La serie de la BBC y FX Taboo, protagonizada por Tom Hardy y producida por Ridley Scott, está poniendo de moda el nombre de un lugar de sonido exótico, Nutka (o Nootka, según quien lo escriba). A lo largo de sus capítulos, se nos van narrando las luchas e intrigas, a principios del siglo XIX, entre la Corona inglesa, la East India Company y los recién nacidos Estados Unidos para hacerse con el control del estrecho de ese nombre en lo que hoy es la Columbia Británica, en Canadá. Unas luchas justificadas por el hecho de que ese territorio, dominado por una isla de poco más de 500 kilómetros cuadrados, era la llave que abría el Noroeste del continente americano, escenario en ese momento de la lucrativa industria de las pieles y por donde se suponía que pasaría una ruta hacia China en cuanto se encontrara el mítico Paso del Noroeste. Lecciones históricas muy interesantes, si no fuera por un pequeño detalle: que Nutka había sido española. Y hasta hacía poco tiempo.
En realidad, es algo que no debería extrañar, por más que sea una parte de nuestra historia (otra más) borrada de la memoria colectiva. Porque es muy poco conocido que Carlos III, el perfecto monarca ilustrado, comprendió, gracias al consejo del virrey de Nueva España entre 1771 y 1779, Antonio María Bucareli y Ursúa, que lo que estaba sucediendo en Norteamérica podía comprometer gravemente la hegemonía española en el centro y el sur del continente.
En el lejano Norte se estaba desarrollando una compleja partida de ajedrez que dibujaba uno de los escenarios más fascinantes de la historia: la presencia española había obligado a los ingleses a buscar una ruta por Canadá que pudiera llegar a Asia sin tener que pasar por suelo español. Los rusos, por su parte, iban expandiéndose y habían rebasado el estrecho de Bering, aduciendo que los habitantes de Alaska procedían de Rusia, lo que les daba derecho sobre aquellas tierras. Unos y otros habían descubierto el enorme negocio de las pieles, y los franceses también se habían sumado a la fiesta. ¡Ah! Tampoco faltaban los estadounidenses, claro, la última adquisición de la escena internacional.
Por si ese cóctel no fuera suficientemente explosivo, los franceses redescubrieron el Memorial de Lorenzo Ferrer Maldonado, quien ya a finales del siglo XVI había intentado hacer creer a Felipe III que había descubierto el Paso del Noroeste, y que a través de él había llegado hasta Asia. Un relato tachado de invención pero que, misteriosamente, todas las potencias volvieron a creerse doscientos años después, por lo que lanzaron barcos y expediciones a descubrir ese canal que sólo había existido en la mente del granadino.
En ese contexto, la Corona envió varias expediciones que fueron recorriendo la costa, llenándola de topónimos españoles, y llegando tan al norte como el cabo Español (hoy Hinchinbrook), en el paralelo 60º; es decir, en pleno Alaska, en territorio prácticamente inexplorado. El famoso estrecho de Nutka ya había sido avistado por Juan José Pérez Hernández en 1774, y cuatro años después Cook fue el primer europeo en poner el pie en una de las islas del mismo. En 1789 se produjo el desembarco efectivo de Esteban José Martínez en la propia isla de Nutka y la anexión oficial al Virreinato de Nueva España. A pesar de un intento inglés por hacerse con ella, las tropas españolas lograron permanecer y fortificar la isla.
Ése fue el panorama que se encontró Alejandro Malaspina a su paso durante su viaje alrededor del mundo en 1791. En su diario anotó su emoción cuando, al acercarse, vio "tremolar la bandera nacional en un altito". Las tropas allí acantonadas pertenecían a la Compañía de Voluntarios de Cataluña, como se puede ver en los múltiples grabados realizados por los dibujantes del barco, que plasmaron la abundancia de los uniformes con la típica barretina. Cuando, poco después, Malaspina siguió viaje al Sur, era optimista: había firmado un acuerdo sólido con el jefe indígena, y se daba cuenta del enorme potencial de aquel estrecho para abrirle las riquezas del Noroeste.
Pero será sólo una gloria efímera: poco después, desembarcaron los ingleses, y durante cuatro años obligaron a España a compartir el territorio sin que ninguno reivindicara la posesión. Finalmente, en 1795, los españoles se retiraron, y terminaron haciéndolo de todo el litoral del Noroeste. Prácticamente todos los topónimos fueron cambiados, y son muy pocos los que permanecen; uno de ellos, Valdez, la localidad donde finaliza el famoso oleoducto de Alaska (tristemente conocido también por la tragedia del hundimiento del Exxon Valdez). Apenas queda nada del recuerdo de que mucho de aquel litoral fue explorado y cartografiado por primera vez por exploradores españoles. Eso no lo superas ni tú, Tom Hardy.