En noviembre de 1936, el nombre de Manuel Uribarry (1896-1962) gozaba de gran popularidad en el seno del Ejército republicano. Este oficial de la Guardia Civil había logrado, en apenas quince días y tras la sublevación de los generales franquistas, constituir una columna de voluntarios de todas las ideologías revolucionarias y sin banderas de organizaciones concretas con notable éxito bélico. Fue apodada como la "Columna Fantasma" por la rapidez de sus movimientos, primero en la toma de Formentera e Ibiza y luego en una serie de operaciones peninsulares que culminaron en la captura de Mora de Toledo.
Las victorias y buen hacer de Uribarry fueron recompensadas con el ascenso a teniente coronel en un momento en el que Madrid temblaba ante el empuje de la ofensiva sublevada. El prestigio de su unidad se disparó especialmente en Valencia —el militar era natural de Burjassot—, empujando a nuevos reclutas a agarrar un fusil y echarse a las trincheras. Sin embargo, este reclamo fue utilizado por los círculos comunistas más cercanos a Moscú, que ya empezaban a organizar la maquinaria de guerra de la Segunda República, para destinar a los voluntarios a otros regimientos.
Uribarry, militante del PSOE y fiel al Gobierno republicano, se negó a "ceder" su columna al estalinismo y denunció esta práctica ante el Partido Comunista (PCE). Lo único que logró fue un incremento de las hostilidades azuzadas por los asesores soviéticos, que decidieron eliminarlo. El primer intento de asesinato se registró en esas fechas y durante las acciones bélicas al sur de Toledo. El oficial iba de copiloto en un Ford cuando el coche se despeñó por un precipicio de veinte metros de altura. "Mi desconocido y espontáneo chofer saltó de la máquina con oportunidad muy sospechosa", recordaría. Salió vivo de milagro, pero tendría que hace frente a dos atentados más durante el transcurso de la Guerra Civil.
En mayo de 1937, Uribarry sería destituido como jefe de la renombrada 46.ª Brigada Mixta. Los comunistas, con Enrique Líster a la cabeza, le acusaron de tener unas tropas indisciplinadas y sin espíritu de combate, de ineficacia militar, de ser un fascista camuflado por proteger a miembros de la Guardia Civil perseguidos en retaguardia, de incurrir en actos de represión lejos del frente, de ser un señor feudal o cacique en su sector, de robos de cosechas, caballerías y bienes de los campesinos, de apropiación de joyas y de obras de arte, e incluso de tener como amantes a las mujeres fascistas de la zona.
Todas esas acusaciones vertidas en informes, partes de guerra, actos oficiales o noticias de prensa no fueron, sin embargo, acompañadas de un procedimiento formal. Como demuestra el investigador José Lendoiro Salvador en su nueva obra Reivindicación de Manuel Uribarry (Espuela de Plata), "tan solo se hicieron para acabar con su figura heroica ante la población valenciana, sembrar la duda, dejarlo sin mando y marginarlo en todos los sentidos, dejándolo en total indefensión". Una biografía que vierte luz sobre un personaje oscurecido por las difamaciones vertidas desde su propio bando y que pese a todos esos enemigos llegaría a ser nombrado jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) republicano desde enero a abril de 1938, cuando lo eliminaron políticamente y lo expulsaron de España.
Contra la represión
Uno de los aspectos más destacables de la figura de Manuel Manuel Uribarry es su firme oposición a las persecuciones y ejecuciones durante la Guerra Civil. Si bien es cierto que justificó la violencia antidemocrática contra los "contrarios" en dos periodos concretos —en octubre de 1934, en el contexto de la revolución de Asturias, y en la primavera de 1936—, durante la contienda salvó la vida a numerosas personas acechadas por los revolucionarios más radicales. En julio, apenas una semana después de la sublevación militar, evitó en Valencia que un religioso, de nombre Jesús Blanquer Ramón, fuese paseado, incorporándolo a su columna.
Unos meses más tarde, en Mora, a unos 35 kilómetros al sur de Toledo, su actuación también fue decisiva para frenar la represión de retaguardia. Lo recordaban en 1962 y ante las autoridades franquistas una docena de vecinos del pueblo: reconocieron que cuando llegó Uribarry "cesaron toda serie de asesinatos y desmanes que cometía el Comité Rojo de Sangre" y que libró a los jóvenes derechistas perseguidos "de ser asesinados por las Milicias Rojas". También optó por reclutarlos para su brigada.
Unas decisiones muy criticadas entre los círculos comunistas favorables a Moscú. Pero así se defendía Uribarry en agosto de 1937: "Nuestra única justicia ha sido la del combate sobre el campo de batalla, pero no sobre prisioneros desamados, ni sobre gentes de retaguardia (...) En nuestra Columna se fue siempre justo, pero no se dejó nunca de ser hombre. Ni el mando confundió la grosería con la energía. A la columna valenciana le ha bastado con una mano para luchar contra la espada de los traidores, reservando la otra para tenderla con cariño y con ternura a los pueblos redimidos, para estrechar contra su pecho generoso a todos, sin odios eternos, sin rencores inamortizables".
Lendoiro Salvador destaca en las conclusiones de su obra que fue "la fidelidad de Uribarry a las autoridades del bando republicano lo que le enfrentó a las consignas partidistas de los estalinistas, quienes utilizaron de forma repetida a Alberto Bayo contra él". El capitán Bayo, de tendencia prosoviética, fue el encargado de dirigir la operación de conquista sobre Ibiza y Formentera. Uribarry le acusó de deslealtad por tomar la zona en nombre de las autoridades regionales y no del Gobierno de la República. El enfrentamiento se trasladó al seno de los partidos y el líder de la también llamada Columna Valenciana fue acusado de instigar la represión y los actos de pillaje que realizaron los milicianos de Bayo. Una grieta entre el socialista y los comunistas que iría agrandándose a lo largo de la guerra.
"La lucha contra el predominio estalinista caracterizó a Uribarry, tanto como la lucha contra las tropas franquistas. Una oposición a ambas dictaduras que mantuvo en el exilio, con el triunfo final del comunismo prosoviético que lo expulsó, primero de España en 1938, y después de Cuba con el triunfo de la dictadura castrista", desgrana Lendoiro Salvador. El militar fue expulsado a Francia antes de que acabase la guerra y al menos hasta enero de 1939 siguió reclamando justicia a las autoridades republicanas para poder regresar y seguir combatiendo a los golpistas. Sin embargo, su nueva vida marcada por la falta de recursos económicos comenzó en la isla caribeña como vendedor de fruta a las puertas de centros escolares.