“Viendo correr a su hija en ese diminuto paraíso al borde del mar, Silvia no puede evitar un estremecimiento interior”. Luisa tiene ocho años, corre sobre la blanquísima arena de una péquela playa de las islas Cíes, frente a la bahía de Vigo. “El pelo negro, el corte de cara, pero sobre todo la forma de moverse –así tan cargadita de espaldas- le recuerdan muchísimo a su padre, aquel chico tan simpático y activo que un día le propuso en el metro hablarle de la emancipación de la mujer albanesa”.
Cuando Luisa nació su padre ya había muerto. José Luis Sánchez Bravo fue fusilado el domingo 28 de septiembre de 1975. Tenía 22 años y era militante del FRAP. Junto a otros dos hombres más fueron ajusticiados contra alguna pared de unos barracones militares de Hoyo de Manzanares (Madrid). Otros dos cayeron en un bosque al norte de Barcelona. Han pasado a la Historia por ser los últimos fusilados de Franco.
“Mira, Luisa, tu padre no murió en un accidente. A tu padre lo fusiló Franco… Le dieron cuatro tiros porque luchó contra la dictadura… Pero de verdad que era un tío cojonudo. Cuando seas mayor te lo terminaré de explicar. Te lo prometo, mi amor”. Cuando Luisa se hizo mayor no quiso saber nada más del ausente y rompió cualquier lazo que la atara a su historia. Pero ese es otro relato. Pedro J. Ramírez, director de EL ESPAÑOL, publicó la crónica de los últimos días del franquismo cuando Luisa tenía treinta años menos.
El libro El año que murió Franco (La esfera de los libros) se cerraba con esa imagen playera de libertad y esperanza. La visión de los estertores del régimen a través de una historia de amor, amistad, fanatismo y traición transformó la Historia de todos, la que tenemos en los manuales, la de los grandes nombres, en una narración más visual que las inercias analíticas de la Academia. El tipo de material con el que trabaja el periodista es el que aparece en los diarios personales, en la correspondencia de los protagonistas, sin olvidar los informes oficiales. Esto le ha permitido lograr una reconstrucción de la realidad que involucra a sus lectores con los hechos ocurridos hace tres décadas.
Como apunta Pedro J. Ramírez, El año que murió Franco no es un ensayo político ni un libro de Historia. “Es un largo reportaje en el que la voz de los protagonistas y los documentos relativos a su trágico final hablaban por si solos, automáticamente casi, como si el narrador no existiera”.
La reedición del libro se celebra este lunes en el Ateneo de Madrid (Calle Prado, 21), con un coloquio en el que participan, junto al propio autor, las periodistas Ana Romero, María Ramírez y Julia Tena. Las cuatro generaciones completarán una visión detallada del posfranquismo.
“Fue mi primer intento de probar que la reconstrucción de la realidad puede proporcionar elementos narrativos tan dramáticos como la ficción. Si cualquier novelista hubiera inventado que la única testigo de un crimen con pretensiones políticas, en una ciudad de cuatro millones de habitantes, coincidiría al cabo de un par de horas con la esposa de su organizador en unos grandes almacenes y relataría delante de ella lo ocurrido, se le tendría por amanuense de lo inverosímil”, añade el director de EL ESPAÑOL. Sin embargo, eso es lo que Silvia Carretero, viuda de Sánchez Bravo, le contó que le había pasado aquella trágica tarde de agosto.
El autor de La desventura de la libertad (su primer libro sobre la historia de España, sin contar el que ahora vuelve a la vida) apunta con estas crónicas, revisadas cuarenta años después de la muerte del dictador, que España ha cerrado “uno de los capítulos más lamentables de su Historia”. Así ha abierto otro completamente diferente. La minuciosa reconstrucción de aquellos fatales acontecimientos, con la ayuda de decenas de familiares, camaradas y amigos de los ejecutados y de los protagonistas del ocaso franquista, desvela que la suerte estaba ya echada.
El año que murió Franco es un ejemplo de la literatura que cruza los géneros narrativos y crece con cada uno de los que se mezcla. Si a la antigua historiografía le interesaba el relato colectivo de un regimiento, por ejemplo, la historia oral logró integrar las historias de arriba y de abajo. Es decir, el relato oficial con el padecimiento de la población. El relato que no está en los titulares, ésa es la única manera de explicar las consecuencias de aquel terror. Sobre todo para una generación lejana a aquellos hechos.