A Serge Gainsbourg uno se lo imagina en un tugurio parisino, con una copa en la mano y un cigarrillo encendido en la otra. Así, siempre. Estaría solo, apoyado en la barra o sentado en la mesa más escondida del bar, con esa mirada de artista atormentado entre volutas de humo y una irresistible nariz. “Era un personaje trágico, solitario, noctámbulo, adicto al alcohol y al tabaco, con una vida de excesos y que vivió en constante frustración. Pero, por encima de todo, era un magnífico compositor, una de las figuras fundamentales de la música francesa del siglo XX”, explica Felipe Cabrerizo, autor de la biografía del artista Gainsbourg: Elefantes Rosas (Expediciones Polares), que sale a la venta el año que se cumplen 25 años de su muerte.
El libro retrata las dos caras del personaje, esa especie de esquizofrenia que siempre gobernó su vida: el artista talentoso y “el sin vergüenza, el provocador, el canalla definitivo”. Nació el 2 de abril de 1928 a las 4:55, junto a su hermana gemela, Liliane. En uno de esos acasos del destino, lo hizo en el Hôtel-Dieu de Île de la Cité “el mismo lugar y la misma hora que tanto frecuentaría años después con la cabeza intoxicada por litros de alcohol y decenas de cigarrillos”.
Víctima de las mofas de sus compañeros sobre su aspecto físico, Gaisnbourg se retrae definitivamente
Fue un niño tímido y asustadizo, de aspecto frágil, con “ojos somnolientos, párpados caídos, orejas despegadas del cráneo y peinado a tazón”. Nacido en una familia de inmigrantes judíos ucranianos, vivió la persecución antisemita en un París ocupado por los nazis, que le obligó a apartarse del entorno seguro de su hogar.
“Es algo que le marca profundamente. Tiene una familia muy cariñosa, extremadamente volcada con él y que, por su seguridad, decide enviarle a internados”, cuenta Cabrerizo. Allí, solo en plena adolescencia, sin el apoyo familiar, con el estigma de la estrella de David en el pecho, víctima de las mofas de sus compañeros sobre su aspecto físico, Gaisnbourg se retrae definitivamente.
No es especialmente buen estudiante pero le entusiasma la música, la literatura y la poesía y, sobre todo, la pintura. Será esta última la culpable de su frustración vital. Convencido de que no tiene el talento suficiente para dedicarse a ello, es incapaz de enseñar sus trabajos y termina abandonando. “Por más que se esfuerza no termina de encontrar un estilo propio y el perfeccionismo obsesivo con el que trabaja hace que termine destruyendo la mayoría de lienzos”, cuenta la biografía.
En la música, por mucho que su padre -también él pianista- se empeñe en introducirle el gusto por los maestros clásicos, son los temas de moda de la chanson lo que más le emociona. “Cuando tenía diez años mi cantante favorito era Charles Trenet. Estaba enamorado, tenía una auténtica fijación por él”. Aprende a tocar el piano y la guitarra. Se le da bien, pero sigue menospreciando su talento. “Consideraba la música un arte menor, no estaba a la altura de la pintura y por eso nunca se toma en serio como un artista. Vive con una sensación de fracaso constante”, dice Cabrerizo.
Timidez patológica
A lo largo de su carrera coqueteará también con el cine, como actor primero y director después, como parte de esa huida en busca de algo mayor que la música. "Es otra de sus revanchas, parte de ese empeño en demostrarse a si mismo que puede hacer algo más que la música", explica el autor. Sumará fracasos, pero el mismo convencimiento que le hace abandonar la pintura nada más empezar es el que le hace insistir en el cine y en la música pese a las críticas.
Físicamente lo recuerdo como un tipo encorvado y con el pecho hundido. Melancólico, completamente introvertido
"Dirigirá cuatro películas, todas ellas sin éxito alguno, condenadas a no exibirse. Pero realmente eran muy interesantes, por los temas que trataban, la crudeza del argumento y fueron apreciadas por cineastas como Truffaut", cuenta Cabrerizo. Sería en la música donde mejor se desarrollaría, pese a lo mucho que la despreciaba. "Nunca se lo tomó muy en serio, les llamaba sus pequeñas cancioncitas".
