Los matrimonios entre miembros de la realeza siempre han destacado por el interés en relación al poder o el beneficio económico. Partiendo de esta base que conformaría la élite monárquica durante siglos, Pedro II, quien había nacido en Huesca en el año 1178, contrajo matrimonio con María de Montpellier el 15 de junio de 1204.
Por lo general el recuerdo que se tiene sobre Pedro II de Aragón es el de un gran monarca que expandió la influencia aragonesa por el sudeste francés. En cuanto a la vida familiar, no todo fueron éxitos. Pedro y Maria tuvieron una hija que murió al cabo de un año y tal y como escribe el historiador Juanjo Sánchez Arreseigor en Casi histórico: mitos, engaños y falacias (Actas), "Pedro II se desentendió por completo de su esposa durante los siguientes tres años".
Sánchez Arreseigor añade que a sus 26 años la reina consorte no era ninguna inexperta y que "tampoco era fea". Se desconocen los motivos por los cuales el rey no quería siquiera acostarse con su mujer —Pedro II era conocido entre otras cosas por ser un mujeriego—. Por si fuera poco, la maltrataba tanto física y psicológicamente mientras él satisfacía sus placeres con sus amantes.
De hecho, en un torneo que se celebraba en Montpellier, el monarca no disimuló en absoluto su interés hacia una de las damas que merodeaban por el evento. De esta manera, los cónsules y altos cargos cercanos al rey se reunieron para conspirar acerca del cortejo a la anónima mujer. No se trataba de exponer al rey; de ninguna manera. Lo que buscaban era que Pedro II tuviera un hijo varón que pudiera heredar el reino. Así, "incluyeron en su plan a un caballero que solía auxiliar al rey en sus aventuras galantes". El plan era el siguiente: el caballero alcahuete fingiría ir de parte de la dama cortejada y le diría al rey que ella estaría dispuesta a acostarse con él "con muchísima discreción, a oscuras".
Una cita a ciegas
Lo que el monarca ignoraba era que aquella mujer que le esperaba a oscuras era la reina. El rey, engañado y sin sospecha alguna, yació con María de Montpellier mientras que eran espiados por los ingeniosos acompañantes del rey. "Al cabo de varias horas entraron veinticuatro hombres buenos (es decir, gordos) abades y priores, más un representante del obispo, dos notarios, doce damas de alcurnia y doce doncellas con cirios", narra el escritor bilbaíno.
En un primer instante, Pedro II creyó que se trataba de una rebelión —llegó a desenvainar su espada para defenderse de quienes le asaltaban en plena noche—. Fue entonces cuando todos gritaron "¡mirad señor, con quién os habéis acostado!". Pedro, atónito, descubrió que acababa de cometer adulterio con su propia esposa. "Ya que es así, que se cumpla lo que dios quiera", respondió.
De aquella engañosa noche nació Jaime I, El Conquistador. No obstante, Pedro II jamás aceptó lo sucedido y repudió de por vida a María de Montpellier al igual que a su hijo, a quien no conoció hasta que este cumplió los dos años. Finalmente el monarca murió el 14 de septiembre de 1213 y su heredero Jaime asumió la corona. De no haber sido por la estrategia de los leales a Pedro II, Jaime nunca habría nacido y la conquista de las Islas Baleares y la expansión por la península hubiera sido toda una incógnita.