Hay un momento de Otello en el que Iago, el alférez que siembra la cizaña a su alrededor con la única intención de llegar a capitán, habla sobre su propia naturaleza. "Soy malvado porque soy hombre; y siento el fango primigenio en mí", confiesa al público, con los brazos abiertos. "El justo es un histrión burlón. Tanto su rostro como su corazón son falsos". Iago se muestra como un cínico o, aún peor, un ser profundamente mediocre y malvado, al que no le importa nada ni nadie salvo acaso el poder a corto plazo, ya que "llega luego la muerte. ¿Y luego? La muerte es la nada. ¡Eso del cielo es una vieja fábula!", dice.
En el Otello de Giuseppe Verdi, que este jueves se estrenó en el Teatro Real con presencia de los reyes y de una larga lista de políticos, empresarios y celebrities, hay varias tramas entrelazadas. Una es sin duda amorosa y envenenada por los celos entre Otello, el gobernador moro de Chipre, y Desdemona, el ideal de la mujer cristiana e inocente. Hay un aspecto racial, no explotado por la producción presentada en Madrid pero muy presente en la obra de Shakespeare que adaptó Verdi con el libretista Arrigo Boito. Aunque Otello es negro y en la obra de Shakespeare es víctima del odio al diferente, en esta ocasión es blanco y su reacción al racismo se diluye en una gran inseguridad, un sentimiento prácticamente universal.
La última capa shakespeariana es la política. Iago, que no tiene las hechuras de capitán de Casio, trata de prosperar no por gracias a su valentía, su bondad o su audacia sino por estar integrado en un ejército en el que se supone que ha hecho mucho banquillo, que conoce bien y que por lo tanto es capaz de manipular a su antojo. Iago es un profesional del poder sin más ambición ni talento, pero capaz de dar pasos aparentemente lógicos y bienintencionados por el bien de los demás. Así, este clásico personaje de Shakespeare engaña a Casio para que se emborrache y sea reprendido por una reyerta, promete a Roderigo que conseguirá el amor de Desdemona, a Cassio que será perdonado. Hasta consigue manipular a su mujer, Emilia, hasta casi el final.
Es posible que Ana Pastor, la presidenta del Congreso, los ministros José Manuel García-Margallo, Rafael Catalá o Íñigo Méndez de Vigo, al presidente del Tribunal Constitucional, Francisco Pérez de los Cobos, a Esperanza Aguirre, Ana Botella o incluso a los periodistas Pedro J. Ramírez, Juan Luis Cebrián, Juan Pedro Valentín o Luis María Ansón les sonasen las cualidades de Iago, su obsesión por intentar medrar sin tener un programa claro, generando bloqueo en torno a sí mismo e incluso el caos resultante de tan bajas ambiciones.
En el Teatro Real se representaban este miércoles dos obras distintas. Una, la celebración de la cultura y la influencia, bien representada en un patio de butacas con poderío político, económico y mediático, que se hacía de rogar para entrar en un vestíbulo decorado para la ocasión donde no faltaron los reyes de España.
La otra obra, a la que asisten todos ellos a diario, era la política. Y como en la vida pública española, la música sonaba demasiado fuerte y la puesta en escena no estaba demasiado lograda.
Destacaron las voces del tenor Gregory Kunde (Otello), que ha interpretado en otros escenarios un papel difícil en el que ya es una autoridad pese (o quizás gracias a) su voz, tan peculiar. Ermonela Jaho (Desdemona) fue muy aplaudida por el público, aunque su papel se quedó a medio camino entre lo correcto y lo notable. George Petean, un Iago en su sitio, con autoridad y buen desempeño actoral destacó también junto al siempre esforzado coro. Pero la orquesta, bajo la batuta de Renato Palumbo, sonaba en ocasiones descompensada y tapaba a menudo a los cantantes.
La escenografía, más allá de las evocaciones de algún uniforme y algún efecto concreto, resultó monótona y anodina y apenas fue compensada por la dirección de actores. El director de escena, David Alden, se llevó una sonora pitada y comprobó que el cartón piedra, en la ópera como en la política, al final no funciona.
Otello es una una coproducción del Teatro Real con la English National Opera (ENO) y la Ópera Real de Estocolmo. Se estrenó el jueves 15 de septiembre (antes pasó por Londres) y se representa hasta el 3 de octubre en Madrid. La acompañan numerosas actividades paralelas, incluyendo una exposición.