La catedral de Burgos cumple 800 años. Las obras comenzaron el 21 de julio de 1221 ante la presencia del monarca Fernando III de Castilla y el obispo Mauricio. Este aniversario no ha escapado de la polémica desde que se anunció el proyecto de instalación de las puertas diseñadas por Antonio López, sustitutas de las originales de 1790. Un proyecto que pretende colocar tres grandes rostros de bronce en su fachada, representando a La Trinidad.
Hace 100 años, durante el anterior aniversario, el rey Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg llegaron a Burgos con el mismo motivo. El acto sirvió para otorgar a la catedral la categoría de basílica y llevar a su interior los restos reunidos de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, y su esposa Jimena, perdidos tras la invasión napoleónica un siglo antes.
Un evento enmarcado en una época terrible para España: la perdida de colonias de las dos décadas anteriores aún a sus espaldas y una guerra que se cobraría miles de vida en África; así como el Desastre de Annua, uno de los mayores fracasos militares de la historia de España. El acto se llenó de símbolos en referencia al "pasado glorioso" y del "futuro prometedor" de España, poniendo en su centro la figura del Cid.
Los restos perdidos
Tras la muerte de Rodrigo Díaz de Vivar, sus restos fueron trasladados a San Pedro de Cardeña por orden de doña Jimena, donde según la leyenda tomaron cobijo su mujer e hijas tras el destierro de su marido en 1081. Los restos mortales descansaron en el atrio del monasterio hasta que el rey Alfonso X el Sabio, ordenó a los monjes que les diesen sepultura en el interior del templo, más concretamente en la sacristía. No contentos con el destino de los restos, volvieron a ser colocados bajo el ábside de la iglesia; hasta que finalmente en 1736 se construyó una capilla dedicada exclusivamente a preservar los cuerpos.
El lugar no solo se convirtió en un lugar de peregrinación, sino que además dio origen a un centro de difusión del poema épico. Según Ramón Menéndez Pidal, principal estudioso del Cantar, es precisamente en Cardeña donde se añade, de la mano de algunos copistas, el archiconocido pasaje de la batalla ganada después de muerto.
Tras la llegada de Napoleón a la Península en 1808, las tropas francesas se lanzaron al expolio de todos los templos que encontraron a su paso en sus conquistas. San Pedro de Cardeña no fue una excepción y los restos del Cid y su mujer acabaron en manos privadas, más concretamente las de Salm-Dick y el barón de Delammardelle.
Mientras que el segundo obsequió con los huesos al príncipe alemán Carlos Antonio de Hohenzollern que más tarde por petición de Alfonso XII y el Gobierno de España hizo que regresaran a nuestro país. El lote del primero tuvo un paradero incierto, quedando desperdigados entre la actual República Checa y varias fortunas privadas en Francia.
El 19 de abril de 1809, el general Thiebault, conocedor de la historia de Rodrigo Díaz, decidió devolverle al pueblo parte de los restos conservados por el ejército francés. Con motivo de este acto se construyó en el Paseo del Espolón de la ciudad burgalesa un mausoleo que acogería los restos.
Los ruegos por devolver al monasterio al Cid escuchados en 1826. Sin embargo, las desamortizaciones a lo largo del siglo XIX dejaron una vez más desamparados a los huesos que encontraron cobijo en la Casa Consistorial de Burgos hasta el siglo siguiente.
El 700 aniversario
En 1921 se tomó la decisión de trasladar los restos hasta la catedral aprovechando el centenario. Se escribió acerca de los "hombres recios de cuerpo y de espíritu, cortos de palabras y largos de hechos" que colocaron la primera piedra de la catedral, como rezaba una de las crónicas del evento.
Los huesos fueron trasladados el día 21 de julio hasta la basílica dentro de una caja con tres llaves, confeccionada al estilo del siglo XI y con dos espacios para sendos restos. El sarcófago fue transportado por una comitiva con distintas personalidades políticas de la época, entre los que se encontraban ministros e infantes.
Con motivo del aniversario se desplazó hasta allí una comitiva desde Sevilla, custodiando las reliquias de la iglesia de San Luis de los Franceses, llevadas hasta Burgos como parte de la pompa oficial del acto. Detrás de los restos desfilaron las fuerzas del regimiento de la Lealtad, un cuerpo de honor que escoltó con las banderas a media asta y crespones en el uniforme al grupo hasta la catedral.
Finalmente, los huesos se guardaron bajo tres losas de jaspe rojo con la inscripción en letras doradas y latín modernizado: "Rodrigo Díaz, 'Camopidoctor' el que en buena hora nació; y su mujer Jimena, de regia estirpe nacida".
Pasados gloriosos
La situación inestable de la corona culminaría en las dictaduras de Primo de Rivera y Dámaso Berenguer a lo largo de la década de 1920, dando paso finalmente a la proclamación de la II República. Las colonias perdidas en las últimas dos décadas y los problemas en el norte de África dotaron al acto de una simbología plagada de pasados gloriosos y futuros prometedores.
El discurso de Alfonso XIII ha sobrevivo hasta nuestros días a través de la crónica periodística de la época. El monarca lo llenaba de referencias a España como "suficientemente grande como para realizar todavía su destino", así como al poder que aún conservaba y que le hacía "figurar como una de las primeras naciones de Europa". Un discurso profundamente simbólico y anclado en la tragedia que tan solo un día después batiría a toda España con el Desastre de Annual.
España se despedía de su pasado dominador aún imbuido en la "fiebre de la espada" de la que se lamentaba Antonio Machado solo cuatro años antes. La huelga de 1917 había fracturado aún más el tejido social y el descontento se hacía cada vez más notable en las calles. En solo una década la historia de España daría un vuelco total.
El Cid en 1921
El broche a este acto del 20 de julio de 1921 lo puso Ramón Menéndez Pidal, padre de la filología en España y uno de los principales exponentes del estudio del Cantar hasta nuestros días. A Pidal le debemos el estudio histórico-literario, pionero en nuestro país, al que sometió al texto. El académico dotó a Rodrigo Díaz de Vivar de un grado mayor de realismo, trazando la línea entre el personaje histórico y el poema.
La familia de Pidal conservó durante casi un siglo uno de los manuscritos originales, legándolo de generación en generación y custodiado en un mueble-castillete creado especialmente para guardar el manuscrito. Pidal dedicó toda su vida a la popularización y estudio del texto, dotándolo de una importancia que se transformaría también en relevancia política, alimentando la simbología alrededor del Cid.
Sin embargo, el discurso de Pidal no se ha conservado tan bien hasta nuestros días como el de Alfonso XIII. Tan solo se hace referencia a "los grandes aplausos que recibió el conferenciante" ante las miles de almas que se congregaron aquel día de julio frente al templo.
Cuatro décadas más tardes, el 13 de marzo de 1968, cuando el filólogo cumplía 99 años. Sus compañeros de la Real Academia le llevaron hasta su casa el trozo del cráneo del Cid, transferido a la institución ese mismo año, durante un homenaje privado al sabio. Algo que, según quienes estuvieron, allí hizo "inmensamente feliz" a Pidal que pudo estar frente a frente una vez más con quien marcó el rumbo de sus investigaciones.