Con 18 años, su timidez es casi patológica. Sus amigos de entonces le recuerdan como huidizo y acomplejado. “Físicamente lo recuerdo como un tipo encorvado y con el pecho hundido. Melancólico, completamente introvertido. No era fácil arrancarle tres palabras. No hablaba nada, no contaba sus angustias pero éstas eran muy evidentes”, dice uno de ellos en la biografía. “Me dijo que un día se haría pegar las orejas y se reharía la nariz. Con las chicas no se atrevía a hablar.”, cuenta otro.
Era un universo de hombres. Decíamos guarradas, rasgueábamos la guitarra, cantábamos paridas y nos íbamos de putas
Ya entonces Gainsbourg fumaba demasiado. “Llegó a fumar cuatro cajetillas diarias”, señala Cabrerizo. “ Comencé a los trece años (…) Me los fumaba hasta que me quemaban los dedos. El tabaco es mi compañero más antiguo”, dice Gainsbourg en la biografía. Su físico le salvó de la guerra de Indochina, ya que los médicos no le consideraron apto, pero no de cumplir un año de servicio militar.
“Era un universo de hombres. Decíamos guarradas, rasgueábamos la guitarra, cantábamos paridas y nos íbamos de putas”. Para ocultar su timidez y conseguir alguna camaradería con sus compañeros se entrega al alcohol. “Volvió de la mili como un alcohólico y no conseguiría desprenderse de su adicción hasta el fin de sus días”, cuenta el escritor.
Mujeriego y provocador
Cuando regresa, en 1949, se casa con Elizabeth Lévitzky, con la que mantenía una relación desde hace dos años. Dos años mayor que él, “fría y distante, de enormes ojos y tan hermosa y sofisticada como para ejercer de modelo en diversas casas de moda”. El acomplejado Gainsbourg, incapaz de acercarse al sexo femenino, empezaba a darse cuenta del poder de atracción que ejercía sobre mujeres extremadamente guapas.
Su mejor jefe de prensa fue el Papa, al criticar la canción en 'L'Osservatore Romano' y al prohibirla
“Para él es como una revancha. Estuvo tantos años retraído, inseguro, sin atreverse a nada, que el darse cuenta de que esas mujeres se enamoran de él, le desean y le quieren es como una revancha”, explica Cabrerizo. Se lanza a la caza de mujeres y sus sucesivas infidelidades terminan con su matrimonio.
Por su cama pasaron mujeres como Brigitte Bardot y Jane Birkin, 20 años menor que él, con la que mantuvo una larga relación. Suyos son los jadeos en la célebre Je t'aime… Moi non plus, canción prohibida en medio mundo por su contenido sexual. “Diría que su mejor jefe de prensa fue el Papa, al criticar la canción en el L'Osservatore Romano y al prohibirla”, recuerda Cabrerizo. También en el ámbito de las relaciones, el autor considera que “el personaje se ha comido a la persona”.
“Se esforzó tanto por ser un crápula que le ha salpicado en todos los ámbitos de su vida. Pero la verdad es que aunque las relaciones se rompían y los finales eran siempre tortuosos y complicados, ninguna de ellas jamás ha hablado mal de él. En lo personal era amable y delicado. Incluso Bardot, con la que mantuvo una relación muy intensa, de apenas unos meses, fue la primera en hablar tras su muerte y le hizo una declaración de amor. Y con Birkin, mantuvo una buena relación tras su abandono. Sigue componiendo para ella, y guardándole las mejores canciones”, analiza el escritor.
Gainsbourg no había pensado nunca en interpretar sus canciones hasta que conoció a Boris Vian. “En los años 50, acostumbrados a las voces bonitas y amables, Vian rompía con la norma. Su timbre no era particularmente agraciado, su presencia era agresiva y la importancia recae totalmente sobre las letras. Se da cuenta de que él puede hacer algo parecido”. “Gracias a Vian comprendí que la canción podía no ser sólo un medio de expresión menor, sino un vehículo a través del cual explotar mi potencial agresivo”, dice Gainsbourg en el libro.
