El triunfo de los distintos movimientos que en el siglo XIX revolucionaron la historia del arte ha hecho que muchos de los nombres que triunfaban por entonces, pero que se movían dentro de los márgenes más convencionales del realismo, hayan caído en el olvido de la mayoría. Pero, de entre todos aquellos nombres, hay uno, el de la francesa Rosa Bonheur, que brilla con luz propia: fue una de las pocas mujeres que logró un éxito verdaderamente internacional con su pintura, hasta el punto de que su obra llegó a alcanzar precios altísimos ya en vida, sobre todo en Gran Bretaña y Estados Unidos.
Fue una de las pocas mujeres que logró un éxito verdaderamente internacional con su pintura, hasta el punto de que su obra llegó a alcanzar precios altísimos ya en vida
Bonheur había nacido en Burdeos, en 1822, de padre pintor y militante en las ideas utópicas de Saint-Simon, unas ideas que incluían la enseñanza igualitaria para niños y niñas, algo excepcional para la época. Sin embargo, Rosa se encontró con que le costaba mucho más aprender a leer que a sus tres hermanos; sin embargo, demostró un temprano talento para el dibujo. La solución que encontraron sus padres para enseñarle el alfabeto fue hacerle dibujar un animal que representara a cada una de las letras. De esa forma, consiguió acceder a la escritura y a la lectura.
No obstante, pronto su padre comprendió que la verdadera vocación de su hija iba por el camino del arte, así que decidió tomarla como discípula, porque como mujer no podía acceder a los estudios oficiales. Bonheur siguió todo el proceso de aprendizaje habitual para los jóvenes pintores, un proceso que incluía aprender a dibujar del natural para, a continuación, hacer copias de los cuadros del Louvre. Pero pronto, Rosa mostró una especial predilección por retratar animales, una vocación que la llevaría a diseccionarlos en el Instituto Veterinario de París y visitar los mataderos para, así, aprender todos sus detalles anatómicos, una formación que luego se reflejaría en la maestría con la que captaría posteriormente cada detalle de sus cuerpos.
Rosa mostró una especial predilección por retratar animales, una vocación que la llevaría a diseccionarlos en el Instituto Veterinario de París y visitar los mataderos para, así, aprender todos sus detalles anatómicos
Debutó en el Salón de París de 1843 y en el de 1848 obtuvo ya una medalla de oro. Tuvo su primer éxito con La labranza de Nevers, hoy en el Museo de Orsay. Pero fue un gigantesco lienzo de 1853, Feria de caballos, actualmente en el Metropolitan neoyorquino, con el que conseguiría la fama mundial. El cuadro, un gigante de 2,44 x 5,06 m., capta con un absoluto realismo la actividad del mercado ecuestre de París, al que acudió dos veces por semana, durante tres años, para tomar apuntes del natural. El resto, lo desarrollaba luego en el estudio.
De hecho, era algo que hacía de manera habitual: asistió a innumerables ferias de ganado, para lo que llegó a pedir un permiso, que le fue concedido por escrito, para poder llevar ropa cómoda; es decir, pantalones. Algo que, por otro lado, no le era extraño: le gustaba vestir como un hombre, llevaba el pelo corto y fumaba ("Yo era el más muchacho de todos", decía al recordar los juegos de su infancia con los niños del lugar). Además, mantuvo una larga relación sentimental con la pintora Nathalie Micas, iniciada cuando ésta tenía doce años y Rosa, catorce. Fueron 52 años de vida en común, que terminaron con la muerte de Nathalie.
Pidió permiso, y se le concedió, para llevar pantalones a las ferias de ganado, algo que no le era extraño ya que le gustaba vestir como un hombre, llevaba el pelo corto y fumaba
Bonheur aún mantendría otra relación de diez años, hasta su fallecimiento, con la pintora norteamericana Anna Klumpke. Lo mejor fue que, en ambos casos, consiguió que todo su entorno aceptara ambas relaciones, algo verdaderamente excepcional para la época. Desde luego, determinación no le faltaba: llegó a escribir que no tenía paciencia "con las mujeres que piden permiso para pensar."
La fama de Bonheur la llevó a viajar por Europa y Estados Unidos. En Escocia tuvo oportunidad de ser recibida por la reina Victoria, que se mostró entusiasmada por su obra. En Estados Unidos cosechó un gran éxito, e incluso Buffalo Bill, a quien conoció durante la Exposición Universal de París de 1889, posó para ella a caballo. Además, le obsequió un tocado de plumas indio, otro de los temas que la fascinaron de manera especial.
Aunque su éxito fue algo menor en su propio país, la emperatriz María Eugenia, con la que le unía una gran amistad, le concedió la Legión de Honor, lo que la convirtió en la primera mujer artista en recibir tal distinción. En 1894 se convertiría en Oficial de la Legión de Honor, el máximo reconocimiento otorgado por el Estado francés. Por entonces, ya vivía en By, a pocos kilómetros de París pero en plena naturaleza, lo que le permitió acoger a sus animales, una nómina que incluía unos leones que protagonizaron varios de sus cuadros. Cuando murió en 1899, Anna Klumpke descubrió un gran número de cuadros inéditos en su estudio. En la subasta posterior, alcanzaron cifras muy altas que testimoniaron la alta cotización que había alcanzado.