Ha pintado a los más poderosos y a los más sabios y a ninguno ha hecho mito. Los aparta de la pompa y la fanfarria, los deja a solas con el vacío. Limpia todo rastro de quiénes son como si hubiesen existido demasiado, como cuando Ionesco desnuda al rey que se muere y lo libera de cargas, de corazas y de soberbia. El pintor Hernán Cortés deja listos para el otro barrio a sus retratados, con los que pacta la inmortalidad a cambio del anonimato. Nadie sabrá quiénes son todos esos sujetos a los que el artista ha colocado de perfil, de frente, sentados en una silla, recortados sobre esa gran nada neutra y fría.
Sus personajes llegan cansados al sitio, el cuadro en el que van a envejecer. Si llegaran fuertes e impacientes, volverían a partir y a escapar del marco. Así que de alguna manera, el retratista aniquila a sus retratados. Los embalsama con vida, no sin antes haberles encontrado el gesto por donde todos los fuertes se hacen frágiles. Hay quien huye tanto de esa fragilidad que termina siendo dominado por ella. Hernán Cortés, el conquistador de almas, es especialista en encontrar las cojeras de los todopoderosos y así aparece en la exposición retrospectiva que ha montado la Fundación Telefónica, comisariada por María Dolores Jiménez-Blanco y Beatriz Cordero.
En la muestra se ha querido enfatizar lo que normalmente no vemos en esta lucha de egos -entre retratista y retratado-, es decir, las referencias de Cortés al horizonte de su Cádiz natal, que ha refinado tanto que apenas ha quedado en una línea que se escapa por el fondo. Más de un centenar de retratos, bocetos, paisajes y tres películas para escudriñar sin prisa (y varias veces) hasta descubrir el viaje del pintor a la debilidad del ser humano. También la de los reyes y la de los padres de la Constitución (aunque en esta exposición no los vayan a encontrar).
Espectador, retratado y retratista. El retrato no es un diálogo, es una conversación.
Es el género dialogante por excelencia. Si el espectador dice que el cuadro no funciona, algo falla. Si el pintor no le gusta su cuadro, lo mismo. Pero si el retratado tampoco se ve, también falla algo. El retratista para congraciarse con el público puede cargar mucho las tintas y pierda veracidad el cuadro por ridiculizar al personaje.
Entonces, ¿cómo llega a congeniar las tres partes?
Se puede ser buen pintor sin ser buen retratista, pero no se puede ser buen retratista sin ser buen pintor. En el fondo lo creo, puede resultar algo petulante pero lo creo.
No es lo mismo unos membrillos, que unos borbones.
Eh, bueno. O sea, para retratar debes de tener una disposición anímica y eso hay personas que pueden y otras que no. El retratista que funciona por simpatía o antipatía con el personaje. En el retrato se funciona a la manera antigua y clásica, por desafío. El retratista ocasional sólo funciona por simpatía.
¿Puede llegar a ser un retratista un pintor incómodo?
Para dedicarte al retrato debes tener algo parecido al don de gentes y te tiene que gustar el teatro humano. Debes amar el retrato humano, todos representamos un papel en este teatro. Y el retratista disfruta con eso observándolo. Para eso es muy bueno moverte en muchos campos sociales. Pinté a los poetas del 27. Al principio pintaba más intelectuales que hombres de empresa, políticos. Procuraba no centrarme en un círculo social concreto.
¿Cómo trabaja con sus modelos?
Normalmente van al estudio. Me gusta ir al sitio de trabajo de ellos, porque me gusta ver a la persona en su ambiente, porque eso me aporta datos. Pero en el estudio tengo más control de la luz y para dibujar la figura necesito una buena luz. Casi siempre el retrato donde siempre se dirime es en el estudio. Lo primero es conocer a la persona, observar cómo se mueve, hablar con ella, comer con esa persona. Luego, documentación gráfica, desde la foto al vídeo. Y luego ya sueñas el cuadro. Porque los cuadros hay que soñarlos y por último la pose del natural.
Qué importante es el estudio del cuerpo en sus cuadros.
He dibujado mucho. Seis horas por la tarde y dos por la mañana dibujando desnudos durante varios años y tienes en la cabeza cómo es el cuerpo.
¿Cómo se rescata un cuerpo que desaparece en la apariencia?
La indumentaria sólo es una capa, como tú no sepas cómo es la arquitectura interna, se te quedan las mangas huecas. Debes conocer la anatomía. Si pintas a una persona con las manos en los bolsillos, como es el caso (estamos ante el retrato de Francisco González, presidente del BBVA), se pueden producir muchos pliegues falsos, pero si sabes de anatomía eliges los pliegues que explican esa forma y desechas los falsos. Si no, la manga se queda hueca.
Los retratistas también son grandes observadores psicológicos, ¿cómo construye la identidad de sus modelos?
Los humanos estamos llenos de contradicciones y representarlas sí ayuda a retratarlo. Eso se consigue observando. Todos sabemos que todos somos muy frágiles. Por ejemplo, una persona de mirada segura, de pronto en la comisura de los labios ves fragilidad. Puedes ver un rasgo temeroso junto a otro valiente.
