La necesidad de un mando único para dirigir a los ejércitos nacionales elevó a Francisco Franco como líder de la sublevación. Con Calvo Sotelo, Sanjurjo, Primo de Rivera y Goded fuera de escena, el gallego se erigía como la voz del golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Mola era visto como un republicano por parte de los monárquicos y no sentía ninguna simpatía por la Falange. Queipo de Llano y Cabanellas, por otra parte, también se habían opuesto a José Antonio. Solo Franco se había mantenido políticamente neutral en el pasado.
Con Franco proclamado "jefe de Estado", el mando único concentró a sus hombres y se enfrentó a una República que se desmoronaba. No obstante, aquel poder unificado no implicó una desenvoltura militar homogénea. En el campo de batalla, a menudo, los militares se encontraban con posiciones discordantes frente a las órdenes de Franco.
Es precisamente lo que sucedió entre el general Fidel Dávila y Arrondo Gil y Arija y el futuro dictador en 1938. Sucedió en la batalla del Ebro, una de las más sangrientas y largas, que se prolongó desde julio hasta noviembre de 1938 y que se saldó con alrededor de 20.000 muertes. El ejército republicano había lanzado una gran ofensiva que sorprendió a los franquistas en el gran arco que hace el río Ebro entre Mequinenza (Zaragoza) y Amposta (Tarragona).
Los franquistas trataron no solo de frenar el ataque, sino de desajustar los últimos resquicios de la resistencia republicana. En este sentido, el 5 de agosto Franco presentó un plan de operaciones a realizar el norte del Ebro. El plan pretendía aislar a las fuerzas enemigas en el sur del río y desconectarlos del grueso del ejército. El paso de los días y los encontronazos entre ambos bandos tensaron a Franco, quien se impacientaba con unos resultados que no llegaban. Era, según sus palabras, una batalla "áspera y la más fea".
El enfado de Franco
El ya retirado general Rafael Dávila Álvarez, nieto de Fidel Dávila, relata este episodio a raíz de los documentos que posee sobre el militar que estuvo presente en la cruenta batalla. "Desde el Cuartel General de Franco se exigían más medios y rapidez, cuando la realidad de la situación requería estudiar a fondo el problema de organización de las unidades y elegir un modelo flexible y de posible ejecución", escribe el nieto del militar golpista en su nueva publicación, La Guerra Civil en el Norte (La Esfera de los Libros).
Tal y como relata el autor, Franco y Dávila no estaban de acuerdo sobre cómo proceder en el campo de batalla. En una carta dirigida al caudillo, Dávila exigía más medios y más armamento que permitiera el "triunfo rápido e inmediato". El general catalán buscaba cubrir las bajas de la manera más eficiente posible, contradeciendo a su superior desde el respeto. "Te saluda y te abraza tu buen amigo Fidel Dávila", finaliza la misiva.
"La carta era de enorme crudeza, aunque argumentada, no exenta de fina ironía, pero resaltaba problemas que se vivían desde el frente directamente", apunta el nieto del militar. Este no sería el único desliz que tendría Dávila con Franco. Las sierras de Pandolls, Caballs y Lavall le servían de protección al bando republicano, quien se había instalado dispuesto a defenderse a toda costa. Para expulsarlos de su posición, Dávila trató de tomar Caballs hasta que el 30 de octubre de 1938 recibió unas órdenes que no compartía. "Tras haber sufrido dos derrotas en el intento de ocuparlo, el Generalísimo prohibió al general Dávila intentar un nuevo ataque", narra el autor.
–Ni una unidad, ni un hombre más sobre Caballs, te lo prohíbo terminantemente.
–Pero, mi general...
–Nada, nada, te digo que te lo prohíbo terminantemente.
La insistencia de Franco le llevó a Dávila a probar por Lavall, pero el resultado seguía siendo desastroso. El general sabía que para convencerlo debía verle en persona, por lo que decidió desplazarse a Burgos para reunirse con el futuro dictador. Este, sorprendido, "se puso enfadadísimo".
No obstante, la negociación prosperó y terminó aceptando las exigencias de Dávila. Regresó a Zaragoza y se aseguró de tenerlo todo previsto para la oportunidad que le había sido concedida. "Hicieron la operación el día 30 a las seis de la mañana sobre Caballs y a las ocho de la mañana del mismo día, quedaba Caballs conquistada. A los rojos les cogió de sorpresa y su resistencia fue mínima".
Media hora más tarde, desde el puesto de mando, Franco preguntó por la operación. Tras la noticia de Dávila, "dio un respingo en su asiento, y sin contestar pidió los prismáticos para observar el terreno, que verificó durante el tiempo en que permaneció en el puesto de mando sin despegar los labios, como hizo al marcharse".
La batalla del Ebro estaba terminada. De nada sirvieron los demás ataques desesperados de los republicanos. Si bien este conflicto fue uno de los más sangrientos de la Guerra Civil, Rafael Dávila recorre en La Guerra Civil en el Norte cómo se desarrollaron los principales combates, así como la participación de los italianos y alemanes sobre suelo español.