La figura de Napoleón Bonaparte siempre ha oscilado entre la realidad y la ficción. Sus enemigos británicos arrojaron todo tipo de bulos para deslegitimar y desprestigiar a uno de los militares y estadistas más importantes de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Sin embargo, con las propias manías y actitudes de quien fuera proclamado como emperador de los franceses no hacía falta caer en inventos despectivos.
El corso manifestaba una desorbitada obsesión por la limpieza. Durante sus campañas militares obligaba a que le enviaran ropa de cama y trajes a diversas localizaciones porque los ensuciaba deprisa: "La menor mancha le hacía retirar una pieza de ropa y también la menor diferencia sobre la calidad del lino. No se cansaba de decir que no quería ir vestido como un oficial de la guardia", relata Madame de Rémusat, la joven a quien Napoleón nombró dama de compañía de la emperatriz Josefina de Beauharnais.
Fue esta relación, la consolidada entre Josefina y Napoleón, quienes se casaron el 9 de marzo de 1796, la que hizo florecer los miedos, complejos y abusos del emperador de Francia. Josefina, nacida en el año 1763, se había codeado con las altas élites incluso en plena época de revolución, cuando las amistades podían perfectamente condenar o perdonar a un individuo. Era una mujer decidida y con gran carisma. Había estado casada previamente con el aristócrata Alejandro de Beauharnais y tras su separación conoció a Napoleón en casa de Madame Teresa Tallien. Allí empezaría una relación turbulenta entre la mayor autoridad de Francia y su futura esposa.
En primer lugar, el corso se sentía inferior ya que su esposa había tenido una gran trayectoria con diferentes hombres antes de contraer matrimonio con Napoleón. Entre otros, se dice que fue amante de Paul François Jean Nicolas Barras, uno de los personajes más relevantes de la Revolución francesa.
Asimismo, se sentía comprometido a la hora de practicar sexo con su mujer. El pene de Napoleón, que según la leyenda medía cuatro centímetros por los efectos de una enfermedad glandular, se expuso en 1927 en el Museo de Artes Francesas de Nueva York. Un periodista de la revista Time que acudió a la exhibición lo definió como "la tira maltratada de un cordón" y otro reportero de "anguila encogida". Nadie sabe cómo llegó el miembro hasta nuestros tiempos, pero lo cierto es que tenía verdaderos problemas para yacer con su esposa.
Napoleón, así como logró grandes victorias en el campo de batalla por su valentía, se mostraba indefenso en el acto más íntimo que existe para el ser humano. Evitaba acostarse con su mujer y las pocas veces que sucedía desesperaba a Josefina. Finalmente, la paciencia de Josefina llegó a su fin y mientras el militar salía victorioso llevando la bandera francesa por toda Europa, ella se dedicó a coleccionar todo tipo de joyas y amantes. En la ciudad de París era conocida por su carácter derrochador y su pasión por el lujo.
En un documental de la BBC sobre Napoleón Bonaparte, el historiador Andrew Roberts explica que el emperador era un hombre muy celoso, lo cual se confirma gracias a las cartas que este le enviaba a su infiel esposa. "¿Me has olvidado? ¿O es que sabes que no hay mayor tormento que no recibir una carta de mi amor?", escribía Napoleón, quien enviaba mínimo una carta al día de su puño y letra. Mientras, Josefina se encontraba en Francia rodeada de hombres que le satisfacían mejor que su esposo.
Aquella tóxica relación donde sin lugar a dudas la emperatriz era la figura intimidante llegó a su fin el 10 de enero de 1810. Se separaron sin haber concebido un hijo y Josefina se trasladó a vivir al Castillo de Malmaison mientras que Napoleón probaba suerte con un nuevo matrimonio. Josefina falleció el 29 de mayo de 1814, por complicaciones de un resfriado y fue enterrada en la iglesia de San Pedro y San Pablo de Rueil. Napoleón jamás la olvidó, ni siquiera en su lecho de muerte, donde se dice titubeó su nombre.