El pasado 2020 fue un gran año en cuanto a hallazgos egipcios se refiere. En la necrópolis de Saqqara, situada a unos 50 kilómetros al sur de El Cairo, se identificaron en noviembre más de cien sarcófagos en buen estado. Tan solo un mes antes, 59 veían la luz tras permanecer en el olvido durante 2.600 años. Este mismo 2021, ha salido a la luz 'El Ascenso de Atón', una urbe perdida durante 3.000 años. En un país donde las revoluciones arqueológicas están a la orden del día, llama la atención que jamás se haya localizado la histórica ciudad de Zerzura.
Este enclave ubicado supuestamente entre Egipto y Libia, oscila entre la mitología y la historiografía. La primera vez que se menciona este desconocido lugar es entre finales del siglo XII y el siglo XIII. Por aquel entonces, la milenaria civilización ya se había desvanecido. Figuras como Tutankamón, Ramsés II o Cleopatra pertenecían al pasado.
Egipto sobrevivía bajo el dominio de la dinastía musulmana de los ayubíes y fue en este periodo cuando se empezó a mencionar una mítica ciudad situada en un bello oasis al oeste del río Nilo, en pleno desierto. "En estos escritos se describía Zerzura como una ciudad blanca como una paloma, y algunos la denominaban el oasis de las pequeñas aves", apunta el escritor bilbaíno Andoni Garrido en su reciente publicación, Colega, ¿dónde está mi urbe? (La esfera de los libros).
El autor recorre en su obra, con tono ameno y una fácil lectura, las distintas ciudades perdidas en el tiempo; desde la Atlántida hasta El Dorado. Muchas de ellas, como sucede con Zerzura, fueron objeto de estudio durante décadas, y arqueólogos de todas las nacionalidades buscaron en el país de las pirámides uno de sus secretos todavía por revelar.
Concretamente, los investigadores hacían referencia al texto medieval Kitab al Kanuz —también conocido como Libro de las perlas ocultas—, un manuscrito árabe repleto de menciones a más de 400 lugares de Egipto donde se escondían grandes tesoros. "Pero no tesoros cualesquiera, sino tesoros antiquísimos, protegidos por toda suerte de trampas mortales, espíritus y demonios", narra el vizcaíno. El texto, perdido en el tiempo, afirmaba que Zerzura estaba gobernado por un rey y una reina durmiente, y que la custodiaban guardianes gigantes negros.
Campañas arqueológicas
Para diferenciar la mitología de la realidad, existe una teoría que dice que estos guardianes podrían representar a la tribu de los tubus, guerreros nómadas que habitaban en los desiertos de Chad, Níger y Libia. "Al parecer, en la Antigüedad estos tubus se dedicaban a atacar oasis pertenecientes a bereberes y árabes, y quizás de ahí venga de que fueron ellos quienes tomaron el control del rico oasis", considera Garrido.
El emir Bengasi fue uno de los primeros hombres que ordenó buscar Zerzura. Corría el año 1481 y jamás hallaron ningún rastro. Siglos más tarde, cuando Egipto se transformó en un reino autónomo en 1922, la presencia británica siguió investigando los tesoros ocultos que permanecían en el país.
En este sentido, cabe destacar el fracaso del explorador William Joseph Harding King quien, pese a aportar diversos elementos al Museo Británico, estos nunca estuvieron relacionados con la mítica ciudad. Partió en 1909 desde el oasis de Dakhla, y regresó con las manos vacías. Esta derrota arqueológica se repitió seis años más tarde en una expedición organizada por el geólogo John Ball, director del Departamento de Estudios de Egipto.
El húngaro László Almásy sería quien más veces intentó obtener unos resultados difíciles de conseguir. Piloto durante la Primera Guerra Mundial, terminó obsesionándose por Zerzura hasta el punto de comprarse un avión para realizar vuelos de reconocimiento por el desierto del Sáhara. En una de las incursiones, debido a una tormenta de arena, su vehículo quedó destrozado. Al poco se quedó sin fondos y estuvo a punto de abandonar su sueño hasta que Sir Robert Clayton, un británico adinerado, financió sus campañas.
"Sobrevolando la meseta de Gilf Kebir logró divisar algunas zonas verdes, por lo que parecía que allí podría haber algunos oasis ocultos inexplorados", explica Garrido. Al regresar, con un equipo de transportes terrestres, acudió a la zona para examinar aquellos "misteriosos valles verdes dentro de la meseta".
Los valles fueron llamados Wadi Talh, o el valle de Acacia; Wadi Hamra, o valle Rojo, y Wadi Abd al-Melik. "Almásy estaba seguro de que había encontrado Zerzura, sin embargo, nunca se halló ningún tipo de ruinas en la zona", asegura el escritor. El explorador no se volvió con las manos vacías, ya que al final encontró unas pinturas rupestres neolíticas en la meseta.
¿Ciudad ficticia?
El austrohúngaro no fue el último en buscar la desconocida Zerzura. No obstante, el resultado sí fue el mismo. Ralph Alger Bagnold utilizó vehículos motorizados modificados para surcar las dunas del desierto y tras varias prometedoras expediciones repitió el resultado de sus antecesores.
"A pesar de los fracasos, no penséis que los miembros de estas expediciones se frustraron y se lo tomaron mal. Resulta que varios de ellos se hicieron muy amigos, y a su vuelta montaron un club llamado el Club de Zerzura en un bar de Wadi Halfa, ciudad situada entre la frontera de Egipto y Sudán", comenta el autor.
Actualmente, no quedan dudas de que Zerzura es una de las muchas ciudades ficticias que a lo largo de los siglos han suscitado expectación entre las gentes. Un lugar repleto de promesas y utopías cuyos indicios nunca han sido hallados precisamente por lo que es, una utopía.