El hecho de armas que encumbró a Bernardo de Gálvez (1746-1786), héroe español de la independencia de Estados Unidos, el principal responsable de canalizar la ayuda secreta del Gobierno de Carlos III a los rebeldes norteamericanos, fue la toma de la plaza estratégica de Pensacola, en La Florida Occidental, en 1781, tras un dilatado y arduo asedio. Arengó a sus tropas con el famoso discurso del "yo solo", que el monarca convertiría unos años más tarde en el lema de su escudo de armas al concederle el título de conde, y desafiando a sus hombres diciendo "el que tuviese honor y valor me siguiese".
Pero en realidad, Gálvez nunca llegó a pronunciar literalmente esas dos palabras que han tenido un gran impacto histórico y han sido repetidas hasta la saciedad, incluso en una intervención del rey Emérito. No sería hasta su regreso victorioso tras la batalla cuando el militar malagueño aseguró: "Yo, hijos míos, he ido solo a sacrificarme por no exponer a un solo soldado, ni a hombre de mi Ejército". El propio gobernador de Luisiana y virrey de la Nueva España reconocería más tarde que "hubieran quedado inútiles mis deseos, si hubiera faltado en los oficiales de mi dicho bergantín [el Galveztown] el valor, inteligencia y resolución que en estos casos se requiere".
Este episodio y la leyendización de su triunfalista arenga, principalmente por la intervención de Carlos III, la desvela Gonzalo M. Quintero Saravia, doctor en Historia de América por la Universidad Complutense, en una minuciosa y documentada biografía —incluye trescientas páginas de apéndices, notas y bibliografía— de Bernardo de Gálvez (Alianza). La obra permite recuperar en toda su dimensión a un personaje de suma importancia en la historia de España —fue la más alta autoridad del Imperio español en la Guerra de Independencia de EEUU y el jefe de las fuerzas franco-hispanas que combatieron a los británicos en el Caribe— que, cree el autor, ha sido pasado por alto a nivel popular.
"Bernardo de Gálvez perteneció a una generación empeñada en la modernización de España a través de la aplicación de criterios racionales (ilustrados) cuyos principales miembros en el ámbito del pensamiento y de la política son bastante más conocidos", explica Quintero Saravia por correo electrónico. "Ello se debe, a mi juicio, primero por su corta vida —murió a los cuarenta años—, pero también a que su aportación no fue dentro de la política metropolitana o peninsular si no en el contexto de la administración del imperio americano, que tradicionalmente ha sido menos estudiado".
El libro, editado originalmente en inglés en 2018 y premiado con el Distinguished Book Award de la Society for Military History a la mejor biografía publicada en EEUU, no se centra exclusivamente en radiografiar la vida del exitoso militar, a quien Barack Obama concedió la nacionalidad honoraria en 2014, sino que propone una investigación más global: la situación del Imperio español en América a finales del siglo XVIII.
"Si bien es cierto que las reformas borbónicas en América fueron aplicadas no sin problemas, no es menos verdad que las élites locales americanas se unieron al proyecto reformista incluso con entusiasmo", apunta el historiador. "La independencia llegaría más tarde, como consecuencia de la invasión napoleónica de la Península Ibérica y causada por la ausencia, y no por el ejercicio o el abuso, de la autoridad real. La monarquía española de finales del siglo XVIII y principios del XIX ya no puede ser considerada como un imperio al borde del colapso sino como un conjunto integrado con un alto grado de unidad administrativa".
Leyenda negra
A lo largo de toda su obra, Gonzalo M. Quintero Saravia dibuja a un Bernardo de Gálvez mucho más poliédrico que un mero militar victorioso en las batallas —y eso que enfermó y fue herido en numerosas ocasiones: un flechazo en el brazo izquierdo, una lanzada en el pecho, fuertes golpes y contusiones, un ataque de malaria o un balazo que le atravesó un dedo—. Era un entusiasta del nuevo arte de la guerra basado en preceptos racionales —experimentó incluso con globos aerostáticos con fines bélicos— y creía en los méritos personales como vía de promoción, promocionó las artes y las ciencias durante su gobierno de la Nueva España, aplicó una política de tolerancia religiosa desconocida en la América española que hizo que muchos no católicos se convirtiesen en leales súbditos de Carlos III...
También diseñó e implantó una nueva forma de relacionarse con los grupos indígenas que vivían en los márgenes del territorio español más septentrional. En sus Noticias y reflexiones sobre la guerra que se tiene con los indios apaches en las provincias de Nueva España, Gálvez pedía que "sean los españoles imparciales y conozcan que si el indio no es amigo es por que no nos debe beneficios, y que si se venga es por justa satisfacción de sus agravios (...) y de la poca fe que se les ha guardado y de las tiranías que han sufrido".
"La experiencia adquirida por Gálvez durante este periodo fue determinante para que más tarde como virrey de la Nueva España pusiese en práctica un nuevo modelo de relación entre la Corona española y las poblaciones indígenas que habitaban las regiones periféricas del Imperio español en América del Norte basado en el comercio en lugar de en el permanente enfrentamiento militar", explica el historiador.
¿Cuáles fueron sus principales virtudes? "Como soldado, su acreditado valor frente al enemigo. Como oficial y jefe, en primer lugar, su sincera preocupación por sus subordinados, que en el campo de batalla le haría no retirarse hasta que el último de sus hombres hubiese sido evacuado y que como virrey le hacía consagrar todos sus esfuerzos a evitar los abusos de los más poderosos", responde Quintero Saravia. "Segundo, su decisión y arrojo que le hizo superar reveses que hubieran desanimado a cualquier otro. Por último, también tenía una cualidad que Napoleón consideraba esencial en sus mariscales: la suerte, sin la cual ninguna victoria en posible".
Pero la biografía de Bernardo de Gálvez no se podría explicar sin la presencia de su mujer Felicitas Saint-Maxent —castellanizada como Feliciana—, siempre a su vera, llegando incluso a dar a luz a su hijo Miguel en medio del campamento militar. "En Ciudad de México rompieron los estrechos moldes de la moral de la aristocracia al aparecer constantemente juntos en público, al pasear a pie los dos por calles y jardines, al compartir habitación y lecho en palacio o al ubicar el cuarto de sus hijos justo al otro lado de su puerta cuando las normas de la época marcaban que marido y mujer tuvieran habitaciones separadas y que los niños estuviesen alejados de los padres al cuidado de ayas y sirvientes", destaca Quintero Saravia.
Tras descartar por completo que la muerte de Bernardo de Gálvez fue resultado de un envenenamiento —falleció de una disentería amebiana, fatal en una época sin antibióticos—, el último capítulo del libro está dedicado a discutir una todavía menos conocida "leyenda negra" del biografiado. Una fantasiosa y rocambolesca hipótesis defendida por revisionismos independentistas que aseguran que el comandante supremo de las fuerzas españolas al otro lado del Atlántico trató de convertirse en rey de un México emancipado de los tentáculos de la Monarquía Hispánica.
"El primero en recoger este rumor fue Alexander von Humboldt para inmediatamente descartarlo como absolutamente falso. No obstante, ha sido varias veces repetido, por autores posteriores a la independencia de México, en un momento en que los historiadores de este país estaban construyendo su propia historia nacional, buscando antecedentes y legitimidades históricas al movimiento 'independizador', del que es casi imposible encontrar rastro alguno en la América española en la década de 1780", cierra el historiador. Al fin y al cabo, otro personaje manoseado y vejado con fines políticos después de su muerte.