Estridente, aberrante, pornográfica, agresiva, visceral, honesta, turbadora, extrema, drástica, explícita, feminista, resistente, descarada, descarnada, provocadora, ácida, hostil, sarcástica, beligerante, lasciva, siempre ingobernable y, finalmente, desencantada. En apenas 12 años, entre 1960 y 1972, la artista Lee Lozano (New Jersey, 1930-Dallas, 1999) construyó una obra de un temperamento conflictivo e independiente como pocas veces ha ocurrido en la historia del arte moderno.
Lozano tasa para los museos un precio equivalente al salario anual del personal de limpieza
Fue la suya una carrera fulgurante, intrépida y a la fuga, que quemó el cinco años su experiencia como artista pop, en otros cinco apuró el minimalismo y lo remató con una buena dosis de arte conceptual. Hasta que se hartó. Su repliegue, su silencio definitivo es, a ojos del director del Museo Reina Sofía, “un posicionamiento crítico, un desafío”. Porque “en un momento en el que el poder se ha interiorizado y nada escapa a la lógica del capital”, escribe en el catálogo Manuel Borja-Villel, “su decisión responde a una inquebrantable voluntad de no querer ser absorbida por el sistema”.
La lógica del capital
A ojos del director, responsable, junto con Teresa Velázquez, del comisariado de la primera retrospectiva de la artista en España, “lo único realmente revolucionario que puede hacer es salirse, por completo, del sistema, desertar de todas las “instituciones” que lo conforman”. Borja-Villel asegura en Forzar la máquina (hasta el 25 de septiembre) que el repliegue de la artista no es un mero gesto de claudicación nihilista, “su decisión responde a una inquebrantable voluntad de no querer ser absorbida por el sistema”. El director se muestra consternado por que “nada escapa a la lógica del capital”, ni siquiera él.
Lozano escribe en un boceto del que podría ser su última pintura esto: “¿Por qué no (añadir) sólo un pequeño agujero en el centro muerto del lienzo? Un punto de fuga, un punto final”. Quizá un epílogo perfecto para huir sin más explicaciones. Su vida desapareció en aquel momento, su obra ha llegado hasta nuestros días a pesar del desarraigo voluntario. A finales de 1969, el pulso de Lozano contra el dinero, el éxito, la competencia, era un hecho. “Durante diez intensos años había trabajado como una posesa en un ambiente de rivalidad y ahora mostraba cierto apremio en sobreponerse a los estragos de la competitividad, compartir ideas, volverse transparente”, cuenta Teresa Velázquez.
Durante diez intensos años había trabajado como una posesa en un ambiente de rivalidad
En una nota de sus minúsculos cuadernos conservados se lee: “Una buena manera de bloquear la comunicación es decir la verdad”. Susan Sontag asoma entre sus apuntes, con un artículo del que Lozano menciona lo siguiente: “La actitud más seria en relación al arte es la que lo reconoce como un medio de algo que quizá sólo puede ser logrado abandonando el arte”.
Todo es descrédito
La comisaria explica que desde 1968 su talante crítico se radicaliza. Crece su descrédito hacia determinadas instituciones y su desencanto con el medio artístico, del que no soporta la hipocresía que motivará sus recurrentes boicoteos a galerías y coleccionistas. “En 1971, la artista inició el boicot más ofensivo y controvertido: no hablar con mujeres durante un mes”.
Los cuadernos recogen varias entradas sobre el precio de sus pinturas. “En una de las más llamativas comenta que el precio de una pintura debería ser el equivalente al dinero que la mujer del coleccionista gasta en vestirse o en lo que les cuesta el colegio de su hija al año. Lozano tasa para los museos un precio equivalente al salario anual del personal de limpieza”.
La artista los hizo drogada, en busca de los efectos del estado de la conciencia alterada
Lozano lo logró: hizo arte y lo abandonó. O abandonó el arte y lo hizo. Harta de la hipocresía. El portazo todavía retumba, gracias a una impresionante despedida: Wave Series, una instalación sobrecogedora, que en la exposición brilla desde una sala absolutamente lúgubre, en la que destacan los once lienzos verticales. La artista los hizo drogada, en busca de los efectos del estado de la conciencia alterada. La droga era el detonante de la energía mental aplicada a la pintura, y cada una de ellas se hacía en una sola sesión. El último lienzo mantuvo a Lozano 52 horas en pie. Tras una experiencia de esta salvaje intensidad, qué más.