Katherine Mansfield fue, en cierta forma, única en su especie. Aunque sobre el papel perteneció al Círculo de Bloomsbury, nunca terminó de estar plenamente integrada en él. Aunque ejerció la soberanía sobre su sexualidad y su forma de vida, nunca participó activamente en los movimientos sufragistas. Y aunque viajó por toda Europa, especialmente por la Francia sumida en la Primera Guerra Mundial, en cuyo frente murió su amado hermano Leslie, el incendio que estaba arrasando el continente apenas la rozó.
Es ese particular mundo interior el que busca retratar Pietro Citati en su ensayo La vida breve de Katherine Mansfield (Gatopardo), donde va mostrando, a base de pinceladas, a una mujer extremadamente sensible, acosada desde muy pronto por una enfermedad que la volvió consciente de que el tiempo se escapaba, y que descubrió en los relatos de Chéjov una forma de aprehender la vida que se oculta en los detalles que acabó influyendo en su literatura.
Mansfield nació en 1888 en Nueva Zelanda, y pronto chocó contra las expectativas que habían puesto en ella sus padres, una pareja donde él era un reputado banquero que no veía mucho futuro en aquella niña tímida y de salud débil que sólo quería aprender a tocar el violonchelo, y que desde muy pequeña mostró propensión a enamorarse de quien no debía, incluidos profesores y compañeras de clase.
Cuando finalmente consiguió instalarse en Londres con un estipendio de cien libras anuales concedido por su familia, pudo empezar a intentar vivir como quería. Tuvo un primer matrimonio, que fracasó desde el principio, y perdió el hijo que esperaba de un romance en un aborto espontáneo que la sorprendió en Baviera, en 1909. A la vuelta, conoció a quien sería primero su inquilino, luego su editor y, para cuando logró el divorcio de su primer marido, su esposo.
Katherine Mansfield ejerció la soberanía sobre su sexualidad y su forma de vida, nunca participó activamente en los movimientos sufragistas
John Middleton Murry, que acabaría responsabilizándose de dar a conocer la obra de Mansfield y que quedó prácticamente inédita en el momento de su muerte, se convertiría en el referente más estable de la vida de ella, junto con otra figura siempre presente: Ida Baker, que fue su amiga y amante, según los períodos y de forma alterna, desde la adolescencia.
Citati narra la contradicción en la que vivía Katherine Mansfield, añorando poderosamente a Murry cuando no estaba con él, pero cansándose rápidamente de su presencia cuando vivían juntos. Él no está con ella mientras recorre Europa con Ida, a la que también pasa constantemente de amar a aborrecer, mientras busca remedio a su tuberculosis en climas mejores.
En la última parte de su vida, en los primeros años veinte, Mansfield conoció lo más parecido a una estabilidad que la llevó, entre otros sitios, a un balneario cerca de París y, más tarde, a Suiza. Entre medias pasó por la Costa Azul, por Montecarlo, y en todos los sitios fue absorbiendo lo que sentía a su alrededor: "Todo artista", escribió en su diario, "se corta una oreja y la clava en la puerta para que los demás le griten en su interior". Y fue entonces cuando escribió la mayor parte de su obra, con frenéticos ataques de creatividad que la llevaban a trabajar durante horas en sus relatos, tras los que quedaba agotada y sin poder escribir una línea durante semanas.
Como dice Citati: "Los relatos parecen recortados en el vacío, e incluso cuando están ante nosotros, es como si íntimamente siguieran perteneciendo al vacío, que se insinúa entre las figuras y a veces las congela". Sus textos no tienen un verdadero final, el narrador se evapora, y con eso logra una rara transparencia que atrapa como pocos la vida.
La mala salud de Mansfield se agravó por una enfermedad venérea. Falleció en Fontainebleau en 1923, después de subir con rapidez unas escaleras ante Murry para hacerle creer que estaba mejor
La mala salud de Mansfield se agravó por una enfermedad venérea. Falleció en Fontainebleau en 1923, después de subir con rapidez unas escaleras ante Murry para hacerle creer que estaba mucho mejor. El esfuerzo le produjo una hemorragia pulmonar que acabó con ella esa misma tarde. Tenía 34 años, y llevaba varios arrastrándose desesperada por clínicas dirigidas por curanderos y estafadores que prometían curarla.
Murry publicó toda su obra. En un balneario alemán, Preludio, Felicidad, Fiesta en el jardín, El nido de la paloma, Algo infantil o su Diario mostraron hasta qué punto era uno de los mayores escritores de todo el siglo XX. En uno de sus relatos, El canario, había escrito: "reconozco que hay algo triste en la vida. Es difícil definir lo que es. No hablo del dolor que todos conocemos, como son la enfermedad, la pobreza y la muerte, no: es otra cosa distinta. Está en nosotros profunda, muy profunda: forma parte de nuestro ser al modo de nuestra respiración. Aunque trabaje mucho y me canse, no tengo más que detenerme para saber que está ahí esperándome. A menudo me pregunto si todo el mundo siente eso mismo. ¿Quién lo puede saber?".