La Antigüedad en la zona de los Balcanes fue un cóctel de culturas y potencias políticas que guerrearon y se influyeron de forma recíproca: persas, griegos, escitas, macedonios, celtas, romanos o tracios. Estos últimos, que según los autores clásicos habitaban un vasto territorio desde el mar Egeo hasta el Danubio, fueron un conjunto de pueblos de origen indoeuropeo dividido por la montañosa orografía del lugar en muchos clanes constantemente enfrentados, como los getas del Bajo Danubio, que junto con los dacios —otra tribu asentada al norte del río y que aparece en las fuentes latinas en torno al siglo I a.C.— son los antepasados de los actuales rumanos.
El puzle histórico y geográfico es de una complejidad enorme, fascinante, que cobra una visión mucho más nítida si se narra de forma gráfica. Esa es la principal virtud de la nueva obra del ilustrador rumano Radu Oltean, titulada Tracios, getas y dacios (Desperta Ferro) y que constituye una suerte de erudito homenaje a las raíces de su país: acercar y divulgar con belleza y un detallismo justo, sin excederse pero con un gran conocimiento de la realidad arqueológica de la región, una intrincada historia de más de seis siglos que se cierra en el año 106 a.C., con el triunfo bélico del emperador Trajano y la creación de la provincia romana de Dacia.
Este estupendo libro llega a las librerías coincidiendo y complementándose con la exposición temporal Tesoros arqueológicos de Rumanía —en el Museo Arqueológico Nacional hasta el 27 de febrero—. Una muestra que reúne 800 piezas excepcionales que narran más de un milenio de historia y con la que precisamente ha colaborado Radu Oltean con algunas de sus ilustraciones. El también autor de Dacia. La conquista romana es uno de los mejores artistas de reconstrucción histórica de Europa. Sus cuidadas creaciones son de un realismo sobrecogedor, especialmente las de las escenas bélicas, que transmiten todo el horror y la angustia de la guerra.
El objetivo de la obra, según explica el propio Oltean, es reconstruir la historia de la civilización geto-dacia, totalmente condicionada por la evolución de sus vecinos. Por ello dedica certeros capítulos a valorar las influencias persa o de la Macedonia de Filipo II y Alejandro Magno, el impacto de las invasiones celtas y los sangrientos enfrentamientos con Roma. Pero uno de los elementos más atractivos del libro reside en descubrir —y ubicar gráficamente— la riquísima cultura tracia de los siglos VI-III a.C.
Heródoto fue el primer autor en relatar la grandeza del pueblo tracio, aunque también destacó sus divisiones internas: "Es —después, eso sí, de los indios— el más numeroso del mundo. Y, si estuviese regido por un único caudillo o siguiera unas directrices comunes, en mi opinión resultaría invencible y sería, con ventaja, el pueblo más poderoso de la tierra. Pero lo cierto es que esa unión de los tracios es inviable y no hay posibilidad de que alguna vez llegue a producirse; de ahí que, como es natural carezcan de poderío".
Templos funerarios
Y a pesar de ser una sociedad marcadamente guerrera, los tracios fueron sensacionales artesanos del hierro. Entre sus obras de arte más famosas y espectaculares se encuentran una serie de cinco cascos, entre los que destaca el de oro de Poiana Cotofenesti (Rumanía), y de grebas datadas entre los años 340-300 a.C. Algunas de estas piezas se han recuperado en las excavaciones de más de dos centenares de tumbas aristocráticas (ca. 450-250 a.C.), impresionantes por su número, su arquitectura y los objetos que allí se depositaron mediante misteriosos y sofisticados rituales funerarios.
Radu Oltean asegura que estos enterramientos suponen "un verdadero fenómeno cultural, único en Europa": "Las investigaciones de las últimas cuatro décadas han confirmado que las tumbas tracias, en su conjunto, son las más ricas de toda la Antigüedad europea, sin olvidar que muchas otras fueron saqueadas o completamente destruidas durante dos mil trescientos años siguientes". En el llamado Valle de los Reyes Tracios, en Bulgaria, a raíz del caos generado después de las revoluciones de 1989, muchos de los túmulos fueron asolados con excavadoras por los furtivos, que perseguían valiosos objetos para venderlos en el mercado negro.
Estas tumbas podían llegar a ser verdaderas obras de ingeniería arquitectónica: pequeños templos bajo tierra convertidos en cámaras funerarias donde se depositaban los restos del difunto con lujosos ajuares: armas, telas, adornos, vasijas de uso ritual, ánforas con vinos griegos, camas de piedra talladas y decoradas con pintura, etcétera. En ocasiones, fuera del habitáculo se sacrificaban dos o tres caballos —el de montar y los de enganche a un carro— con sus arneses ricamente decorados. Los investigadores creen que alrededor del sepultado se realizaban ceremonias de heroización para convertirlo en un semidiós.
Oltean menciona en su obra tres tumbas principescas getas al sur del Danubio de gran valor. La de las cariátides, ubicada en la necrópolis búlgara de Sborianovo/Sveshtari y Patrimonio Mundial de la UNESCO, destaca por sus figuras femeninas esculpidas que sirven de columnas como en los templos helénicos. Al estar datada en la década de 260-270 a.C., algunos historiadores sugieren que pudo haber pertenecido a algún rey local asesinado durante la invasión celta.
El enterramiento descubierto en Agighiol, Rumanía, en 1931, quedó totalmente destruido por la intervención de un particular que quiso extraer la piedra tallada del montículo. En su interior se hallaron tres cámaras funerarias, los restos óseos de dos mujeres —¿una reina "amazona"?— y un tesoro funerario compuesto por objetos de plata: un casco de parada, dos grebas cnémides desparejadas, vasijas para rituales, armas, tres ánforas y pequeños apliques de oro. Se sospecha que una copa y un yelmo que se conservan en la actualidad en dos museos estadounidenses fueron saqueados antes de que los arqueólogos pudiesen investigar el yacimiento rumano.
Por último, la tumba de Smyadovo, en el extremo sur del territorio geta, es la única que presenta una inscripción en griego, que indica que la fallecida es Gonimasedze, esposa de Seutes. Podría ser la mujer de uno de los reyes odrisios —otra tribu tracia— que tuvieron ese nombre o del monarca geta Dromiquetes, de principios del siglo III a.C.
Al norte del Danubio, en la periferia del mundo tracio, las tumbas y necrópolis no disponían de los recursos para erigirse en monumentales estructuras de piedra. A pesar de ello, se han identificado algunas de gran riqueza material, como la de Peretu (Teleorman, Rumanía), en la que la ceremonia funeraria consistió en la cremación de un carro de lujo de cuatro ruedas y los sacrificios rituales de al menos tres caballos y otros tantos perros. En el interior de un caldero de bronce de importación griega fue deformado y ocultado un conjunto de objetos de plata, como un casco de parada, una cabeza humana, vasijas ceremoniales y los apliques de arneses de los équidos ofrecidos a sus dioses.