El candor de nobles y papas quizás les llevó a pensar que aquella revolución que se estaba produciendo en Francia no afectaría a su distinguida Italia. Así que, mientras en París Robespierre y los suyos pasaban por la guillotina, en 1790 la familia Braschi se sirvió de la financiación pontificia para ordenar construir el palacio del centro de Roma que hoy lleva su nombre.
Ni siquiera habían terminado las obras, cuando en 1798 las tropas napoleónicas entraron en la ciudad y se apropiaron de las riquezas allí alojadas. Y hoy las salas del edificio, actual Museo de Roma, parecen burlarse de aquella ingenuidad con un festival de las más cruentas decapitaciones.
Siendo rigurosos en el tiempo, la toma de la Bastilla todavía estaba lejos, cuando a principios del XVII a otra revolucionaria le dio por reproducir todo este baño de sangre. Se llamaba Artemisia Gentileschi, fue la primera pintora en ingresar en la selecta Academia de las Artes y del Diseño de Florencia –reservada hasta entonces a los hombres- y la precursora de un óleo de vísceras y venganza en el que se ve a mujeres pasándose por la espada a grandes señores.
Sangre y violencia
Advertimos de la violencia explícita -se diría hoy en televisión- de la muestra Artemisia Gentileschi y su tiempo, una colección compuesta por un centenar de obras de la pintora y sus coetáneos, que se expone hasta el 7 de mayo en la capital italiana. Sólo la Judith decapitando a Holofernes merecería una tarde. Pero junto a ella se muestran la no menos sádica Giaele y Sisara o la Conversión de la Magdalena, una obra carente de esa brutalidad pero cargada de dolor interior.
En la exposición, dividida en las sucesivas etapas de la artista, se aprecia la evolución del personaje. Hija del pintor Orazio Gentileschi, inicia su carrera en Roma en los primeros años del seicento. Desde el estudio de su padre había observado bien el trabajo de Caravaggio, por lo que sus primeras pinturas siguen la línea del gran creador del Barroco italiano. No había cumplido los 17 cuando firma una de sus grandes obras, Susana y los viejos (1610), en la que ya se ve a la mujer escapando de la tiranía del patriarcado.
Pero es un año después cuando su vida y su obra cambian para siempre. La joven Artemisia, rica, acomodada y con un prometedor futuro es violada por Agostino Tassi, un pintor de segunda y amigo de su padre. Arrancada del amor filial y traumatizada en su relación con el género masculino, se casa con un nuevo amigo de su padre y se marcha a Florencia, donde alumbrará el momento más brillante de su carrera.
Una pintora sensible
“Es imposible desvincular la violencia de la vida de Artemisia”, sostiene Francesca Baldassari, comisaria de la obra y responsable de la época florentina. “La violación golpea enormemente la sensibilidad de la pintora y vemos inmediatamente la reacción en sus cuadros, como en Judith decapitando a Holofernes, en el que por primera vez vemos a una mujer en el momento de decapitar a un hombre”, añade la comisaria.
En la obra, realizada apenas un año más tarde de la violación, no se atisba señal de inquietud en la mujer, que decapita a un general asirio como podía estar abriendo un melón. En el resto de los lienzos se va notando un mayor acercamiento a la penitencia y la espiritualidad, desde un punto de vista sentimental. Técnicamente, el estudio de la luz convierten a Artemisia en una digna seguidora de Caravaggio y la sitúan como una de las grandes artistas de su época.
No se puede comparar con los más grandes de aquel momento como Velázquez, Murillo o Ribera
“No se puede comparar con los más grandes de aquel momento como Velázquez, Murillo o Ribera, pero en el Barroco italiano Artemisia Gentileschi ocupa un primer plano. Tiene una producción que su padre no alcanza”, afirma Francesca Baldassari. Durante la etapa florentina, la pintora mantiene una gran amistad con Galileo Galilei, trabaja bajo el mecenazgo de los Medici y es admirada por Miguel Ángel Buonarroti el joven, sobrino del gran artista del Renacimiento.
Los hombres pasan a ser subalternos de Artemisia. Tiene un amante en Florencia, pero las crecientes deudas y los problemas con los Medici le obligan en 1620 a volver a Roma, donde su trabajo no presenta más interés que el contacto con el francés Simon Vouet.
La primera autora feminista
Inmediatamente después, la muestra conduce a la época napolitana de la pintora, en la que “se puede apreciar a una Artemisia madura, que se hace ayudar de otros discípulos y pierde finura en su trazo”, señala Baldassari. Sin embargo, la experta todavía advierte de la existencia de retazos de su genio, como en el Nacimiento de San Juan Bautista (1635), influida por la floreciente escuela de Nápoles.
Después de un breve paso por Londres, donde asiste a la muerte de su padre, la artista fallece en Nápoles en 1653. La comisaria de la exposición opina que quizás “no ha sido tan estudiada como otros”, pero “se puede decir que se trata de la primera pintora feminista y, desde el punto de vista artístico, eso le confiere un estilo propio”.
Para Baldassari, Artemisia Gentileschi sería “una caravaggiesca pasional” que captó como nadie “la soledad de la mujer herida”. Retrató a Cleopatra, Judith, Medea o a sí misma, y en sus rostros no se atisban demasiadas diferencias. Grandes mujeres de la historia en las que se refleja y se expone la pintora que rompió por primera vez la discriminación de género.