Una Madrid destruida por los obuses trataba de amoldarse al nuevo régimen impuesto por las armas y nacido de una sublevación militar. Franco proclamaba que no le temblaría el pulso a la hora de "aplastar y hundir" cualquier tipo de interferencia entre la España "grande y libre" y su "irrenunciable destino". La Guerra Civil había acabado ya, pero los paseíllos se encadenaban irrenunciables, como castigo indiscutible para quien no se adhiriese al pensamiento oficial.
En el verano de 1939, el bando perdedor, aquellos que apoyaron la causa de la República, o bien se había encaminado hacia el exilio o permanecía callado, silenciado, reprimido. Las Juventudes Socialista Unificadas, abandonadas por los dirigentes del PCE, trataron de reorganizarse de forma clandestina, esquivando el dedo inculpador del vecino. Pero fue un policía franquista infiltrado, Roberto Conesa, el que derrumbaría la estructura de la organización. La gran parte de los militantes de la formación fueron detenidos y encarcelados, entre las que se hallaban las Trece Rosas.
La noche del 27 de julio, Isaac Gabaldón, un comandante de la Guardia Civil, su hija y su chófer, fueron asesinados por tres integrantes de las JSU. Este hecho resultaría mortal para sus compañeros arrestados al interpretar el régimen el atentado como "un desafío de un adversario al que creía totalmente aniquilado". Había que cortarle la cabeza a esa supuesta red comunista y frenar más hipotéticos atentados.
El consejo de guerra, celebrado el 4 de agosto por un procedimiento sumarísimo, condenó a muerte a 65 de los detenidos por un delito de "adhesión a la rebelión". Apenas 24 horas más tarde, las 13 mujeres y el resto de hombres, entre los que se encontraban los supuestos autores del atentado contra el comandante Gabaldón, una figura importante de la represión franquista, fueron fusilados junto a las tapias del cementerio del Este, actual camposanto de la Almudena, que se utilizó como paredón.
Sus nombres era Ana López Gallego, Victoria Muñoz García, Martina Barroso García, Virtudes González García, Luisa Rodríguez de la Fuente, Elena Gil Olaya, Dionisia Manzanero Sala, Joaquina López Laffite, Carmen Barrero Aguado, Pilar Bueno Ibáñez, Blanca Brisac Vázquez, Adelina García Casillas y Julia Conesa Conesa. Nueve de ellas no habían alcanzado la mayoría de edad -en aquella época estaba establecida a los 21 años- a la hora de recibir el balazo mortal.
Horas antes de ser ejecutadas, algunas dejaron por escrito un último adiós, como hizo Julia Consesa: "Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar. Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia".
Su figura y la del resto de sus compañeras fue reivindicada en Francia tras los fusilamientos gracias una campaña de protesta llevada a cabo por una hija de Marie Curie. Desde aquella se les conoce con el sobrenombre de las Trece Rosas y su historia en España la desempolvó Jesús Ferrero en su obra novelada Las Trece Rosas (2003), que dio lugar un año más tarde al largometraje Que mi nombre no se borre de la historia.
El director Emilio Martínez-Lázaro (Ocho apellidos vascos) también llevó la historia al cine en 2007, con Pilar López de Ayala como una de las protagonistas. En ese mismo año apareció el libro Trece rosas rojas (no ficción), del periodista Carlos Fonseca, en el que se documentan los sucesos relativos a los intentos de reorganización de las JSU y la captura, encarcelamiento y ejecución de las jóvenes mujeres. Un monumento en el cementerio de la Almudena, que este lunes ha sido profanado con pintura negra, las recuerda.