofrecer tu mejor perfil, el más brillante y que todo siga adelante.
Por eso Aquí estoy es la reivindicación de uno mismo, sin contar con nadie más. ¿Es posible ser a solas, sin familia, sin relaciones personales, sin sexo (es el origen de la crisis conyugal), sin religiones, sin Bar Mitzvah, sin trabajo? La respuesta ya la saben. Por eso los protagonistas quieren romper con todo ello, para presentarse como hizo Abraham en el monte Moriá al ir a sacrificar a su primogénito Isaac: “Aquí estoy”.
Asegura que nuestra identidad está definida, más que nada, por quiénes nos tienen en cuenta
“No respondió: “¿Qué quieres?”. No dijo: “¿Qué?”. “Abraham está totalmente presente para él, sin condiciones, ni reservas, ni necesidad de explicaciones”, escribe Safran Foer escondiéndose en el personaje preadolescente de Sam. Porque la novela es un trasunto de la vida del autor -en su crisis familiar y en su crisis de fe-, que asegura que nuestra identidad está definida, más que nada, por quiénes nos tienen en cuenta. De ahí que si un judío llegara a descubrir que Spielberg no está circuncidado, el Estado judío se vendría abajo como marca.