Mientras Felipe II ultimaba los preparativos de la incursión de la Armada Invencible, una alianza con Japón se cernía sobre China en los planes de guerra contra la Dinastía Ming. Lo que hoy nos parecería fruto de la ficción amarillista fue durante muchos años una posibilidad con la que se debatieron generales, reyes y religiosos. ¿Qué habría ocurrido si los Tercios hubiesen llegado a pisar el extremo de Asia?
Esta y otras preguntas son las que se plantea el investigador y divulgador Juan Uceda de Requena en su último libro, Eso no estaba en mi libro de historia de los Austrias (Almuzara), un paseo por la historia que se detiene cuestiones tan variopintas como la adicción al sexo de Felipe IV o la muerte por indigestión de Maximiliano de Habsburgo. Una mirada hacia la historia diferente y plagada de curiosidades.
Una isla limitada
En 1564, Miguel López de Legazpi fundó la ciudad de Manila y empezó la colonización del archipiélago con un pequeño ejército de no más de 350 hombres. Las poblaciones indígenas, con una economía muy primaria y limitada, vieron cómo la llegada de los españoles y el expolio subsiguiente llevó a su economía a una situación límite, con hambrunas y una escasez de recursos que empezó a ser cada vez más insostenible hacia 1570.
Filipinas era un puesto comercial envidiable, centro del intercambio de las riquezas en oro y plata de las colonias del Virreinato a cambio de los productos exóticos de sedas y porcelanas orientales. Pero también resultó ser el punto perfecto para tornar la vista hacia China, un territorio inmenso, fértil y rico con el que la Corona portuguesa ya había establecido fructuosas vías comerciales.
Legazpi no dudó un momento y en 1567, solo tres años después de la fundación de Manila, escribió a Felipe II para informarle sobre la posibilidad de comenzar una nueva expansión de la hacia el Oriente. Uno de los misioneros locales, Martín de Rada, también escribió al virrey español con la intención de alentarle en la fiebre conquistadora. Juan Uceda Requena cita una carta del clérigo fechada en julio de 1569 en la que hace referencia a la conquista: "Con Dios mediante y no con mucha gente serán sujetados".
Una invasión en ciernes
Guido de Lavenzas fue designado como nuevo gobernador de la Capitanía General de las Filipinas tras la muerte de Legazpi y reemprendió los planes expansionistas planteados por su entedecesor.
Martín de Rada, misionero y astrónomo, lideró una embajada con las autoridades de la provincia de Fujian con la intención de firmar un acuerdo comercial paralelo a los planes de conquista. Mientras esto ocurría, el general chino Wang Wanggao desembarcó en Manila con su séquito para entablar relaciones amistosas con España.
El interés por un acuerdo era mutuo. Mientras que los españoles deseaban beneficiarse de nuevos puertos comerciales, los chinos carecían de una fuerza militar lo suficientemente contundente como para enfrentarse a sus enemigos.
Desde hacía años, las costas chinas se veían hostigadas por la presencia de piratas que quemaban puertos y se adentraban tierra adentro en incursiones que el desorganizado ejército chino no era capaz de contener. Los embajadores pidieron a los españoles ayuda en la captura del pirata Liung Feng como una señal de buenas intenciones. Pero su huida, en el momento que iba a ser entregado a las autoridades chinas, dio al traste con la negociación.
Un gobernador obcecado
La muerte de Guido de Lavezares en 1582 complicó aún más la situación. Su sucesor, Francisco de Sande, afrentó e insultó en varias ocasiones a los mensajeros chinos, enfriando las relaciones entre ambas naciones y provocando la expulsión de los cuerpos diplomáticos de ambos países.
Sande, contrariado por la respuesta que había tenido su penosa estrategia diplomática decidió lanzarse a los preparativos para la conquista militar. Requena señala cómo el general llegó a plantearse "costear él mismo la campaña" haciéndose cargo del envío de tropas y materiales, así como la remuneración que correría "de los botines obtenidos en la conquista".
En 1582, el clérigo Alonso Sánchez emprendió diversas misiones diplomáticas a China, donde llegó a estar cautivo durante dos años. Una vez liberado, a su regreso a Filipinas ofreció valiosos informes a la Corona sobre la capacidad militar y defensiva del país mandarín. Gonzalo Ronquillo, sucesor de Francisco de Sande, empezaría a perfilar a través de la información recogida por Sánchez una conquista que cada vez resultaba más realista.
La cifra estimada para la victoria consistía en una fuerza de 10.000 soldados de los ejércitos lusos, españoles y del Virreinato. Un contingente que se dividiría en dos, con un el cuerpo español atacando la región de Fujian y el portugués hostigando desde Guandong.
La victoria no habría sido reñida en un país con una enorme población pero desmovilizado militarmente y con una administración insuficiente. Las incursiones mongolas y piratas habían conseguido en los últimos siglos mellar las defensas chinas e incluso penetrar hasta Pekín.
Tercios y samuráis
Como señala Juan Uceda Requena, en su investigación, se llegó a redactar un texto titulado De la entrada en China en particular que Alonso Sánchez se encargó de llevar personalmente a Felipe II, quien estudió en detalle el texto junto con sus consejeros. El informe citaba una cifra superior a la estimada en un principio. El cómputo total había crecido hasta doce mil soldados hispanos, seis mil nativos filipinos y quinientos esclavos provenientes de India y África.
El plan incluía además un completo informe sobre la estrategia y organización política y comercial de los territorios conquistados, así como un proyecto de matrimonios entre colonos y mujeres locales tras la campaña.
Finalmente, los japoneses se mostraron muy interesados en los planes que se cernían sobre China. Enemigos acérrimos del país vecino, el daimyo Komidshi Yukanga, soberano feudal supremo de Japón, ofreció a Ronquillo un contingente de más de seis mil hombres que se unirían a la invasión. Así, la posibilidad de que los Tercios entrasen en Pekín se tornaba cada vez más cercana.
Japoneses en Sevilla
Paradójicamente, el mayor desastre militar que sufrió la Monarquía Hispánica en aquel siglo fue el detonante de que los planes expansionistas en China se abandonasen. Era 1588 y faltaban escasos meses para que la Gran Armada del Rey Prudente zarpase hacia Inglaterra.
El fallido intento de invasión para expulsar a Isabel I del trono inglés borró cualquier posibilidad de conquista de China. La junta que había sido creada para estudiar los planes de la invasión en marzo de ese mismo año quedó disuelta, y cualquier plan relacionado con la operación fue aplazado indefinidamente.
Sin embargo, la empresa quiso dejar uno de los capítulos más pintorescos de la historia de España cuando una delegación nipona llegó a Sevilla bajo el pretexto de cerrar acuerdos comerciales entre el Virreinato de Nueva España y Japón. La embajada Tensho emprendió en 1585 una marcha que les llevaría hasta Roma. Mancio Ito, uno de los embajadores, se entrevistó con Felipe II y le regaló una armadura samurái completa, robada en el siglo XIX del archivo real.
El embajador Hasekura Rokuemon Tsunaga fue rebautizado por el rito católico, cambiando su nombre por el de Felipe Francisco de Fraxecura, y algunos de los miembros de la comitiva decidieron establecerse en Coria del Río, una población cercana. Los nuevos colonos acabaron casándose con mujeres del pueblo y dando el apellido Japón a su descendencia. Se estima que hasta 700 españoles con dicho apellido son descendientes de la comitiva Tensho.