Al novelista norteamericano John Irving (New Hampshire, 1942) sólo le interesan los personajes que viven al borde de sí. Los insólitos, los imperfectos, los que son un pedazo vivo del mundo. En Avenida de los Misterios (Tusquets) el autor sigue dejando su marca de colmillos: padres ausentes, transexuales, prostitutas, sida, abortos, niños huérfanos, circos, crisis de fe. Es su forma de levantar polvareda, de ponerle el termómetro a la sociedad.
"En los 70, cuando escribía El mundo según Garp, pensé que el odio por las diferencias sexuales se erradicaría y esa novela acabaría siendo histórica, pero no ha sido así", reflexiona. "Y en los 80, cuando escribía Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra [novela en la que se basó la oscarizada Las normas de la casa de la sidra], imaginaba un mundo en el que los derechos del aborto jamás estuviesen en peligro, pero sigue siendo un tema que no se ha solucionado en muchos países". "La lucha continúa", sonríe.
En los 70, cuando escribía El mundo según Garp, pensé que el odio por las diferencias sexuales se erradicaría y esa novela acabaría siendo histórica, pero no ha sido así
Su nueva novela fue -durante veinte años- un guión inspirado en las fotografías que tomó Mary Ellen Mark, amiga del autor, de los niños indios que trabajaban en circos. Ahora, literaturizada, el foco de la realidad se traslada desde India a México: a sus 54 años, Juan Diego es un exitoso escritor mexicano que reside en Iowa, pero un día fue un "niño de la basura", un crío de padre desconocido y madre prostituta que creció en un vertedero a las afueras de Oaxaca junto su hermana pequeña.
Un niño extraño: un niño lector. "En 1970 se permitía quemar todo en el basurero, ésa era la atmósfera: si querías leer un libro tenías que salvarlo del fuego con tus propias manos: eso es muy importante en la historia", asegura Irving. "Ya no hay restricciones, pero siguen siendo los niños los buscadores y los pepenadores los que están separando la basura".
Fanatismo religioso
Juan Diego -hoy ya cojo, con problemas cardíacos y ensoñaciones raras- es un hombre que vive a través de dos conductos: uno, el de su imaginación, otro, el de su pasado. Sólo por esas vías se siente seguro. "Su memoria es muy viva, muy emocionante en comparación con lo que le sucede en su vida adulta; donde es un señor que parece mayor de lo que es y tiene una presencia confusa y desapegada". Es una historia que tiene "desde el principio, un final de muerte", porque le gustan las "tramas circulares".
Considera que la reubicación de la trama es fundamental, entre otras cosas, por el carácter espiritual de México, y por las ganas de él mismo de tratar a la Iglesia y sus extremismos, los orfanatos jesuitas y los niños que creen en milagros: "He atravesado muchas veces México para ir a los circos -a hacer trabajo de campo-, a veces al mismo México y otras veces a Majalca, a dos horas de la ciudad. Y siempre que pasaba necesitaba volver a la basílica de Guadalupe, nunca me cansaba de ver a los fieles que iban allí", evoca.
He atravesado muchas veces México para ir a los circos -a hacer trabajo de campo- y siempre que pasaba necesitaba volver a la basílica de Guadalupe
"Lo que veía en sus caras: algunos habían ido mil veces, pero parecía la primera". La religión -y el sexo- son, quizá, los dos ejes de Avenida de los Misterios. La hermana de Juan Diego, sin ir más lejos, se llama Lupe y tiene el don de leer el pensamiento de las personas, amén de su pasado y su futuro. Habla de un modo inteligible sólo para su hermano, y es devota hasta la médula de la Virgen a la que le debe el nombre -a la vez que enemiga furibunda de la Virgen María-.
El muro de Trump
Un día, las lecturas voraces de Juan Diego -tanto en español como en inglés- llama la atención de los jesuitas y los acogen, tanto a él como a Lupe, las puertas de su orfanato, paso previo a su incorporación a la troupe del circo ambulante La Maravilla. Que un niño de la basura -con los dedos chamuscados de salvar libros- acabase viviendo en Iowa, triunfando como escritor e impartiendo clases de literatura, no sería posible en unos Estados Unidos liderados por un presidente como Trump.
"Pero, en primer lugar, el muro es imposible, como lo son muchas de las propuestas del señor Trump", explica el autor. "Nunca se me han dado bien las predicciones políticas: cuando tenía 20 años recuerdo haber sentido que nunca volvería a ver a EEUU tan divididos como en ese momento, al final de la guerra de Vietnam. Me equivoqué: hoy están mucho más aislados todavía. Históricamente, EEUU nunca han estado unidos".
Hace veinte años, pensé que nunca volvería a ver tan separados a los Estados Unidos. Me equivoqué: nunca han estado unidos
Irving cree que "Trump no puede ganar a ninguno de sus contrincantes", pero advierte que "si vosotros pensáis que la perspectiva de tener a Trump como presidente es mala, peor sería tener a cualquiera de los republicanos a los que él ganó para estar ahí: es la opción menos mala". Y continúa: "Cruz me parece peor, el evangélico cristiano me parece peor... me quedaría antes con Trump". Cierra la cuestión explicando que "tanto Sanders como Trump se están aprovechando de la gente enfadada, de la gente que no se siente representada. A mí me parece que hasta tienen similitudes: ambos ofrecen soluciones simplistas a sus problemas y ninguno prevalecerá".
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