Uno de los archivos más importantes de la historia reciente fue escrito en cuadernos baratos, hojas de papel sueltas y los reversos de impresos o facturas. Sus autores eran amas de casa, prisioneros, guerrilleros o fugitivos que, en la mayoría de los casos, estaban a punto de morir. Miles de polacos escribieron, dibujaron y pegaron fotografías en cocinas, barracones, campos de concentración, alcantarillas y ruinas entre 1940 y 1943 para dejar constancia de un mundo que se estaba derrumbando. Las 35.000 páginas que consiguieron reunir plasmaban testimonios de cómo era la vida (y la muerte) en el gueto de Varsovia, en el campo de trabajo de Plaszów o en la sala de espera del doctor Mengele. Es el llamado Archivo Ringelblum, un conjunto de documentos que forma parte de la Memoria del Mundo de la UNESCO.
En 1940, la organización clandestina Oyneg Shabbat de Varsovia, decidió documentar las penalidades de la comunidad judía en Polonia. Sus 50 y tantos miembros eran intelectuales, historiadores o simples supervivientes que, por su propia seguridad, no se conocían entre sí. Les coordinaba Emanuel Ringelblum, quien decidió enseguida que su misión debía extenderse a otras ciudades polacas y se ocupó de distribuir por varias de ellas libretas e instrucciones para que todo el que pudiera plasmase, en forma de escritos, dibujos, fotografías o canciones, cómo era la sociedad que los nazis estaban exterminando tan minuciosa y eficientemente. Los “zamlers” o historiadores de sí mismos, dejaron como legado testimonios de un horror, esperanza y heroísmo que resultarían imposibles de creer sin pruebas.
Si sabemos el color, las dimensiones o el material del que estaban hechos los camiones donde se metían a los judíos polacos que iban a ser gaseados en los compartimentos herméticos; si conocemos la escalofriante historia de los sonderkommandos de prisioneros de Auschwitz encargados de colaborar en el saqueo de los cadáveres de las cámaras a cambio de ropa y comida; si se conservan dibujos, partituras y documentos hechos por los condenados de los campos de la muerte, es gracias a este archivo. Es el llamado "Archivo Ringelblum". Y aún hay una parte del mismo que no ha sido encontrada.
Los documentos de todo tipo que conforman este archivo, declarado parte de la Memoria de la Humanidad por la UNESCO, fueron escondidos en diez cajas de metal y dos cántaros de aluminio que fueron enterrados en tres lugares de Varsovia. Dos de los yacimientos fueron recuperados en los meses posteriores a la II Guerra Mundial, pero aún falta por hallar el tercer y último tesoro, que bien podría estar bajo el patio de algún bloque de viviendas, en un parque o entre los cimientos de alguno de los rascacielos que se están construyendo en el centro de la capital polaca. En esta última caja, según uno de los tres únicos supervivientes del llamado Oyneg Shabbat Rokhl Oyerbakh, “se encontrará un recibo de la lavandería del gueto con un poema de Israel Stern sobre un árbol.”
La labor del Oyneg Shabbat se centró, durante su primer año de actividad, en recuperar y conservar el folclore y el patrimonio cultural de la comunidad judía polaca, pero tras conocerse las noticias de lugares como Auschwitz, el objetivo cambió: ya no se trataba de documentar la vida de los judíos en Polonia, sino su muerte. En los documentos del archivo se describe minuciosamente el procedimiento que seguían los nazis para exterminar a los judíos polacos: furgones herméticos para gasearlos, fosas al aire libre para quemar sus cuerpos, fusilamientos masivos para deshacerse de viejos y niños...
También hay sitio para las bromas que, en medio del horror, permitían conservar la cordura (“prefiero que Hitler vista mi piel a tener que vivir en la piel de Hitler”). Nechemiasz Tytelman, uno de los “zamlers” que colaboró en el archivo, contó cómo encontró un día, caminando por el gueto de Varsovia, a un niño de 12 años que canturreaba una original canción mientras rebuscaba en los montones de basura. Tytelman llevó al niño a su casa y le pidió que cantase, hasta que terminó por quedar ronco, todas las canciones que se supiera para escribirlas. “Cupones de comida” y “Dinero” eran dos de esas canciones, compuestas por la gente que vivía hacinada en el gueto.
El momento en que fue hallada la primera parte del Archivo Ringelblum fue captado por las cámaras de Natan Gross y puede verse en el film Nosotros, los supervivientes, de 1948, que forma parte del archivo de la Filmoteca Judía de Steven Spielberg. Michał Borwicz, uno de los pocos supervivientes del Oyneg Sabbat (cuyo nombre alude a la felicidad del Sabat, la festividad hebrea), fue el encargado de alzar la primera de las cajas desenterradas en Varsovia y lo recordaba así: “Mientras las palas retiraban un puñado de tierra tras otro, nos mirábamos entre nosotros en silencio (…) finalmente, topamos con algo duro y nos embargó una profunda emoción”.
A pesar de que apenas habían pasado dos años, la humedad y el mal aislamiento de las cajas había provocado que los papeles estuvieran pegados entre sí, emborronados y a punto de desintegrarse. Conseguir recuperarlos, catalogarlos y traducirlos fue una labor que todavía está siendo completada y que ya se dado lugar a 38 volúmenes. Los documentos, escritos en yidish, polaco, hebreo y alemán, fueron en muchos casos redactados por gente sin gran formación, en circunstancias muy difíciles y usando papel de mala calidad.
Una de las frases más famosas contenidas en el archivo, “lo que no pudimos gritarle al mundo”, se convirtió en el símbolo del testimonio colectivo que salvó del anonimato a millones de historias, las de las víctimas que con el tiempo se han visto reducidas a meros números, pero que fueron capaces de aferrarse a las palabras para dejar tras de sí algo más que sufrimiento y muerte. En uno de los poemas encontrados en el archivo, una tal Miriam Ulinover escribía: “Las rosquillas, querida hija, que cocinamos juntas, están hechas de dos partes; unimos las dos mitades, formamos un círculo perfecto; una parte es para ti, otra es para los pobres; yo, de la última rosquilla, me conformo con el agujero”.
En 1943, cuando la maquinaria de exterminio nazi estaba funcionando a pleno rendimiento, el trabajo de Ringelblum tuvo que cesar. En julio de 1942, la “gran deportación”, había enviado a 300.000 personas a Treblinka, otras 11.000 a campos de trabajos forzados y 10.000 habitantes del gueto habían perecido. Cerca de 20.000 más fueron destinadas a permanecer en los Umschlagplatz, terrenos cercanos a las estaciones de tren en espera de ser trasladados a campos o simplemente ejecutados. Una especia de sala de espera para gente sin número ni destino asignado cuyo destino se contaba por días. Cuando se les ordenó identificarse para embarcar en los trenes de transporte, muchos de ellos se negaron a hablar y fueron ejecutados por ello. El Archivo Ringelblum es su voz.