En Nueva York, en una apacible tarde de principios de otoño tuvo lugar un acontecimiento que llevaba la marca España. Su protagonista era un artista madrileño: el bailarín Joaquín de Luz. En el emblemático Lincoln Center, concretamente, en el teatro David H. Koch, el New York City Ballet celebró una función titulada Joaquín de Luz Farewell Performance. La representación fue un homenaje a la estrella española en su despedida de la compañía que había sido su casa por los últimos quince años y en la que era bailarín principal.
El New York City Ballet es una de las más prestigiosas formaciones del mundo. Fundada por George Balanchine, el ruso al que el norteamericano Lincoln Kirstein llevó a Nueva York y cuyo legado al pueblo americano y al mundo fue: crear un estilo, el neoclásico; fundar una compañía, el NYCB; además de un repertorio y una escuela, el School of American Ballet. Balanchine es un icono de la historia del ballet. Partiendo del vocabulario clásico, sin romperlo ni mancharlo, llegó al estilo neoclásico.
El teatro esta tarde estaba abarrotado de aficionados neoyorquinos acompañados de importantes personalidades de las artes, la cultura y la sociedad de Los Estados Unidos. También había un pequeño grupo de españoles. Nada más salir al escenario, De Luz fue recibido con una cerrada ovación. La obra que abrió la noche y en la primera que intervino el madrileño fue la más intensa del programa. Tema y variaciones (1947) con música de Tchaikovsky, es una de las piezas maestras de Balanchine en la que están sus raíces rusas.
Ocho 'tour en l'air'
Es una verdadera exposición de sabiduría clásica, para pareja y conjunto, que permite a los dos bailarines principales exponerse a un nivel altísimo. Vi bailar este ballet a los más grandes durante varias décadas. Y decir adiós con esta obra es un atrevimiento que sólo Joaquín ha podido superar y convertirlo en un triunfo. En la secuencia, considerada como un “tour de forcé”, se necesita un virtuosismo muy especial para finalizar la crucial y endiablada sucesión de los ocho “tour en l’air” que Joaquín ejecutó con precisión inusitada (pocos bailarines logran esta proeza).
El público se levantó de sus asientos correando bravos. También magnífica su compañera, Tiler Peck, que mostró brío y elegancia en sus veloces e intrincadas variaciones. Continuó con Concerto Barocco (1941), otro monumento de Balanchine. El grupo de intérpretes crea un dibujo coreográfico que compone figuras simétricas y elegantes que se van integrando con musicalidad exquisita en un diálogo poético con las dos bailarinas principales y con las distintas facetas de la música de Bach. Es un ejemplo perfecto del estilo neoclásico, es Balanchine en su más pura esencia.
De Luz volvió con A suite of dances, un solo que Jerome Robbins, el coreógrafo de West Side Story, creó para Baryshnikov. Una violonchelista sobre el escenario interpreta a Bach y el bailarín con su cuerpo parece conversar con el instrumento musical mientras va desarrollando distintos pasos y poses llenas de ingenio y ocurrencias.
Sufrir y amar
Concluyó con Todo Buenos Aires, una coreografía de Peter Martins. Ambientada en un decorado crepuscular, invoca una imagen porteña del ayer que pone a las bailarinas a bailar el tango en puntas. Les acompaña la música de Piazzola. Las cinco danzas que componen esta pieza ofrecen distintas traducciones del ritmo argentino. Cortinas negras y púrpuras dan un aspecto exuberante y una dinámica especial a la sensualidad. Entre giros y saltos las parejas entrecruzan sus piernas vencidos por el ardor mientras sufren y aman. Alternan dúos, tríos y solos. El madrileño sacó sus cualidades seductoras en un estilo más directo y con más desparpajo, mostrando una vez sus brillantes condiciones técnicas.
Cuando la función terminó, se volvió abrir el telón para ver a todos los compañeros y miembros del New City Ballet rendirle homenaje a Joaquín de Luz. Le besan, abrazan se rinden a sus pies en un escenario lleno de flores con bandera española incluida. El público en pie, aplaudía, gritaba bravo en medio de un delirio y atmósfera apoteósica. Incluso, el bailarín español emocionado y recordando a su tierra se arrancó con unas sevillanas que bailó con su madre. Yo que crecí en la vida, en el arte y en el conocimiento de la danza en esta grandiosa ciudad de los rascacielos y en la que conocí a tantos personajes únicos, entre ellos a Balanchine, fue un honor asistir a esta función y verla sentado desde la butaca que usaba el genial coreógrafo ruso.
Los caminos de la gloria
Esta ha sido una semana gloriosa en la que NYCB ha programa algunas de las mejores obras de su extenso repertorio. Por ejemplo anteanoche, disfruté y fui muy feliz de ver una vez más dos piezas magistrales de Robbins: Fancy free en la que intervino De Luz y una suite de West Side Story, además de Prodigal son, otra joya de Balanchine.
Conocí a Joaquín cuando empezaba a bailar en Madrid. Desde allí todos los caminos recorridos, juntos o separados, nos trajeron hoy a esta función de gloria y apoteosis. El gozo se acrecentó cuando esta tarde de despedida Joaquín me invitó a subir al escenario para abrazarle y felicitarle y vivir junto a él todo ese delirio, exaltación y frenesí.
Nueva York es uno de los centros neurálgicos del mundo donde suelen destacar los mejores. Esta noche España brilló con fuerza a través de un madrileño en este extraordinario complejo teatral situado en el corazón de la gran manzana. Joaquín de Luz lleva toda una vida dedicado, en un nivel muy alto, al arte de la danza, ahora solo queda desearle que todo eso que lleva adentro lo pueda volcar en beneficio de las nuevas generaciones.