Hubo un tiempo en el que el Pazo de Meirás simbolizaba cosas mejores. Fue cuando su propiedad recaía en la escritora Emilia Pardo Bazán, una de las personalidades más arrolladoras del panorama literario español de finales del siglo XIX y principios del XX.
Doña Emilia nació el 16 de septiembre de 1851 en La Coruña, y disfrutó desde muy pequeña de una enseñanza muy distinta a la que podía esperar la heredera de una gran fortuna. Su padre, un liberal que llegó incluso a formar parte de las Cortes durante el Sexenio Revolucionario, le abrió las puertas de su biblioteca y la animó a obtener una formación políglota que le despertó la curiosidad por el pensamiento del momento. Otra gran influencia fue Francisco Giner de los Ríos, amigo de la familia, quien también la orientó en sus lecturas.
Quizá por eso Pardo Bazán mantuvo desde el primer momento una actitud que la hizo ir de escándalo en escándalo. Casada a los dieciséis años con un joven abogado gallego, en 1883 publicó La cuestión palpitante, una recopilación de artículos en torno al naturalismo abanderado por Émile Zola, en los que defendía el realismo literario español. Zola, en la muy confesional España de la época, era poco menos que un demonio, por la crudeza de su visión determinista marcada por el ateísmo, por lo que la alta sociedad del momento consideró que era impropio de una dama escribir sobre él.
El escándalo subió hasta tal punto que José Quiroga, su marido, le pidió por favor que dejara de escribir para no abochornarle más. Ella se negó, por lo que desde ese momento ya nunca más vivieron juntos. Pardo Bazán comenzó entonces una exitosa carrera literaria que alcanzaría un gran éxito con Los pazos de Ulloa (1886-87), obra cumbre del naturalismo español, aunque su producción posterior tomaría una senda más realista, marcada incluso por un espiritualismo muy influido por un catolicismo que, en realidad, nunca abandonó.
Paralelamente, era una mujer con una enorme curiosidad por cualquier novedad, sobre las que escribía con profusión en la prensa (llegó a fundar, dirigir y escribir en su totalidad una revista cultural, Nuevo Teatro Crítico). De manera especial, procuraba estar al tanto de los avances que se estaban produciendo en la ciencia y la técnica, y defendía que las mujeres debían tener acceso a la educación para poder participar de ellos, pues le molestaba que prefirieran limitarse a ser meras usuarias de una tecnología que no se detenían a comprender.
Su vida sentimental fue también equivalente a la de cualquier hombre de su época y posición. Su amistad literaria con Galdós desembocó en una relación de alto voltaje en la que las cartas que ella le mandaba a él (y recogidas en el volumen "Miquiño mío". Cartas a Galdós, editado por Turner) llegaban a mostrar un ardor y erotismo inesperados en una dama de la época.
Pardo Bazán, como era habitual en aquellos tiempos, no pudo hacer estudios universitarios por tratarse de un lugar vedado para las mujeres. Aun así, en 1916 fue nombrada catedrática por la Universidad Central de Madrid, aunque tuvo que sufrir el boicot del resto de profesores del claustro y de los propios alumnos, que se negaban a asistir a una clase impartida por una mujer.
En el bullente panorama literario de la época, propuso para la Real Academia Española a escritoras como Concepción Arenal y Gertrudis Gómez de Avellaneda, y ella misma sufrió en tres ocasiones el rechazo de su candidatura, con crueles ataques por parte de destacados eruditos como Menéndez Pelayo o Clarín a los que, lejos de arrugarse, plantó cara. Por contra, Joaquín Sorolla, Unamuno o Ramón de Campoamor se contaron entre sus amistades
En sus novelas, igualmente, buscó retratar a las mujeres reales surgidas del cambio social. En La Tribuna (1883) describió con detalle la dura vida de las trabajadoras de una fábrica de cigarros de Marineda, el trasunto literario de su Coruña natal. Y un escandalizado crítico de la época llegó a afear a la protagonista de La insolación (1889) porque, viuda como era, se dejaba invitar por un desconocido y "una señora, lo que se llama una señora, no una disfrazada, no admite de buenas a primeras, y con ocasión de ir a la iglesia, la invitación de un hombre desconocido a una romería donde menudean los navajazos y las borracheras." Una crítica similar, por cierto, a la que le dedicó José María de Pereda por el retrato para él vulgar de una mujer capaz de entrar en tabernas y los figones.
Pardo Bazán murió en Madrid en 1921 habiendo conseguido ser la primera presidenta de la sección de Literatura del Ateneo de Madrid y Consejera de Instrucción Pública por nombramiento directo de Alfonso XIII. Pero las tozudas puertas de la Academia, ésas nunca se le abrieron.