Tiene pánico escénico. Se va de gira con Juliette Gréco, como telonero y se fue en mitad de la gira
Se lanza pero el camino es difícil, recibe criticas, el público le abuchea, sus álbumes no son bien recibidos por la crítica, pese a los esfuerzos de Vian. “Tiene pánico escénico. Se va de gira con Juliette Gréco, como telonero y se fue en mitad de la gira. No era capaz de seguir. Regresaría a los escenarios en los 80, cuando ya era una estrella”, recuerda el autor.
Sus primeros discos son de un jazz puro, arriesgado, moderno, que la crítica rechaza sin piedad. El éxito y el reconocimiento llegarían con Pouppé de cire, pouppé de son, la canción con la que France Gall gana Eurovisión en 1965. “Es un éxito mundial y todo cambia para él. Aunque no sin una dosis de frustración, ya que deja el jazz que adoraba para un estilo más popular”.
Se sumerge en el pop, el rock, el ye-ye, el funk y hasta el reaggae. “Cogía los géneros que ya existían y les daba un giro más, los enriquecía, los hacía más complejos con sus arreglos barrocos”. En 1979, un nuevo escándalo le reconcilia con su público. Gainsbourg viaja a Jamaica para grabar un disco y en la maleta lleva una versión del himno francés en reaggae, al que llama Aux armes et caetera. La adaptación de Le Marselleise es un escándalo. “Juega a provocar sin calcular muy bien el riesgo. En Inglaterra acababa de salir el God save the Queen de los Sex Pistols y su intención es clara. Él sabe que va a provocar a la gente, pero creo que nunca se imaginó la dimensión que llegaría a tener”, cuenta el escritor.
Éxito y decadencia
Las críticas son mordaces, violentas. Michel Droit, periodista de derechas, publica en Le Figaro la más agresiva de todas, que va mucho más allá de la crítica musical: “En este terreno del antisemitismo todos sabemos que si existen los propagadores existen también, por desgracia, sus provocadores. (…) Serge Gainsbourg acaba de situarse —inconscientemente, quiero creer— en esta última categoría”, se leía en sus páginas. Pero Gainsbourg se acababa de convertir en un ídolo para toda una generación. “Sin nunca haberse posicionado políticamente, se transformó en la figura de la contracultura francesa, de su generación punk. Fue un éxito rotundo que recogió la radio y la prensa en plena ebullición”, analiza Cabrerizo.
Por fin había alcanzado el estatus de estrella. La fama, que tanto había perseguido, llegaba. Era un ídolo, un icono. ¿Y ahora qué? “Lo que hace es generarle más frustración”, cuenta Felipe Cabrerizo. "La fama que le ha proporcionado Aux armes et caetera le resulta difícil de asumir, pero al mismo tiempo es una droga de gran intensidad de la que no quiere prescindir cueste lo que cueste. (…) Su tradicional dulzura y amabilidad están desapareciendo, enterradas por un ego que comienza a desbordarse y por una seguridad en sí mismo que se traduce con frecuencia en arrogancia”, dice en la biografía.
Su relación con Jane Birkin empieza a deteriorarse. Sus adicciones le raptan, vive en un ciclo vicioso de alcohol, tabaco y salidas nocturnas. Llega a casa a horas intempestivas, borracho e intratable. De Gainsbourg ha pasado definitivamente a Gainsbarre: el gamberro, el crápula, el canalla. En 1981, Jane lo abandona.
Se aboca a una vida solitaria, decadente, el consumo de alcohol dispara y los años se suceden en una colección de sustos
Encuentra refugio en Bambou, una chica de 21 años, adicta a la heroína. con la que tiene una relación tormentosa “llena de discusiones, peleas, insultos y golpes”. Pero los últimos 10 años de su vida transcurren en un proceso de autodestrucción. “Se aboca a una vida solitaria, decadente, el consumo de alcohol dispara y los años se suceden en una colección de sustos, ingresos en el hospital… su último año de vida es el de una persona moribunda”.
Gainsbourg moriría el 2 de marzo de 1991, por crisis cardíaca. Francia y el mundo de la música perdía uno de sus referentes. “Su mayor herencia son sus letras de una complejidad sin precedentes”, cuenta Cabrerizo. “Con temas nuevos, términos en inglés, la introducción de nuevas sonoridades, un vocabulario rico, los dobles sentidos… Era un alquimista de las palabras”.