¿Cuál es la pregunta que se hace cuando inicia un retrato?
Todos llevamos el miedo en nuestra cara. Todos somos animalitos asustados por lo precario de nuestra existencia. Todos.
En nuestra profundidad somos muy superficiales, ¿lo llevamos en la cara?
Absolutamente. Lo dejamos ver. El mundo del retrato se mueve en el campo de la apariencia, que no quiere decir superficialidad. La manera que tenemos los humanos de movernos en el espacio dice mucho de nosotros. No entra lo mismo en escena un político, que un poeta o un filósofo.
¿Cuál es la diferencia entre un político y un poeta?
Probablemente el político se ve obligado a tener una actitud más cercana a la decisión y a la seguridad y normalmente tiene una entrada más decidida. El poeta o el filósofo es más pudorosa. Mira el retrato de Pedro Laín, director de la RAE, o mira Dámaso Alonso… se mueven en el mundo de las dudas. No es la misma actitud. Los hombres de empresa o políticos son de acción.
El acuerdo entre ambos es perverso: yo te hago inmortal, pero debes aceptar desaparecer con el paso del tiempo. Si el retratista es el futuro y el retratado es el presente, ¿cómo trasciende el pintor al retratado?
El pintor trasciende la temporalidad y la inmediatez a través del amor a la forma, del amor a la tradición nuestra.Un artista bien formado en la tradición ama el dibujo de sus maestros.
En eso usted es más italiano que español, porque le interesa más la línea que el color.
Mi corazón y mi alma está con los primitivos. Yo soy hijo de la modernidad, no de la posmodernidad.
¿Cuáles son las virtudes del buen retratista?
La primera es la distancia con el retratado. La distancia es más una condición que una virtud. El buen retratista no debe juzgar. Todos juzgamos, pero el retratista debe intentar no juzgar. Necesita creerse que no juzga. Un retratista es más un entomólogo, porque es un especialista en observar seres humanos y por eso no se deja impresionar nunca por un ser humano, sea quien sea. Él observa, ve y representa, sin cargar las tintas. Que sea el espectador el que saque sus conclusiones y vea lo que quiere ver. En la exposición de Conde Duque, me decían de un cuadro: “Qué bien has retratado la mala leche que tiene”. Y otro me decía del mismo cuadro: “Qué bien has sacado lo buena persona que es”. Y pensé, funciona.
¿La rapidez es importante?
La rapidez es una virtud ma non troppo. El buen retrato necesita como el buen vino tiempo para respirar, porque las personas cambiamos en un año. No defiendo un tiempo excesivo. Lo difícil es mantener la ilusión y las ganas del retrato dejando pasar el tiempo. Por eso yo llevo muchos cuadros a la vez. Los cuadros se atascan, casi todos. Para mí es muy importante abordar el cuadro con espontaneidad y ganas. Hay pintores que lo hacen muy bien, como Sorolla. Pero Sorolla es un pintor que se me resiente psicológicamente. Vázquez Díaz era más profundo en el retrato. Que un cuadro haya sido trabajado durante mucho tiempo por un pintor es bueno.
¿Pero usted no está más de año y medio o dos años con el mismo cuadro?
Bueno, ese se me resistió mucho (señala el de Gonzalo Santalucía de niño, que lo pintó desde 1984 hasta 2005). No sabía cómo resolver su cabello ensortijado, de forma dispersa. Mucho tiempo después, estaba con otro retrato y me dio la clave. Veinte años de tortura y lo resolví en dos días.
El retrato de Felipe González lo modificó hasta en dos ocasiones, ¿cómo lleva el retratista la injerencia de los retratados? ¿Cómo negociar con la verdad en un género con tantas presiones?
Cuando el pintor tiene fuste, no tiene ningún problema. Mira Mozart, lo traían por la calle de la amargura todos, y la libertad que respira su música. La presión no lleva a la libertad, pero cuando el artista tiene fuste, el límite no existe. La presión del retrato depende del talento del que pinta.
Me llama mucho la atención que los reyes actuales no tenga retrato oficial, pintado. Tienen una foto de Cristina García Rodero. ¿No le llama la atención que no haya encargo oficial del retrato?
Imagino que esas cosas van despacio. Acabará habiéndolo. Pero me has dado una buena idea, habrá que buscar un buen retrato para los reyes. De todas maneras, la fotografía y la pintura son dos lenguajes distintos. Tienen elementos concomitantes, pero no tienen nada que ver. Mira este retrato (el de Ricardo Gómez-Acebo), cuando pinté este retrato la silla de rejilla no me salía y ya era un pintor mayor. Tuve que comprender cómo había hecho el artesano la rejilla para trenzarlo. Di las pinceladas en la misma dirección en las que había construido el artesano. Para pintar las cosas tienes que saber cómo están hechas, para pintar una cara tienes que saber cómo son los huesos y los músculos. Para fotografiarlo no es imprescindible. La pintura es más imperfectamente humana que la fotografía, pero más humana es.